CONOCER A DIOS PARA COMENZAR A AMARLE

No es nada raro, cada día, encontrarnos con personas agradecidas a Dios por haber conocido el  Instituto Catequista Dolores Sopeña y a nuestra fundadora.

Los testimonios de satisfacción y gratitud, también gracias a Dios, abundan en nuestras redes sociales virtuales y en el día a día de los Centros Sopeña, principal obra apostólica de la Institución.

En el Centro Sopeña Guayaquil (Ecuador), un alumno nos transmite en un bello escrito su agradecimiento a Dios y a las Catequistas Sopeña por permitirle “capacitarse en lo espiritual” cuando se acercó para capacitarse técnicamente y actualizarse tras perder su empleo.

Esta difícil situación supuso que su esposa tuviera que migrar fuera del país para buscar una nueva fuente de recursos, lo que provocó en él una depresión.

Consideró providencial que navegando por internet un día fuera a dar con la página de nuestra Fundación allí en Guayaquil. No lo pensó mucho y se inscribió para formarse al día siguiente.

Según sus palabras, “para ser sincero, en mi pensamiento solo estaba venir a este Centro Sopeña para mantener mi mente ocupada, y si pasaba o no el curso, eso no era lo importante en ese momento”.

Pero a medida que iban pasando los días, las enseñanzas del tecnólogo Fernando y “la calidad humana” de todas las personas que le rodeaban iban obrando el milagro de una confianza cada vez más fuerte en sí mismo y en su fuerza y posibilidades.

 Además de la capacitación técnica, este alumno atendía a sus compañeros, les escuchaba sus dificultades y compartía las suyas y eso le hacía sentirse cada vez mejor y más útil.

Agradece especialmente los saludos y la acogida de las Catequistas Sopeña Amadis y Jacqueline, presentes en el Centro, que siempre le recibían “con una sonrisa y una tranquilidad que me transmitían paz”.

Reconoce que el contacto con la Fundación Dolores Sopeña le cambió la vida al permitirle “conocer a nuevos y verdaderos amigos y sentirse apreciado y mucho más cercano a Dios”.

Como no, también se sintió inspirado en todo momento por la gran fortaleza de servicio de Dolores Sopeña con su don de ayudar y capacitar a todas las personas.

En esencia, nuestro agradecido alumno manifiesta feliz que ahora considera que la Fundación no es solo una entidad sin más, sino su familia, “mi gran Familia Sopeña”.

EMOCIÓN DE SENTIRSE ACOMPAÑADOS POR DIOS

De igual forma que simplificamos nuestro estado de ánimo o la reacción a un mensaje con los nuevos emoticonos -esas caritas de las redes sociales, que creemos que expresan mejor que nosotros cada emoción- reducimos el significado de algo tan grande y complejo como la alegría.

Mane Arenas, Catequista Sopeña en la Comunidad de Bogotá, nos comparte en un artículo para la revista ICONO, que lo que significa la alegría, en referencia a lo que sentimos ante acontecimientos, personas o lugares concretos, se queda inmensamente corto ante la alegría de quien se siente amado y acompañado siempre por Dios.

Y nos invita a todos los creyentes a poner de manifiesto esa alegría, ahora sí, permanente, de quien experimenta desde el corazón la presencia de Dios en nuestra vida, a pesar de las dificultades.

Por aquí os dejamos el artículo completo.

 UNA ALEGRÍA INAGOTABLE

Hoy en día hemos simplificado la comunicación de las emociones, sobre todo aquellas que tienen que ver con expresiones de alegría o satisfacción, encontrándonos con una variedad de emoticones cada vez más originales y simpáticos.

En mensajes cortos, con pocas palabras y más representaciones, compartimos aquello que podemos estar sintiendo en el momento. Las imágenes se han convertido en traductoras de un mundo complejo como es el de las emociones, sin llegar a descubrir si comunicamos verdaderamente lo que nos mueve por dentro.

La palabra alegría fácilmente nos puede llevar a simplificar el término, reduciéndolo a acontecimientos, personas o lugares concretos; seguramente contenga todo eso, pero nos quedamos cortos, porque implica mucho más, sobre todo, si nos referimos a la alegría que proviene de Dios, aquella que brota casi espontáneamente en el corazón de quien se siente amado, sostenido y acompañado durante su vida.

Emoción Alegría1

 

Los creyentes de hoy, tenemos como tarea manifestar con nuestra vida, la alegría que nos provoca la presencia de Dios en ella… un Dios que se ha acercado a nuestra historia, haciéndose uno como nosotros, para experimentar también la alegría, más que como una emoción, como un estado permanente y contagioso, en el que vivía.

Y a eso estamos llamados quienes creemos en la Buena Noticia, no como un mensaje recibido, sino como un estilo de vida que toca y trastoca, todos sus ámbitos.

Sobrellevar las dificultades

Esto no quiere decir ausente de momentos difíciles porque, suelen creer algunos, que el creyente, solo por el hecho de profesar una fe, no debería tener problemas… eso no es así, las dificultades aparecen, los conflictos muchas veces abruman y la debilidad se manifiesta continuamente. Lo que nos diferencia y le da un plus, por decirlo de alguna manera, es la forma de sobrellevar esas circunstancias, por la fe y la confianza que colocamos en aquel que nos ha salvado, aquella que nos permite caminar agradecidos en un mundo no siempre alegre.

Bien lo dijo el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelli Gaudium: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”.

Por lo tanto, ¿de dónde brota entonces esa alegría?… pues del encuentro con aquel que da sentido a la existencia, un encuentro cargado de realidad, en donde Jesús se acerca, conoce, toca y transforma la vida de aquel que esté dispuesto a dejarse modelar por él.

Así lo pueden confirmar quienes han vivido la experiencia de Ejercicios Espirituales, pues en el camino que recorren descubren el paso de Dios en sus vidas, en los detalles y la delicadeza con que este se manifiesta. Es la oportunidad de llenarse, no solo de paz, sino sobre todo de una alegría desbordante, que te lleva a contagiar a otros a vivir esta experiencia.

Dios en lo cotidiano

Del mismo modo, si estamos atentos en lo cotidiano, seguramente descubrimos las miles de formas que tiene Dios para comunicarse; transformándose en las mejores palabras, un paisaje con sonidos naturales, la risa de un bebe por la mañana, el saludo del anciano que pasea por el parque, la caricia de la madre, el crujir de las hojas secas que pisas en otoño… todo esto no es más que expresiones sencillas, donde en la vida de cada ser humano, se va encarnando la alegría de Dios.

Alegría emoción2

Otro espacio fundamental para experimentar alegría, son las acciones donde nos entregamos por entero a una misión, donde dedicamos nuestro tiempo y esfuerzo para que otros puedan tener una mejor calidad de vida, donde la retribución muchas veces no es monetaria, sino que se traduce en un ¡GRACIAS! muy sentido.

Quienes acuden a los centros de formación; tanto colaboradores como alumnos, comparten con sencillez el ambiente cálido y acogedor que alegra el corazón de quien se siente amado y respetado en dicho lugar.

Y cómo será de importante la alegría para las Catequistas Sopeña que justamente lo vivimos como un valor dentro de la vida comunitaria, pues ya lo decía nuestra Fundadora Dolores Sopeña “Me gustan mucho los espíritus alegres” …

Quienes son enviados por Dios a una misión, agradecidos por la elección, ponen al servicio de los demás, los dones y talentos recibidos para que el Señor los multiplique diariamente y llegue de esta manera, a más personas que necesitan colorear sus vidas con esta alegría inagotable que proviene de vivir el Evangelio en plenitud.

Ahora que está tan de moda la palabra contagio, contagiemos de esa alegría evangélica, que nunca se agota y que siempre se renueva; pintemos con más colores el lienzo que cada mañana se coloca a nuestra disposición al comenzar una nueva jornada, alegrando un poco más el pedacito de mundo que a cada uno se nos encomienda.

 

RECONOCERSE EN EL AMOR DE DIOS

El amor que Dios ha depositado en cada uno de nosotros, en forma de fortalezas y virtudes, es lo que nos impulsa a crecer, a ayudar, a ser mejores, conscientes de que somos hermanos en un mismo mundo, a salir adelante a pesar de las dificultades.

Pero no nos engañemos, a veces, a pesar de los esfuerzos y del amor de Dios, que nunca nos falla, las cosas no nos salen como nos gustaría.

En todos los casos, sin embargo, es importante contar también con el impulso y el apoyo, el amor de las personas más cercanas, que con el objetivo de descubrir esa joya que Dios deja en nosotros, se embarcan en hacer de este mundo, un mundo mejor, más justo y habitable para todos.

Nosotros somos afortunados de tener un excelente ejemplo en Dolores Sopeña.

Pasar del yo y nuestras circunstancias, al nosotros; de una vida simple y costumbrista a una vida entregada y consciente por ser hijos de Dios, es lo que marca la diferencia, precisamente eso tan invisible.

Así nos lo cuenta Ángela Yaneth Franco Silva, Laica Sopeña en Colombia, en este nuevo artículo, escrito para la revista ICONO de los Padres Redentoristas.

Ángela nos da las claves de cuántas personas que pasan por nuestros Centros Sopeña en el mundo se han dado a los demás, les han ayudado a perseguir sus sueños, luchar por sus metas y, cuando llegan a nuestras aulas… han descubierto que también les llega el turno de darse una oportunidad a sí mismos.

LO INVISIBLE: UN SECRETO BIEN GUARDADO

Descubrirnos a nosotros mismos y detectar los recursos con los que hemos sido dotados es abrir la ventana hacia el hallazgo de nuestra riqueza mayor: ser hijos de Dios.

Lo que vemos

María Hermelinda nació en una de las regiones más pobres de Colombia. Trabajó en el campo y cuidó a sus nueve hermanos desde que tenía uso de razón; ella era la mayor. A sus once años, estaba cansada de tanto “trajinar”. Entonces, decidió viajar con una tía a Bogotá para “salir adelante”.

María Hermelinda ha trabajado en el servicio doméstico desde los once años; ahora tiene 64. Gracias a su esfuerzo y dedicación, su hija se convirtió en una profesional.

Un día, María Hermelinda llegó por casualidad al Centro Sopeña. Desde entonces, comenzó a aprender a leer y a escribir; se graduó de Primaria; cursó la Secundaria; asistió a clases de Culinaria y Modistería; “de todo un poco”, como dice ella. Además, asistió entusiasmada a la tertulia dominical, un espacio en el que compartimos la vida y crecemos juntos.

Actualmente, sigue ayudando a su familia en el Chocó; tiene casa propia; su hija vive con el esposo y espera su primer bebé.

Lo que no vemos

Podemos estar con personas como María Hermelinda, una mujer afrodescendiente, robusta, que habla rápido y fuerte, con manos grandes, y ni siquiera imaginar quién es, si se ha alimentado bien, si es desplazada por la violencia, si ha podido estudiar, si sus sentimientos se han ensanchado por la aparición de nuevas relaciones, si su vida tiene un sentido más allá de la realidad de todos los días. Tan solo vemos la superficialidad de su color, vestido y cabello rizado, si nos detenemos en algo, porque, la mayoría de veces, seguimos de largo sin brindar una sonrisa o unos buenos días.

Asimismo, desconocemos el secreto de María Hermelinda. Ella vino a Bogotá para “salir adelante”, para que no la “ignoraran” y, sobre todo, para que no la “insultaran” llamándola “analfabeta” cuando decía que no sabía firmar.

Lo nuestro

Con este pronombre, el panorama empieza a cambiar. Ya no somos seres que buscan el beneficio personal ni nos reducimos a lo que se ve por fuera; ahora somos yo y el otro, los otros y yo: somos “nosotros”.

Objetos del amor de dios

Nos convertimos en personas con un universo interno valioso. No somos tan solo el producto de condiciones particulares (raza, edad, orientación sexual, condición social, creencia política o religiosa). Somos parte de algo mayúsculo y sustancial, que nos otorga una identidad universal: somos hijos de Dios, de un Dios que nos ama, que nos hermana, que quiere nuestra felicidad. Cuando esta verdad nos toca, por arte de amor, nos sorprendemos sentados frente al banquete en donde se sirve la dignidad en porciones iguales.

Dolores Sopeña nos enseña a ser samaritanos en todo momento y lugar, en medio de la calle, en el bus, en las redes sociales. En estos lugares y momentos, podemos acercarnos y ofrecer lo nuestro, lo de todos, ese ser dignos para nosotros mismos y para los demás. Es muy probable que Dolores o una de sus hijas, nosotros mismos u otros tantos, contagiados por esta misión, veamos a personas como María Hermelinda, les abramos las puertas y las invitemos a pasar.

En general, las personas que vienen a estudiar la Primaria a nuestros centros, han ofrecido su vida a otros para acompañarlos en la realización de sus metas, se han olvidado de sí mismas en ese darse continuamente, pero nosotros no nos olvidamos de ellas.

Allí nos encontramos con la gran posibilidad de cambiar la mirada indiferente que anula a las personas, y la interesada que busca sacar provecho de ellas, por una mirada que ve a hijos e hijas amados por Dios, que tienen su propia valía.

En ese sentido, María Hermelinda empieza a encontrar aquello que le hacía falta adquiriendo ciertos conocimientos, compartiendo sus experiencias e intercambiando saberes, ampliando sus horizontes y afectos, acercándose vivencialmente a valores como el amor, la amistad, la solidaridad, la fraternidad, la cercanía, el respeto y la dignidad. María Hermelinda ya no será la misma, pues ha descubierto que ella es hija de Dios y Él es quien la dignifica otorgándole el diploma más meritorio de su vida.

Descubriéndose amado por Dios, el hombre comprende la propia dignidad trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y a salir al encuentro del otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas.

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 4. 

La joya más preciosa

En entrevistas a estudiantes de Primaria, me encontré con estas respuestas:

1.         ¿Para qué aprender a leer y a escribir?        

2.         ¿Por qué lo mantuviste en secreto? 

3.         ¿Qué harás cuando aprendas?

José: 1. Quiero ser importante. 2. Porque me trataban mal. 3. Seré especial y me sentiré feliz.

Juana: 1. Para enorgullecerme de mí. 2. Yo me avergüenzo de mi persona. 3. Le leeré la Biblia a Jesucristo en la iglesia.

Pedro: 1. Por sentirme igual que los demás. 2. Porque me humillan, se burlan de mí. 3. Seguiré adelante estudiando más.

En José, Juana y Pedro, se vislumbra la búsqueda de la joya más preciosa: el descubrir que son hijos de Dios, su más alta dignidad, el más incalculable conocimiento al que pueden aspirar.

Ángela Yaneth Franco Silva

Laica Sopeña. Bogotá (Colombia)

ICONO NOVIEMBRE-21

SALIR AL ENCUENTRO DE LA REALIDAD

Salir al encuentro de las personas que viven hoy y antes en la desesperanza, tal y como hizo Dolores Sopeña, supone no solo un movimiento físico, de acercamiento, sino, sobre todo, un movimiento interior, que nos debe colocar ante una persona por descubrir, más que ante necesidades que aliviar.

Un desplazamiento que transmita en todas sus formas el Amor de Dios.

Así nos lo cuenta Mane Arenas, Catequista Sopeña en Bogotá (Colombia), en este artículo de colaboración en la revista Icono de los Redentoristas, en el que nos muestra una de las formas de “contagiar el Amor de Dios”.

En nuestro Carisma y, a través de la formación en el mundo del trabajo, nos movemos hacia los demás, hacia el otro, facilitando además de la capacitación profesional, espacios de encuentro para la vida misma.

UNA FORMA DE ACERCAR A DIOS

Salir al encuentro es una actitud heredada. Alguien, antes de que nosotros siquiera lo pensáramos, salió en nuestra busca, por amor y para invitarnos a amar. Y es que, en infinidad de oportunidades, y en ocasiones sin darnos cuenta, ha sido el mismo Dios quien ha salido a nuestro encuentro primero, como suele decir el papa Francisco: Él nos “primerea en el amor”, pues salió de la eternidad para hacerse transitoriedad, dejo su inmortalidad, para experimentar la mortalidad y compartir con el mundo la Vida… y digo vida con mayúsculas, porque a Jesús, le bastaron solo 33 años para vivir plenamente su humanidad y mostrarnos con su andadura en esta tierra, que la felicidad que Dios nos propone, surge del salir de uno mismo, para encontrarse con el otro.

Muchos han optado por este camino. Francisco de Asís, Alfonso María de Ligorio, Dolores Sopeña, Alberto Hurtado, la madre Teresa de Calcuta, Laura Montoya… son algunos nombres de la extensa lista de personas que hicieron de su historia personal, un camino permanente, en el que, situaciones, lugares y diferentes rostros, fueron el centro de su hacer.

Hombres y mujeres mirados, amados e invitados por Dios, sintieron en su interior la llamada de Cristo a salir a su encuentro en el más necesitado. Se movieron con el corazón inflamado por la fuerza de su Espíritu, encontrando nuevas formas de acercar la ternura de Dios a un mundo fragmentado, descubriendo en cada hermano y hermana golpeados por dolor, la pobreza, el abandono, la fragilidad, el mismo rostro de Cristo que les interpelaba.

Hoy en día, somos muchos los que, siguiendo los pasos de Jesús e inspirados por estos primeros seguidores, transitamos por estos caminos, que, aunque hoy sean diferentes a los suyos, los recorremos con la misma convicción, con el mismo impulso, con el mismo deseo de salir al encuentro de realidades que necesitan atención, con la misma ilusión de hacer visible el amor de Dios a tantas vidas hoy desesperanzadas.

Es así como la formación del mundo del trabajo, la capacitación de personas que no han tenido la oportunidad de desarrollar sus habilidades, forman parte de esas plataformas que nos permiten movernos hacia el otro, brindando, no solo espacios formativos, sino lugares de encuentro donde compartir la vida.

Una actitud que nos descentra…

Puede parecer fácil encaminarnos hacia el otro, sin embargo, salir al encuentro implica no solo movimiento físico, sino, sobre todo, un desplazamiento interior, en el que, colocando todos nuestros sentidos a disposición de la realidad, estamos atentos a las necesidades que surgen, descubrimos en el otro, más que una carencia que cubrir, una persona a la que conocer, escuchar, animar y transmitir la certeza de que somos hijos de un mismo padre y, por lo tanto, hermanos. Supone contagiar el amor de Dios como Padre, que sale hoy al encuentro de la humanidad, a través de nuestras manos, miradas, palabras y actitudes…

 

Salir al encuentro personas

 

Muchos son los laicos que hoy viven también desde esta actitud, Nancy Madroñero, colaboradora del Centro Sopeña Bogotá, nos comparte: “En estos años de colaboración, he aprendido a tener en cuenta a todas las personas, cada una con sus experiencias de vida y los valores que aportan a la riqueza de la Fundación. Se evidencia en ellos la presencia de Dios, sobre todo en los más necesitados, ya sea de conocimientos, compañía, escucha, empatía… Salimos al encuentro para acogerlas, como si fuera el mismo Dios tocando a nuestra puerta”.

¿Y cómo perciben este valor los destinatarios, aquellos a los que ‘salimos al encuentro’? Deissy Salcedo nos comenta: “Mi experiencia en el Centro de Formación Sopeña Bogotá ha estado marcada por matices de cercanía, acogida y afecto, valores que no esperaba encontrar tan arraigados en un espacio de capacitación para el trabajo y es que, gracias a colaboradores y Catequistas Sopeña que los viven con sencillez, esto se percibe en el ambiente. Allí siempre he encontrado las puertas abiertas para preguntar, indagar, compartir o ser escuchada, lo que ha contribuido a que mí formación sea más integral y se mantenga el deseo de continuar siendo parte de la familia Sopeña”.

 Dios continúa deseando acercarse cada vez más a la humanidad y somos tú y yo, los encargados de hacerlo posible en lo pequeño y sencillo de cada día. Él nos conoce, sabe que cuenta con nosotros, pues este valor forma parte de nuestra esencia. Nuestras entrañas se conmueven ante el dolor del otro y la empatía, con la que todos venimos a este mundo, se despierta ante el hermano, la hermana que encontramos en el camino de la vida.

Que el Señor siga sembrando nuestros corazones, el deseo permanente de salir al encuentro y esparcir en este mundo su ternura, su amor y su compasión por toda la creación.