¿TÚ TAMBIÉN QUIERES SER DOLORES?

Las Catequistas Sopeña lo somos porque un día, de alguna y variada manera, conocimos a Dolores, nuestra fundadora, y nos enamoramos de su Carisma, de su espiritualidad, de su forma comprometida y valiente de estar en el mundo y estar para los que convivieron con ella.

En muchos casos, se trató de un auténtico flechazo de amor a Dios y comunión con la forma en que Dolores Sopeña, mujer adelantada a su tiempo, descubrió el modo de dar a conocer a Dios a todas aquellas personas alejadas por desconocimiento, malas experiencias o prejuicios.

Su sensibilidad a las problemáticas sociales de finales del siglo XIX se plasmó en la promoción humana, el anuncio de Jesucristo y la construcción de un mundo fraterno, como las formas honestas y creíbles de vivir y hacer vivir el Evangelio.

En la publicación Las Catequistas Sopeña nos cuentan, se ponen de manifiesto los rasgos de nuestro Carisma y los elementos esenciales de este estilo de consagración a Dios.

Una a una, expresamos cómo recibimos la inspiración con la que Dios nos llamó, cómo vivimos la oración, nuestra respuesta apostólica en la actualidad o la experiencia de vivir en Comunidad.

La personalidad de la fundadora del Instituto Catequista, la Beata Dolores Sopeña, es el motivo de muchos de los acercamientos a la institución, constituida en 1901.

Te animamos a leerlo y conocernos un poco más.

En el vídeo Yo soy Dolores, que también te invitamos a ver es evidente la convicción y la felicidad en nuestras vidas.

Una confianza que ya aprendimos de Dolores Sopeña, quien aseguró que “Nos arrojamos en sus amorosos brazos, y entonces todo lo podemos y somos conducidas adonde no podíamos imaginar, y hace Apóstoles y Fundadores y todo cuanto le place, porque Él lo es todo y lo puede todo”.

Y tú ¿también quieres ser como la Beata Dolores Sopeña? ¿Quieres continuar con la Misión que hace más de un siglo ella comenzó? ¿Quieres darle un sentido a tu vida a través de la consagración a Dios y la vocación de servir a los demás?

¡Conócenos!

HACER DE TODOS UNA SOLA FAMILIA

Como decía San Juan XXIII, en la Humanidad, en la familia humana y contando con todas las diferencias posibles, “es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos separa”.

Nos conviene entender cuanto antes y no olvidar esta verdad que nos recordaba el Papa y que nos rememora también Ángela Franco, Laica Sopeña en Bogotá (Colombia), en un artículo para la revista ICONO de los Padres Redentoristas.

También se materializa en uno de los sueños de nuestra fundadora, la Beata Dolores Sopeña, sobre “hacer de todos una sola familia en Cristo Jesús” porque todos, sin duda, somos hijos del mismo Dios, del mismo Padre Celestial, que es el objetivo y fin de nuestro caminar. Es camino, verdad y vida.

Solo hemos de querer conocernos y conocerlo a Él, tener esa posibilidad, para poder amarlos, especialmente a los más débiles y vulnerables.

Puedes leer el artículo completo a continuación:

LA FAMILIA HUMANA

La familia humana crece cada vez más y, como dicen las madres, ningún hijo es igual a otro, del mismo modo que ninguno de los dedos de la mano se parece. Sin embargo, no importa la variedad, extrañeza y desconocimiento que podamos tener sobre nuestros hermanos, pues nuestro Padre Celestial sabe cuántos cabellos tiene cada uno, sus necesidades, sueños, pesares.

La persona humana

Las definiciones a menudo son odiosas, porque dejan por fuera aquello que no se ajusta a ellas. En este sentido, el concepto de persona no ha sido la excepción. Se ha llegado a reducir a la persona a su racionalidad, a su capacidad de discernir, reflexionar, tomar decisiones y nada más. Entonces, ¿los fetos, niños, ancianos e individuos con capacidades diferentes no son personas, no merecen nuestra protección?

Por otro lado, se ha trasegado al intentar comprender este vocablo, que nos refundimos en lo mental, emocional, social, espiritual y en otras tantas dimensiones que quieren dar cuenta de quiénes somos y de lo que somos capaces de hacer y… adivinen… enredamos la pita pensando en múltiples elucubraciones, nos extraviamos y perdemos de vista a la persona de carne y hueso que está frente a nosotros.

Yo, particularmente, adopto la definición que nos ha aportado el Cristianismo, que es la siguiente:  Uno, la persona superior o Trinidad o Persona Divina; dos, la persona humana; y tres, las infrahumanas, es decir, los animales. Por otro lado, a nosotros, como personas humanas que somos, que ostentamos la razón, se le suma la libertad que nos es intrínseca y el espíritu. Este último, el espíritu, es el que nos acerca a la divinidad, nos diferencia de los animales y nos otorga la identidad: ser hijos de Dios. La dignidad humana es esta y la poseen todas las personas, sin distingo alguno.

Asimismo, esto implica que todas las personas humanas, absolutamente todas, son sujetos de derecho y protección. Por ello, se han marcado especificidades con relación a los derechos humanos para incluir a muchos grupos poblacionales en sus diferencias, con el fin de que el derecho a la igualdad se mantenga.

La pulverización de la persona humana

En los tiempos de Adán y Eva, la desnudez era signo de inocencia, bondad y transparencia. Sin embargo, cuando entra la tentación, la desobediencia, la mentira y el pecado, la inocencia, la bondad y la transparencia tuvieron que cubrirse porque se tornaron pecaminosas. ¿Y qué hicieron Adán y Eva? Se cubrieron; tejieron vestidos de hojas de parra y velaron sus cuerpos al igual que sus personas.

En los tiempos actuales, pareciera que Jesucristo no hubiera venido a devolvernos esas virtudes primeras, pues continuamos tapados, cubiertos, velados y nos vestimos con diversos y muy diferentes materiales, tan extraños unos de otros que nos desconocemos y rechazamos. En lugar de la igualdad, parece que reina la diferencia en pensamientos, sentimientos, acciones, ideas, identidades, ideologías, creencias.

Familia Sopeña

La construcción de guetos pulula y no la hermandad. Las diferencias emergen, en lugar de la igualdad. El rechazo de unos grupos a otros ha producido bullying, acosos, violencias, guerras porque no se peinan igual ni oyen la misma música ni tienen la misma identidad sexual, la misma condición económica, social, el mismo color o sexo, la misma ideología, la misma creencia religiosa o política; o, simplemente, porque unos se creen con más derecho que los otros.

El Papa Bueno, San Juan XXIII, ya nos había alertado sobre una gran necesidad, qué bueno atender a esta verdad: “Es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos separa”.

Hacer de todos una sola familia en Cristo Jesús

Uno de los sueños de la Beata Dolores Sopeña es “hacer de todos una sola familia en Cristo Jesús”.

  • Esta palabra entra en coherencia con la Iglesia Católica Universal, abierta para todos.
  • Una sola familia. No dos ni tres ni cuatro, una sola familia cuya unión se fundamenta en que todos sus miembros son hijos del mismo Padre Celestial.
  • En Cristo Jesús. La familia humana se une en torno a Cristo Jesús, nuestro redentor. Con él, todo tiene un norte. Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Dolores insiste en que “las personas no se aman porque no se conocen”. En estos tiempos en los que la familia humana está creciendo en miembros nuevos, dejémonos guiar por Dolores y empecemos a conocer a nuestros hermanos para aprender a amarlos. Igualmente, como nos dice la Beata, tengamos en la mira a los más vulnerables, a los hermanos que necesitan más que igualdad porque están enfermos, desempleados, encarcelados, desamparados, solitarios, abandonados, indefensos, en peligro o en riesgo de ser explotados, abusados. Jesús nos necesita para amar y cuidar de todos los miembros de la familia humana.