QUÉ HAY DETRÁS DE NUESTRAS OBRAS

En una sociedad como la nuestra, suele ser más fácil hablar de lo que hacemos que de lo que somos. Mostramos resultados, grandes obras, y está bien, pero es importante ir más allá. Por eso, es bueno preguntarnos, ¿qué hay detrás de nuestras obras?, ¿qué nos mueve por dentro?, ¿qué o quién anima e inspira nuestros sueños y proyectos?

Para Jacqueline Rivas, Catequista Sopeña, ahora en Guayaquil (Ecuador), la respuesta es muy sencilla y, por sencilla, puede parecer un tanto simple: Dios.

Así lo expresa en un artículo introducido con la afirmación de que la vida de cualquier Catequista Sopeña quiere ser la expresión de un Dios cercano.

Nuestra vida no tendría sentido sin esa referencia al absoluto, a Aquel que lo habita, lo envuelve y lo trasciende todo. Hablar de ello, por tanto, es hablar de nuestra espiritualidad, de nuestro modo de vivir el Evangelio, de aquello que nos nutre y nos impulsa, de nuestra manera de relacionarnos con Dios, con los demás, con todo…

Las Catequistas Sopeña somos, antes que nada, mujeres que nos hemos sentido miradas y amadas por Dios y que hemos respondido a la llamada a seguir a Jesús, a hacerlo visible, palpable en un mundo en el que Dios parece el gran ausente.

Nuestra presencia en traje seglar, sin ningún signo religioso exterior, nos permite vivir nuestra consagración total a Dios en medio del mundo, entre  la gente; acercarnos a las periferias existenciales de las que tanto habla el papa Francisco.

Por eso, nuestras obras apostólicas, nuestra vida, quieren ser la expresión de un Dios cercano,  que sale al encuentro de cada persona en su necesidad para que viva de acuerdo a su dignidad de hijo de Dios, pues todos, lo sepamos o no, somos seres amados que nos realizamos en el amor y en la apertura a la trascendencia.

Esa llamada a vivir en medio del mundo requiere de nosotras un corazón y una mirada contemplativos, que nos ayude a descubrir a Dios presente en todo y en todos.

Como decía Dolores Sopeña, “la creación es un templo y cada persona una imagen de Dios”.

Mirada que se afina en la contemplación amorosa de Jesús en el Evangelio y en la eucaristía. Una imagen que bien podría hablar de nuestra experiencia de Dios es la de instrumento.

Nos sentimos y sabemos instrumentos en sus manos. No somos nosotras las protagonistas, la iniciativa siempre es de Dios. Él nos mueve, nos inspira,  nos anima. Sentirnos habitadas por Él, sabernos en sus manos diestras y amorosas, es una invitación a la confianza, a la audacia, a asumir riesgos, a atrevernos a explorar caminos nuevos, a adentrarnos en aquellos sectores más alejados de Dios y de la Iglesia, pues no somos nosotras, es Él quien  lo hace todo.

obras de Dios

Otro de los rasgos esenciales de nuestra vocación es la llamada a construir fraternidad, comunión, a propiciar la espiritualidad del encuentro.

El mundo es una amalgama de formas y colores en perfecta armonía. Por eso, en nuestras comunidades, con los laicos y jóvenes que comparten nuestra espiritualidad y misión, y con todos aquellos que acuden a nuestras obras, queremos llegar a formar una sola familia en Cristo Jesús.

Misioneras en medio del mundo, ¡qué hermosa vocación!

SIEMPRE CERCA DE LOS ALEJADOS

Más cerca ya del final del sexenio, las Catequistas Sopeña han tenido la oportunidad en estos años de llevar a cabo la misión encomendada en el último Capítulo General, celebrado en Loyola durante el verano de 2019, de acercarse y atender a la población más vulnerable, a los alejados, aquellas mujeres y hombres que pasan por momentos de dificultad.

“Mirará por estar más cerca de Jesús y de los hermanos”, según se expresaba Miryam Ávila, Superiora del Instituto Catequista Dolores Sopeña, en una entrevista para El Espejo de la COPE.

En aquellos días de Capítulo sintieron muy intensamente la necesidad de avivar su cuidado hacia los más alejados, hacia aquellas personas que viven dificultades extremas, para dignificarlos.

Entonces llegó la pandemia y las necesidades y las situaciones difíciles se hicieron más acuciantes, más angustiosas.

Y ahí es donde han estado las Catequistas Sopeña, a pie de calle, llevando a cabo su misión, a la intemperie, misioneras en medio del mundo, saliendo al encuentro de cuantos las necesitaban, tendiendo la mano incluso a quiénes no sabían que la necesitaban.

Algo muy significativo del Carisma Sopeña porque pone en primer lugar a la persona, en toda su individualidad; y habla de su dignidad, de hacerla sentirse valorada, querida y aceptada.

“Esa persona, en ocasiones vulnerable, destinataria de nuestras escuelas y centros, irá percibiendo que hay algo distinto en nosotros, laicos y catequistas, e irá viviendo un proceso de formación integral”, matiza Miryam Ávila.

Precisamente esa cooperación entre Catequistas y Laicos Sopeña, que también se decidió fortalecer tras el Capítulo, permite a niños, jóvenes y adultos, usuarios de su principal obra apostólica, la Fundación Dolores Sopeña, recibir una formación integral, que redunde en una reconocida calidad humana y preparación profesional.

Expresamente, uno de los deseos de la fundadora, Dolores Sopeña.