FAMILIAS TRABAJADORAS

La Conmemoración del Día del Trabajo es una fecha importante para la Familia Sopeña porque así lo fue para Dolores Sopeña, cuando enfocó su inquietud apostólica hacia hombres y mujeres en la flor de su vida, en edad productiva y de familias trabajadoras.

Nuestra fundadora, una mujer excepcional, de gran espiritualidad y gran sensibilidad social, supo intuir allá por finales del siglo XIX que, entre las personas sin recursos, con dificultades en el acceso a oportunidades y en clara desventaja social y riesgo de exclusión, era necesaria una apuesta de apoyo y de acompañamiento en su formación para que, a través del trabajo, lograran recuperar la dignidad, inherente a cada persona, pero perdida por las circunstancias vitales y sociales.

Dolores Sopeña optó entonces por una metodología de trabajo que complementaba a la formación técnica, pues también creía que formar a las personas para un oficio, es tarea incompleta si su aprendizaje no va acompañado de formación en valores y el conocimiento de otros herramientas y habilidades que le ayuden a insertarse con plenitud en la sociedad.

En los Centros Sopeña, mejorar la empleabilidad de sus usuarios y usuarias es uno de los objetivos fundamentales, aunque no el único.

Ya en su tiempo, quiso que las personas de familias trabajadoras también tuvieran la oportunidad de conocer a Dios, un Dios que les ayudaba al acercarse a recuperar la dignidad perdida en muchos de los casos.

El valor de la promoción, uno de los valores Sopeña, pretende mediante una verdadera formación integral, que el paso por nuestros Centros sea una esperanza de un futuro mejor, de superación, de promoción profesional y personal, de incorporación digna a la sociedad para muchas personas jóvenes y adultas que lo necesitan.

FELIZ NAVIDAD Y FELIZ 2024

Las Catequistas Sopeña queremos recordar con nuestra felicitación de Navidad y la representación de Jesús, el Niño Dios, María y José, la fortaleza y la esperanza.

Esta Sagrada Familia representa la fe y la confianza en Dios ante las dificultades, representa asimismo la fortaleza que radica en la familia, en los lazos, en las redes cristianas que construimos a partir de nuestro Bautismo.

 Los lazos familiares son lazos de amor, respeto e igualdad que se tejen en una comunidad primigenia en la que se vive, comparte, ama, trabaja, se crea esperanza y se transmite la fe.

Jesús, María y José evocan una fe sólida y un grandísimo amor a Dios. Con ellos, nos sentimos un solo corazón y, como decía nuestra madre fundadora, Dolores Sopeña, “una sola familia en Cristo Jesús”.

Por eso, en la familia Sopeña tejemos familia y tejemos Navidad durante todo el año, a base de los valores de nuestro Carisma.

«El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa, los que habitaban un país de sombras Se inundaron de luz».

(Is 9, 1)

Desde el Instituto Catequista Dolores Sopeña os deseamos una muy Feliz Navidad y Año 2024 lleno de alegría, paz y amor.

DOCENTES CON UNA SENSIBILIDAD ESPECIAL

La promoción es uno de los valores Sopeña. Representa un impulso que llevó a Dolores Sopeña, nuestra fundadora y mujer de excepcional sensibilidad, a confiar en el ímpetu y fuerza de cada una de las personas que tuvo a su alrededor para, con la ayuda de Dios, lograr sacar lo mejor de sí mismas.

Así fue y así sigue siendo en todos y cada uno de los espacios de acción en el mundo, en los que el Carisma Sopeña extiende su misión.

La experiencia como docente de Ana García enfrentó muchas veces al valor de la promoción, pero según nos cuenta en este interesante artículo para la revista ICONO, no fue hasta recalar en el Centro Sopeña Sevilla cuando la PROMOCIÓN cobró todo su sentido.

“Potencia cualidades y pule defectos para dejar a la luz el tesoro que todos llevamos dentro”.

Ana García, Laica Sopeña, entendió que Dios la había llevado hasta este Centro para conocer a alumnos con circunstancias a veces complicadas y que se despertase en ella una sensibilidad especial por las necesidades de los demás.

Ese plus que se ha encontrado, respecto a lo que ella creía que iba a ser la docencia, ha hecho que se reafirme en su vocación, latente desde niña.

PROMOCIÓN: DESCUBRIENDO TESOROS.                      

La promoción abarca todas las dimensiones de la persona. Potencia sus capacidades, revela sus cualidades, pule nuestros defectos hasta que deja al descubierto el tesoro que todos llevamos dentro. Nos ayuda a obtener lo mejor de las personas que Dios pone en nuestro camino.

La promoción como valor

Al llegar aquí me topé con el valor de la “promoción”. Si bien este término ya había aparecido antes en mi experiencia como docente, fue aquí, en mi centro de trabajo, donde cobró sentido, convirtiéndose en la clave de lo que tenía delante, entre mis manos, a diario. Dios me trajo aquí para ver de cerca que, desgraciadamente, me encontraría con alumnos/as cuya dignidad había sido desdibujada por circunstancias que la vida conlleva.

Esa falta de autoestima, de seguridad, de compañía… despertó en mí una sensibilidad especial por las necesidades de los demás. Esos alumnos, con sus “tesoros” enterrados, necesitaban sentir que alguien volvía a creer en ellos, en sus capacidades, fijar metas y pensar en logros a corto plazo, accesibles y posibles de conseguir.

¡Qué suerte la mía estar ahí en medio! Mi vocación por la docencia siempre me había hecho pensar en dar clase, en compartir mis conocimientos, en ser testigo de su aprendizaje… pero ser partícipe de su crecimiento personal y, en algunos casos, de retomar las riendas de sus vidas, me ha hecho reafirmarme en esa vocación que siento latente desde niña.

Terrenos para sembrar

Un educador no es, ni mucho menos, alguien que transforma al alumno, sino alguien que “sale al encuentro” de ellos, preparando el terreno donde se producirá esa transformación, creando el ámbito propicio para ello, facilitándole el camino, confiando en esa persona, reconociendo cada paso que de adelante y dejando que la persona sea artífice de su propio desarrollo, convirtiéndose en protagonista de su historia.

Precisamente ahora, más que nunca, después de estos terribles meses de pandemia, nos hemos encontrado con muchos casos de alumnos y sus familias que no solo tienen una crisis personal, si no que tienen necesidades materiales y económicas, que también son parte inevitable de ese terreno propicio que cualquier alumno necesita hoy en día para conseguir su meta.

 

Docentes con sensibilidad 2

Este curso, he podido evidenciar la solidaridad de mis alumnos en todo su esplendor, siendo partícipes, organizando y volcándose en campañas de solidaridad para ayudar a los más damnificados por la pandemia, tomando conciencia y viviendo experiencias de acción social, tan concretas, como ayudar a los compañeros de su propio centro.

Solidaridad evangelizadora, que nos hace más humanos y desarrolla la sensibilidad hacia nuestra propia promoción, como bien expresa el Papa Francisco en esta Audiencia a sacerdotes, religiosas y laicas consagradas de la asociación fundada por el Beato Chevrier:

“En efecto, no puedo sino aprobar y alentar la acción pastoral que lleváis adelante, según el carisma propio de vuestros institutos, un carisma que me toca personalmente y que está en el corazón de la renovación misionera a la que toda la Iglesia está llamada: porque existe una ‘íntima conexión entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora’ (Exhortación ap Evangelii gaudium, 178)».

Proyectos Solidarios

Esta solidaridad evangelizadora, encaminada a la promoción de nuestros alumnos, no solo les satisface a ellos, sino que es infinitamente gratificante para nosotros. Tenemos un proyecto en el centro, la “Bolsa de Solidaridad”, de donde se ayuda a los alumnos que lo necesitan.

Esta Bolsa se nutre de nuestras campañas solidarias, de aportaciones voluntarias, anónimas… y, como si del milagro de la multiplicación de los panes y los peces se tratara, esa Bolsa tiene siempre fondos para nuestros alumnos más desfavorecidos gracias a la voluntad y la colaboración de todos.

Cuando haces entrega de material, de dinero, de libros… y te sonríen con la mirada por encima de sus mascarillas, te das cuenta de que cualquier esfuerzo ha merecido la pena. Formar parte de la vida de esos alumnos y verlos promocionar, nos convierte en una “Gran Familia” junto a ellos y a las suyas propias.

De nuevo, cito unas palabras del Papa Francisco que pertenecen a su Encíclica, Fratelli Tutti, 276: “La Iglesia ‘tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación’ sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal. No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección”.

Termino dejando el testimonio de un antiguo alumno Sopeña, Fabricio, que se sintió acogido y acompañado en nuestra casa. Consiguió sus objetivos, se involucró en la vida pastoral del centro y disfrutó su estancia aquí. Más tarde, se graduó en la Universidad. Promoción en su estado más puro.

Sensibilidad docente 3

Cuando creen en ti, comienzas a creer en ti

“La Fundación Dolores Sopeña me ayudó a dar sentido a mi vida personal y profesional.

Cuando creen en ti, comienzas a creer ti. Hacen que tengas retos y ganas de salir adelante. Aquí no solo forman profesionales académicamente, sino que se guía a la persona para que de lo mejor de sí misma.

Soy parte del legado de la Fundación porque si miro atrás, valoro mi evolución. Creo que cada uno de nosotros tenemos mucho que ofrecer al resto de personas. A nuestro lado puede haber alguien que necesita una mano para descubrir su potencial y está en nosotros crear la capacidad de ayuda a los demás”.

SALIR AL ENCUENTRO DE LA REALIDAD

Salir al encuentro de las personas que viven hoy y antes en la desesperanza, tal y como hizo Dolores Sopeña, supone no solo un movimiento físico, de acercamiento, sino, sobre todo, un movimiento interior, que nos debe colocar ante una persona por descubrir, más que ante necesidades que aliviar.

Un desplazamiento que transmita en todas sus formas el Amor de Dios.

Así nos lo cuenta Mane Arenas, Catequista Sopeña en Bogotá (Colombia), en este artículo de colaboración en la revista Icono de los Redentoristas, en el que nos muestra una de las formas de “contagiar el Amor de Dios”.

En nuestro Carisma y, a través de la formación en el mundo del trabajo, nos movemos hacia los demás, hacia el otro, facilitando además de la capacitación profesional, espacios de encuentro para la vida misma.

UNA FORMA DE ACERCAR A DIOS

Salir al encuentro es una actitud heredada. Alguien, antes de que nosotros siquiera lo pensáramos, salió en nuestra busca, por amor y para invitarnos a amar. Y es que, en infinidad de oportunidades, y en ocasiones sin darnos cuenta, ha sido el mismo Dios quien ha salido a nuestro encuentro primero, como suele decir el papa Francisco: Él nos “primerea en el amor”, pues salió de la eternidad para hacerse transitoriedad, dejo su inmortalidad, para experimentar la mortalidad y compartir con el mundo la Vida… y digo vida con mayúsculas, porque a Jesús, le bastaron solo 33 años para vivir plenamente su humanidad y mostrarnos con su andadura en esta tierra, que la felicidad que Dios nos propone, surge del salir de uno mismo, para encontrarse con el otro.

Muchos han optado por este camino. Francisco de Asís, Alfonso María de Ligorio, Dolores Sopeña, Alberto Hurtado, la madre Teresa de Calcuta, Laura Montoya… son algunos nombres de la extensa lista de personas que hicieron de su historia personal, un camino permanente, en el que, situaciones, lugares y diferentes rostros, fueron el centro de su hacer.

Hombres y mujeres mirados, amados e invitados por Dios, sintieron en su interior la llamada de Cristo a salir a su encuentro en el más necesitado. Se movieron con el corazón inflamado por la fuerza de su Espíritu, encontrando nuevas formas de acercar la ternura de Dios a un mundo fragmentado, descubriendo en cada hermano y hermana golpeados por dolor, la pobreza, el abandono, la fragilidad, el mismo rostro de Cristo que les interpelaba.

Hoy en día, somos muchos los que, siguiendo los pasos de Jesús e inspirados por estos primeros seguidores, transitamos por estos caminos, que, aunque hoy sean diferentes a los suyos, los recorremos con la misma convicción, con el mismo impulso, con el mismo deseo de salir al encuentro de realidades que necesitan atención, con la misma ilusión de hacer visible el amor de Dios a tantas vidas hoy desesperanzadas.

Es así como la formación del mundo del trabajo, la capacitación de personas que no han tenido la oportunidad de desarrollar sus habilidades, forman parte de esas plataformas que nos permiten movernos hacia el otro, brindando, no solo espacios formativos, sino lugares de encuentro donde compartir la vida.

Una actitud que nos descentra…

Puede parecer fácil encaminarnos hacia el otro, sin embargo, salir al encuentro implica no solo movimiento físico, sino, sobre todo, un desplazamiento interior, en el que, colocando todos nuestros sentidos a disposición de la realidad, estamos atentos a las necesidades que surgen, descubrimos en el otro, más que una carencia que cubrir, una persona a la que conocer, escuchar, animar y transmitir la certeza de que somos hijos de un mismo padre y, por lo tanto, hermanos. Supone contagiar el amor de Dios como Padre, que sale hoy al encuentro de la humanidad, a través de nuestras manos, miradas, palabras y actitudes…

 

Salir al encuentro personas

 

Muchos son los laicos que hoy viven también desde esta actitud, Nancy Madroñero, colaboradora del Centro Sopeña Bogotá, nos comparte: “En estos años de colaboración, he aprendido a tener en cuenta a todas las personas, cada una con sus experiencias de vida y los valores que aportan a la riqueza de la Fundación. Se evidencia en ellos la presencia de Dios, sobre todo en los más necesitados, ya sea de conocimientos, compañía, escucha, empatía… Salimos al encuentro para acogerlas, como si fuera el mismo Dios tocando a nuestra puerta”.

¿Y cómo perciben este valor los destinatarios, aquellos a los que ‘salimos al encuentro’? Deissy Salcedo nos comenta: “Mi experiencia en el Centro de Formación Sopeña Bogotá ha estado marcada por matices de cercanía, acogida y afecto, valores que no esperaba encontrar tan arraigados en un espacio de capacitación para el trabajo y es que, gracias a colaboradores y Catequistas Sopeña que los viven con sencillez, esto se percibe en el ambiente. Allí siempre he encontrado las puertas abiertas para preguntar, indagar, compartir o ser escuchada, lo que ha contribuido a que mí formación sea más integral y se mantenga el deseo de continuar siendo parte de la familia Sopeña”.

 Dios continúa deseando acercarse cada vez más a la humanidad y somos tú y yo, los encargados de hacerlo posible en lo pequeño y sencillo de cada día. Él nos conoce, sabe que cuenta con nosotros, pues este valor forma parte de nuestra esencia. Nuestras entrañas se conmueven ante el dolor del otro y la empatía, con la que todos venimos a este mundo, se despierta ante el hermano, la hermana que encontramos en el camino de la vida.

Que el Señor siga sembrando nuestros corazones, el deseo permanente de salir al encuentro y esparcir en este mundo su ternura, su amor y su compasión por toda la creación.

 

TODOS SOMOS FRUTO DEL MISMO AMOR

La historia de Dolores Sopeña comenzó con una disposición de amor, de ayuda, de situarse al lado del otro, de un reconocimiento de cada persona como única y valiosa y, por supuesto, siempre digna de toda la atención y la compasión.

Así está encarnado en nuestro Carisma, porque las Catequistas Sopeña somos mujeres para los demás, y hecho realidad a través de nuestros valores.

Desde uno, vamos pasando por todos, pero desde la fraternidad y la entrega, el sentir que el otro, cualquiera que sea, es nuestro hermano, no puede suponer más que servicio, amor y bondad.

No lo podía haber expresado mejor María Jesús González, Catequista Sopeña en Loyola, en este artículo que reproducimos continuación con la intención de compartirlo y que se difunda como la semilla de la bondad.

UNA SEMILLA DE BONDAD

Ayudar a otro, es bonito y agradable. Casi siempre nos gustar hacerlo y nos deja una profunda satisfacción. A veces es un gesto espontáneo, que brota de una actitud y puede llegar incluso a lo heroico. Otras veces, nos lo hemos propuesto y lo hacemos en grupo, dentro de una institución o solos, incluso “de incógnito”. Siempre es grato.

Ayudar, ser útil a otros, nace en lo mejor de nosotros mismos. No podemos ignorar que hay una huella divina, impresa en nuestro corazón porque fuimos creados “a imagen y semejanza de Dios”. Esta huella muchas veces no se ve, el egoísmo la cubre; pero ahí está. Será bueno quizá descubrirla, cultivarla y esperar  muchos frutos y muchos buenos momentos.

Por eso, al comienzo de esta sencilla comunicación, les invito a reconocer en nuestro interior y en cada ser humano, aunque a veces resulte difícil, esa semilla de bondad, que nos hace más personas y nos orienta hacia los demás. Cada vez es más constatable (o claro) que el egoísmo y la inmadurez se dan la mano.

La sensibilidad ante el sufrimiento o carencias ajenas, es un valor, una cualidad, indica un corazón noble, profundamente humano. Hay  muchas personas excepcionales en este sentido. Dolores Sopeña fue una de ellas. La razón, quizá más profunda, es que se sitúan espontáneamente ante un semejante, un hermano. Desaparecen  las apariencias y las distancias. Perciben, más allá de lo habitual, el vínculo profundo que nos une: esa igualdad fundamental, ese origen común. El Papa Francisco dice que somos “caminantes en la misma carne humana”. Suena fuerte, pero asumir esta verdad, es la clave.

Fruto del mismo amor

Desde nuestra fe, sabemos que es realidad. Todos somos fruto del mismo amor, hemos salido de las mismas manos del Creador, de nuestro Padre Dios.

En otros casos, no parece que hay referencia religiosa expresa, pero a los que saben realmente amar y servir desinteresadamente, les mueve la misma verdad, si bien percibida de modo diferente. Algunas “distinciones” que a veces hacemos no son necesarias; más bien nos confunden. Basta saber que la bondad y el bien auténticos     – ¡eso sí! – solo pueden brotar de la Verdad y el Bien, con mayúsculas, que es Dios. No hay otra fuente.

Saber y sentir a los demás hermanos, iguales a uno mismo es un dinamismo  que “liberamos” de nuestro interior. Porque esa imagen de Dios que reconozco en mí y que me hace sentir un “hijo amado”, la veo en el otro y siento que también es amado como yo. 

Y entonces, se produce un misterioso intercambio… se abre un proceso de vasos comunicantes que nos iguala, nos enriquece, nos energiza. Mi ayuda, se convierte en la posibilidad de recibir de esa persona -quizá desconocida- la energía y la vida que brota de su mismo ser de hijo de Dios y me conecta con el Padre común.

Esta experiencia se convierte en profundo respeto, en cercanía, en gratuidad, porque lo que nos ofrecemos mutuamente no busca ni puede tener otra recompensa.

Plantear desde aquí el servicio o ayuda que deseamos prestar a los demás, nada tiene que ver con la “superioridad” ni el “paternalismo”. Es cierto que hay otras formas pienso que desenfocadas, de ayudar a los demás. Por dinero, por prestigio o vanidad, por conveniencia, etc. Son útiles, pero incompletas, no logran todo el efecto necesario, se limitan a paliar una situación, no siempre llegan a la persona, se reducen a logros “temporales”.  Se acaba la necesidad, se acaba el efecto de la ayuda.

Efecto permanente

Plantear “la acción social” desde la fraternidad, tiene un efecto permanente. La experiencia propia y la que se ha desencadenado en “el otro” ya dura para siempre. Nos hemos sentido hermanos y esta verdad ya es indeleble en ambas partes, porque, si cabe esta expresión, crecemos como personas. Dolores Sopeña decía “en esta Obra, crecemos todos a la vez…” Hace más de cien años, debió resultar una frase novedosa.

Este es el éxito y la fuerza de convocatoria que tienen algunas instituciones. El servicio que se presta es válido; pero lo que atrae es la red de relaciones fraternas que se crean.  Es lo que Dolores Sopeña enseñaba cuando decía que es necesario llegar  al corazón. No es ficción, no es romanticismo o palabras vacías. Es amor fraterno puro, real y sensible. Así se da y así es percibido. Los testimonios son numerosos.

En realidad el ejercicio de la fraternidad  no es aplicable solo a la dedicación a los demás como voluntariado o colaboración de tipo social, sino que es posible siempre, en cualquier servicio o profesión. En todas ellas puede haber, y de hecho hay,  una entrega personal, una actitud fraterna respecto al otro, sea quien sea, una atención desde el corazón y va más allá de todo pago o recompensa monetaria. Esta actitud, cualifica y da valor a nuestras actividades y, obviamente tiene efectos. 

La única salida

En este campo de las relaciones humanas, se juega todo, se juega el futuro de la humanidad. La fraternidad “es la única salida” advierte el Papa Francisco. (FT 67)

De ahí, que para “el enemigo de natura humana”, como llamaba San Ignacio de Loyola al espíritu del mal, sea este su principal campo de batalla. Sembrar odio, dividir, desunir, alejar a unos de otros, desintegrar, promover violencia, despreciar, excluir, es “diabólico”. Debemos estar atentos.

 El camino hacia el amor y la fraternidad es muy largo; pero todos podemos aportar nuestros pequeños pasos, en la convicción de que la victoria es nuestra, mejor dicho: es de nuestro Dios.

 

LA ACOGIDA PERSONA A PERSONA

La acogida es para nosotras el primer gesto en nuestra labor apostólica y este valor se adecua a las características de los alumnos y usuarios de nuestras escuelas, centros de educación de personas adultas o acciones pastorales.

Aunque la voluntad es la misma, el gesto de acogida no es igual cuando es dirigido a un niño, a un adolescente o a un adulto.

En el Centro Sopeña Badajoz, con varias etapas formativas: Infantil, Primaria, Secundaria y Formación Profesional, la acogida se inicia con una cuidada atención al niño o la niña y a su familia.

Así lo transmite Servando Hermosa Cordón, laico Sopeña y director Académico de Educación Infantil y Primaria en la ciudad extremeña, en un artículo para la revista Icono de los Padres Redentoristas y que os compartimos por aquí.

LA ACOGIDA DESDE LA MIRADA DE UN NIÑO

Cualquiera de los proyectos de acción social que conocemos comienza por un sencillo gesto de acogida, una cuidada atención y un dedicado acompañamiento en caminos que a veces resultan complicados.

Qué fácil es hacer sentir a la persona que tenemos enfrente con un gesto cómplice, una mirada, una inclinación de cabeza o la mano al corazón, que nos ponemos en su lugar, que está siendo escuchada, que entendemos sus miedos e inquietudes o que nos resistimos a no dar ese ansiado abrazo, fraterno y lleno de esperanza.

Son tiempos difíciles, en los que nuestras fuerzas empiezan a flaquear, nuestros pensamientos negativos nos invaden por titulares relacionados con la COVID en periódicos y telediarios, sobre la actualidad en nuestro país, debido a una pandemia que ha venido a tambalear nuestros pilares más fuertes.

Pilares y valores como la fe, la confianza, la solidaridad o entrega, son relegados a un segundo plano en esos titulares. Pero la realidad, es que han cobrado un lugar privilegiado en muchas familias, hogares, organizaciones y entidades, cuyo fin es desarrollar una acción social, que parte de la persona y la sitúa en el centro, o en lo más alto, de una escala de valores que cobran sentido desde el sentir como sociedad.

Sentir la acogida en un niño.

Percibir la acogida en la mirada de un niño y, por ende, en la de su familia, es tener la certeza de que, tras una visita de puertas abiertas al futuro centro educativo, han descubierto a una persona con vocación, empatía y que sabe lo que esa familia necesita, transmitiendo tranquilidad, calmando nervios, insuflando calma.

En esas miradas también percibimos la confianza en que su hijo va a estar seguro, cuidado y atendido desde el carisma propio de un centro educativo, cuya misión es dar lo mejor como equipo y saliendo a ese encuentro, adelantándose a sus necesidades.

Acogida de persona a persona

Durante este tiempo estamos aprendiendo a intuir mensajes a través de los ojos, deseamos tener esa pureza e inocencia de un niño ante todo lo que sucede a nuestro alrededor. ¿Por qué perdemos eso con el paso del tiempo? Qué bonito sería conservar esa mirada confiada y alegre.

Acompañando al adolescente

La acogida, con el paso de los años, va cambiando en la adolescencia, donde la actitud torna en rebeldía, inconformismo, cuestionando aspectos morales o la intolerancia, pasando por el amor, la compasión o la fe, para llegar a definir esa personalidad única que huye de estereotipos o influencers, que inundan las redes sociales y medios de comunicación.

Es en este momento cuando se pueden presentar plataformas de voluntariado, asociaciones de entrega altruista y entidades que promocionan a personas sin recursos.

Porque los jóvenes que quieren encontrar su lugar en el mundo van dejando así sus egos, para construir esa persona madura, con la actitud propia de una sociedad que es sensible a las injusticias, a las realidades que pasan delante de sus ojos, y con miras a un futuro de esperanza, justo y en igualdad de oportunidades.

Jóvenes con visión de futuro.

Desarrollar esos valores en un futuro laboral supone haberse impregnado de un espíritu solidario dirigido a la promoción de la persona, en la que el objetivo sea dignificar a los que le rodean con palabras y acciones.

Saber acoger es mirar más allá de esa acción social, de participar en una campaña solidaria, mandando un bizum. Es acompañar ese gesto con el calor humano de la escucha, del tiempo, de cara a un mañana esperanzador, lleno de sensibilidad y prioridades en su escala de valores.

Una oportunidad para la acogida. 

El Papa Francisco ha declarado 2021 como el año de San José: «Un padre en la ternura, en la obediencia y la acogida», destacando a través de la Carta Apostólica ‘Patris corde’, el valor de su figura.

Ahora, ser como san José, “un padre en la acogida”, es todo un reto, pues supone no poner condiciones previas, confiando en el mensaje de Dios, e identificar la debilidad y necesidad del prójimo.

“La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo”. Esa fuerza invisible a los que tienen todas las comodidades de la sociedad actual para abandonarse a esa confianza ciega y planes desconocidos que nos depara el mañana.

El lema de la sociedad es el carpe diem más ansiado, porque no sabemos qué nos guarda el destino. Pero ese carpe diem no sería lo mismo sin la oración interior de acción de gracias, por todos los dones dados a cada uno de nosotros.

 

INMA Y JAVIER, LAICOS SOPEÑA EN LIMA (PERÚ)

Inma y Javier, son Laicos Sopeña. Por cuestiones profesionales están actualmente viviendo en Lima, la capital de Perú, en una casa que tiene unas maravillosas vistas del Malecón, con el océano Pacífico de fondo.

En primera persona nos cuentan cómo está yendo su experiencia con la pandemia también por allá, cómo vive la gente en Perú el confinamiento y cómo afecta a su economía.

Nos confiesan, además, sus temores iniciales cuando oían las noticias que por medio de familia, amigos y medios de comunicación les llegaban de España.

Aquí, el Covid-19 llegó, como a la mayoría de los países americanos, algo más tarde que en Europa.

Poco a poco se fueron detectando casos, lo que llevó en un primer momento a la clausura de las clases presenciales en los colegios. Unos días más tarde se decretó el estado de emergencia y la cuarentena obligatoria acompañada con toques de queda y cierre de fronteras, hechos que por su rapidez fueron muy bien recibidos.

El tiempo ha ido pasando y el Estado ha continuado la cuarentena, aunque los casos nunca han sido tanto como en otros países. A pesar de ello, la cifra de contagiados y fallecidos sigue aumentando.

Perú es un país que vive en la calle y en las reuniones familiares o de amigos. Los mercados populares son callejeros y hay barrios enteros donde todo son comercios.

La gente suele hacer su vida en la calle, desde el desayuno hasta la cena, a la hora de volver a sus casas para descansar.

Laicos Sopeña en Lima

Las medidas de distanciamiento y de aislamiento se dificultan ya que muchas personas dependen de lo que ganen diariamente por sus ventas ambulantes para poder sacar adelante a sus familias.

Los hospitales, que llevan años reclamando recursos se han estado reforzando para la pandemia. Esto, debido a las grandes diferencias dentro de cada zona autonómica, hace que en lugares de la selva, o de alta montaña sea de difícil cumplimiento.

Este es un país muy creyente y esto ayuda a la población a mirar al futuro y confiar plenamente en Dios, por eso aunque cueste mucho sufrimiento la sociedad está muy unida y son conscientes del poder de la unión.

Vista Malecón Laicos Sopeña

De un primer momento de miedo ante el avance de la pandemia en España y la distancia que nos separa de nuestros seres queridos, hemos pasado a una aceptación de la realidad que nos ha ayudado a fortalecer nuestra relación familiar y nuestra fe como Laicos Sopeña para seguir adelante.

Comprometidos en la tarea de hacer un mundo mejor, saldremos con ánimos renovados de seguir ayudando a las personas más necesitadas de nuestro entorno”.

Inma y Javier, Laicos Sopeña, también han querido compartir con nosotros unas fotografías de la plaza de Armas, en el centro histórico de Lima, y de la fachada de la Virgen de La Milagrosa, su parroquia de referencia en la capital peruana, ubicada en el turístico Parque Kennedy.

Desde aquí, les agradecemos que hayan compartido con nosotros sus experiencias. Hasta la vista