LIBROS PARA ENCONTRARSE CON DOLORES SOPEÑA

Bien es sabido que a Dolores Sopeña, nuestra fundadora, le gustaba escribir, anotar sus reflexiones, sus preguntas, sus pensamientos, sus impresiones de los retiros, sus oraciones, y  compartirlas con sus hijas, las Catequistas Sopeña. Todo esto está recogido en libros.

Esas publicaciones hoy conforman un legado muy especial para toda la Familia Sopeña y para todas aquellas personas interesadas y dispuestas a aproximarse y conocer a una mujer excepcional, generosa y valiente, que supo adelantarse al tiempo que le tocó vivir para llevar a cabo un modelo de evangelización y apostolado, muy cercano a los más vulnerables y alejados.

Por otro lado, están aquellas publicaciones que otras personas le han dedicado. Semblanzas de su biografía, de su afán por llegar a las personas adultas, en la plenitud de su vida, decía ella, para darles a conocer a Dios y ofrecerles oportunidades de superación.

Disertaciones sobre su espiritualidad y el Carisma que se plasma en el Instituto Catequista Dolores Sopeña, constituido en 1901.

También su autobiografía, que tuvo en 2018 una  nueva edición, ampliada y mejorada a partir del texto publicado en 1976.

Con gran valor documental y testimonial, revela en sus 270 páginas la vida, pensamientos y reflexiones de una mujer extraordinaria que descubrió su verdadera vocación en “ganar muchas almas para Dios”.

Sobre esta Autobiografía, la superiora general, Miryam Ávila, dijo en la presentación de la misma que es “una perla compartida para los amigos y cercanos” de las Catequistas Sopeña.

Estas letras escritas, todos estos libros, son hoy en día un tesoro para los que veneramos a Dolores Sopeña y estamos interesados en su vida excepcional, bien como testimonio, bien como inspiración.

En la web de su Causa de Canonización, existe un espacio en el que están recopiladas todas estas publicaciones que, previa petición por escrito, están a disposición de todos aquellos que las queramos obtener.

 

 

LA MUERTE SE NOS OLVIDA

Cuando nos acercamos al otoño de nuestra vida y la muerte aparece en el horizonte, aunque la hayamos tenido presente, aunque creamos en Jesús y en la Resurrección, tendemos a olvidar ese momento inevitable.

En un artículo para la revista ICONO, Ángela Franco, Laica Sopeña en Bogotá (Colombia) nos recuerda que debemos estar preparados para el transcurrir del tiempo y, si no escondemos la Luz que nos alimenta, podemos recuperar su consuelo.

En su opinión, “pensar en la muerte no es más que traer a La Divinidad a nuestras vidas, traer el Silencio, el Amor y la Luz”.

De nuevo, en el inicio de este mes de noviembre, que comienza con los Santos y los Difuntos, evoca las palabras de nuestra fundadora, la Beata Dolores Sopeña, que en el momento de su agonía expresó: “Qué hermoso es irse al Cielo sonriendo”, satisfecha por el deber cumplido.

Por aquí os dejamos el artículo completo.

LA SABIDURÍA DE LA HOJA QUE CAE

Ha pasado el tiempo, llega el otoño y un viento leve provoca que desciendas de las ramas. Tú no protestas, lo dejas ser en ti y a ti en él… Caes… Es hora.

Los seres humanos nos debatimos entre lo humano y lo divino. No como Jesús, ni más faltaba, como los seres humanísimos que somos, que tienden a lo divino.

La inexorabilidad del paso del tiempo, aunque somos seres del tiempo, nos deja siempre pasmados. En general, casi nadie está preparado para su transcurrir, tenga su dimensión espiritual desarrollada o no. El nocaut (knock-out) de la realidad, a nosotros, grandes luchadores, nos toma por sorpresa y creemos perder no solo un round, sino la pelea completa de nuestras vidas. Sin embargo, ciertamente, conocemos la verdad.

La Verdad a voces

La voz de nuestro Padre es silente, la voz del Hijo es amorosa y la voz del Espíritu Santo es resplandeciente. El Silencio es socavado por el ruidal de este mundo, es aplastado con tanta intensidad que vivimos abrumados por el tránsito, ahogados por el excesivo contacto con la gente, reventados por el estrés del trabajo, derruidos por las multitareas que decidimos aceptar a diario, angustiados por conseguir el último iPhone. El Amor se confunde con los celos, con el dominio y el control sobre el otro; con nuestro deseo permanente de ser especiales dejando a los demás en segundo, tercero o en ningún plano; con los barrotes que enjaulan y no con las llaves que liberan. La Luz la escondemos bajo la cama y allí la mantenemos postergada, no hace parte de nuestras vidas, porque se nos olvida que la felicidad del otro es la mía; que la oscuridad se puede multiplicar, pero que una llamita la hará desaparecer en un instante; porque pasamos por alto el poder de Aquel que nos consuela, de Aquel que dispone nuestra mente para la Verdad.

la luz de la muerte

Las cachetadas de la realidad

Una de esas bofetadas que nos llega de fuera, de la implacable realidad, es la muerte. Creamos en Jesús y en la Resurrección o no, la olvidamos. Nos llega la enfermedad y nuestro vocabulario cambia: “ya no soy como antes”, “ya me tienen que hacer todo”, “ya no puedo caminar”, “tengo que tomar quince píldoras diferentes” (todo esto es obvio), “ya no me voy a pintar las canas” (¡qué bien!). Esto es esperable si nos quejamos algún tiempo, mientras aceptamos nuestra nueva condición, pero no tanto si nuestro pan de cada día es la desesperanza.

Cuando alguien de nuestros afectos muere, el diccionario se va robusteciendo: “¿por qué tuvo que sufrir tanto?” (¿cómo?), “¿por qué murió si no estaba enfermo y tan de repente?” (¿al fin qué?), “¿qué he hecho yo para merecer este castigo?” (¿es un castigo?), “no voy a ser el mismo de antes” (claro que no, serás diferente, más rico en experiencias y en el amor de Dios, porque Él habrá actuado en ti).

Acerquémonos a la muerte sin miedo… con amor

Pensar en la muerte no es más que traer a La Divinidad a nuestras vidas, traer el Silencio, el Amor y la Luz a mi día a día y al día a día de los demás. ¿Y cómo podemos hacerlo?

En el silencio de un acompañamiento está Dios; en el amor que le brindo a mi hermano por medio de una sonrisa, una palabra, una acción, está Jesús entre nosotros; en la Luz que llevo donde hay miedo, oscuridad y desasosiego está el Espíritu Santo. Conozcamos nuestra misión como católicos y llevémosla a cabo con rigor y ternura.

La Beata Dolores Sopeña lo afirmaba inigualablemente en el momento de su agonía: “Qué hermoso es irse al Cielo sonriendo” y lo decía porque la albergaba la alegría del deber cumplido.

Estar al lado del enfermo, del anciano y del que sufre es estar al lado de Dios, que está en ellos. Saber que ellos son prioridad cuando están en esas condiciones y edades nos ayuda a acercarnos en la distancia, por medio de la oración constante; o por medio de nuestros cuerpos, de nuestros pies que buscan, nuestras manos que tocan, nuestro corazón que ama, si esto nos es posible.

Dejarse caer en las manos Dios…

Añorar una buena muerte no es pedir no enfermar, no sufrir, no envejecer… Tampoco se trata de rogar por morir dormido, de un ataque cardiaco o de muertes similares. Añorar y pedir una buena muerte consiste en estar rodeados, sean cuales sean las circunstancias, de Jesús, María y José. Con eso, tenemos de sobra.

 

Oh José Bendito, tú que expiraste en el abrazo amoroso
de Jesús y María:

Cuando el sello de la muerte se cierne sobre mi vida,
ven en mi auxilio junto con Jesús y María.

Obtenme este solaz para que en esa hora pueda morir
con sus santos brazos a mi alrededor.

Jesús, María y José, les encomiendo mi ser, viviente y agonizante, en sus santos brazos.

Amén.

 

La muerte es un paso que nos conduce a los brazos de Dios; esa es la certeza, ese es el consuelo, esa es la Persona y esos son los Brazos en los que me refugiaré cuando llegue la hora.

EUCARISTÍA: ALIMENTO DE VIDA INTERIOR Y ENTREGA

La eucaristía es para nosotras, misioneras en medio del mundo, el centro de nuestra vida, el alimento de nuestra vida interior y nuestra entrega incondicional.

La eucarística es, además, una de las notas características de nuestra espiritualidad, junto a la Cristocéntrica, Mariana e Ignaciana.

La participación en la misa nutre cada día nuestra vida, sostiene nuestra acción y nuestra entrega incondicional a los demás, a los usuarios de nuestra principal obra apostólica, la Fundación Dolores Sopeña, y de nuestras misiones.

Las Catequistas Sopeña encontramos en la eucaristía y en los tiempos diarios de adoración la fuerza y silencio que nos permite llevar la palabra y el Reino de Dios en medio del mundo, en el ruidoso y a veces vertiginoso trasiego de la vida.

Estrictamente la espiritualidad cristiana es solamente una, sin embargo, en la Iglesia existen diversas escuelas y propuestas espirituales, en cuyo origen suelen estar personas que vivieron una determinada y completa experiencia de Dios que luego quisieron transmitir a sus seguidores.

La de Dolores Sopeña nos ha dejado un “modo concreto de vivir el ser cristiano”.

Se trata de un estilo de vida particular, configurado por el seguimiento de Jesús, tal y como lo hizo en su tiempo la Beata Dolores Sopeña (1848-1918). Para ella, la misa ocupa un lugar especialmente privilegiado, al que le otorga mucha importancia, y que es particularmente relevante en su espiritualidad.

De esta forma, la Eucaristía es un momento cumbre de la experiencia cristiana al expresar y concretar la unión con Cristo, entre los miembros que participan y con todos los hombres y mujeres (cf.LG 11).

A veces, cuando nos volcamos en el apostolado, cuando nuestro día a día está lleno de actividades, se corre el riesgo de descuidar el momento privilegiado de oración delante de Dios, que nos espera en el Sagrario.

Eucaristía Vélez

Pero Dolores Sopeña siempre entendió y así lo transmitió a sus hijas, las Catequistas Sopeña, que “La fortaleza que se recibe al pie del Sagrario no se parece a nada”. Y por ello, ahí pasaba largos ratos de sus activas jornadas.

Está claro que es su alimento, su fuerza y su motor, podríamos decir que el centro de su vida, más allá de su labor en favor de las personas más desfavorecidas socioeconómicamente, de las más alejadas de Cristo y de su Iglesia.

También el Papa Francisco ha incidido en multitud de ocasiones en la relación que tiene la Eucaristía con nuestra vida.

«Quien celebra la Eucaristía, no lo hace porque sea mejor que los demás, sino porque se reconoce necesitado de la misericordia de Dios».

“La Eucaristía no es un mero recuerdo de algunos dichos y hechos de Jesús. Es obra y don de Cristo que sale a nuestro encuentro y nos alimenta con su Palabra y su vida”

De igual manera, pero, con otras palabras, San Juan Pablo II nos dice que: “Todos los cristianos tenemos en la Eucaristía el alimento para nuestro camino. En ella el Señor nos comunica su propia vida y por ella Él nos pone en comunión con Dios y en comunión con todos nosotros”.

Las Catequistas Sopeña, a través de la Liturgia Eucarística, encontramos un destello de luz, la fortaleza que necesitamos en momentos de flaqueza y el consuelo en momentos de tristeza.  Es el estímulo y motor de nuestras vidas, que nos motiva a construir un mundo mejor, donde el amor fraterno se hace presente.

LA PREFERENCIA DE DIOS POR LOS HUMILDES

Gabriela Herrera Reyes, Catequista Sopeña en Santiago de Chile, nos recuerda en el último número de la revista ICONO, de los Padres Redentoristas, la llamada y la invitación del Papa Francisco a vivir la sinodalidad, “la necesidad y la belleza de ‘caminar juntos’”.

Asimismo, hace hincapié en que el Magnificat da relevancia a los humildes para quitar poder a los poderosos. En una frase, revela “la preferencia de Dios por los pobres y los humildes”.

En este sentido, Gabriela se interroga y nos interroga a todos en este artículo: Si la Iglesia sinodal exige caminar juntos, ¿no deberían ser nuestros hermanos, los predilectos del Señor los primeros en nuestro camino?

Aquí reproducimos el artículo completo:

Iglesia sinodal, cerca de los pobres

Sinodalidad expresión del Evangelio, en el que tenemos que aprender de la práctica de la autoridad en Jesús. El maestro sirve, lava los pies de sus discípulos (Jn 13,13). Todos son hermanos (Mt 23,8-10), les recuerda que el discípulo no es mayor que el maestro (Lc 6,40), aclara que ninguno es mayor que el otro (Mc 9,9) rechaza la petición de la madre que exigía los mejores puestos para sus hijos (Mt 20,21) se admiraba de los invitados que se apresuraban a ocupar los primeros puestos (Lc 14,7ss).

Lo que quiere es enaltecer a los humildes y la pérdida de poder de los poderosos, dicho en el Magníficat.

Los discípulos están llamados a continuar y reproducir el ejemplo de Jesús, dicho de alguna manera. Así, “si yo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben hacer lo mismo unos a otros” (Jn 13,14). Aprendiendo y viviendo en su compañía, hoy nos sigue invitando a ser esos discípulos en sinodalidad.

El “nosotros – Iglesia” está bien marcado en la vida de la primera comunidad descrita en los Hechos de los apóstoles (Hch 2,42-47; Hch 4,32. 35). Lucas sintetiza el modelo de referencia de la Iglesia, que bien se puede calificar como una viva experiencia de sinodalidad. “(…) todo lo tenían en común (Hch 4,32-35).

Los creyentes son “sínodo”, compañeros de camino, llamados a ser personas activas, pues son partícipes del único sacerdocio de Cristo (cf. LG 10) y destinatarios de los diversos carismas otorgados por el Espíritu Santo (cf. LG 12,32) en vista del bien común. La vida sinodal es testimonio de una Iglesia constituida por personas libres, diversas, unidas entre ellas en comunión, que se expresa de forma dinámica, como comunidad que se consolida sobre la piedra angular que es Cristo y sobre la columna de los Apóstoles. Esta dinámica de comunidad, de comunión implica a todo el pueblo de Dios, por eso, en términos de “sinodalidad”, nadie está excluido.

A los pobres los tienen siempre con ustedes (Mc 14,7)

En este contexto, la opción por los pobres, los rechazados de la sociedad, no son cuestión de iniciativa, es un deber. Es un compromiso que nace de nuestra fe en el Dios de Jesucristo. A partir de esa opción por los descartados se debe replantear nuestra evangelización, pero, sobre todo, la Iglesia sinodal. Porque si la Iglesia sinodal exige caminar juntos, ¿no deberían ser nuestros hermanos, los predilectos del Señor los primeros en nuestro camino?

El 14 de noviembre del 2021 se celebró la V Jornada Mundial de los Pobres con el lema: “A los pobres los tienen siempre con ustedes”. Jesús pronunció estas palabras en el contexto de una comida en Betania, en casa de Simón, unos días antes de la Pascua. Según el evangelista, una mujer entró con frasco de alabastro lleno de un perfume muy valioso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús.

Ante esta realidad el Papa Francisco nos dice que es fuerte la “empatía entre Jesús y la mujer, y el modo en que Él interpretó su unción, en contraste con la visión escandalizada de Judas y de los otros, abre un camino fecundo de reflexión sobre el vínculo inseparable que hay entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio”.

El rostro de Dios que Él revela es el de un Padre cercano para los pobres. Toda la obra de Jesús afirma que la pobreza es signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones inhumanas obligados a vivir. Los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a compartir la bienaventuranza (cf. Mt 5,3).

Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del “sentido de fe”[1], en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.

Humildes en la Fundación

Personas al borde del camino

Ante esta realidad, desde la experiencia Sopeña en Chile, nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un activismo, sino una atención puesta en la persona que está al “borde del camino” o que vive otros rostros de la pobreza, a quienes consideramos hermano, hermana, con los que nos enrrutamos a caminar juntos creando y acogiendo oportunidades para un bien común, para el encuentro, la fraternidad, la solidaridad…

Entendemos que Jesús no sólo está de parte de los pobres, sino que comparte con ellos todo momento. Importante lección para los discípulos de todos los tiempos. Sus palabras: “a los pobres los tienen siempre con ustedes” nos indican que su presencia en medio de nosotros es constante, y que nos involucra a compartir la vida que no admite delegaciones. Los pobres no son personas “externas” a la comunidad, sino hermanos y hermanas con las cuales compartir el sufrimiento para aliviar su malestar y marginación, para devolverles la dignidad perdida y asegurarles la necesaria inclusión social.

¡Hay muchas pobrezas de los “ricos” que podrían ser curadas por la riqueza de los “pobres”, si solo se encontraran y se conocieran! Los pobres no pueden ser solo los que reciben; hay que ponerlos en condiciones de poder dar, porque saben bien cómo corresponder.

Los pobres nos enseñan a menudo la solidaridad y el compartir. Ciertamente, son personas a las que les falta algo, les falta mucho, incluso lo necesario, pero no les falta todo, porque conservan la dignidad de hijos de Dios que nada ni nadie les puede quitar.

[1] Sensus fides: «Debido a su unción por el Espíritu Santo, todo el cuerpo de los fieles posee un sentido seguro de la fe» (Concilio Vaticano II. Lumen Gentium n. 12.)

EN EL ECUADOR DEL SEXENIO

Alcanzado el ecuador del sexenio, desde el último Capítulo General del Instituto Catequista Dolores Sopeña, en el que Miryam Ávila fue reelegida como Superiora de la institución, retomamos una entrevista publicada en la revista Ecclesia.

En un número dedicado especialmente a los laicos, una de las fuerzas fundamentales del Carisma Sopeña, junto al de las propias Catequistas.

No en vano, Miryam Ávila hace hincapié en que la propia Dolores Sopeña, fundadora del Instituto siempre se hizo acompañar de seglares, especialmente mujeres creyentes que, desde su fe, se sumaron a la evangelización y el apostolado de la palabra y el amor de Dios.

Ahora, a mitad del sexenio de este segundo mandato, las Catequistas Sopeña, trabajando en más de ocho países del mundo, siguen con la evangelización en los lugares más remotos, no solo físicamente, si no en lo social y en lo espiritual.

En las periferias a las que tanto se refiere también el Papa Francisco.

Es un desafío que se adoptó bajo el velo de la Misión Compartida, algo que no es una novedad para las Catequistas Sopeña.

Su principal obra apostólica, la Fundación Dolores Sopeña, es donde se revela verdaderamente el trabajo de los que formamos la Familia Sopeña al completo.

Ese trabajo se centra en cada persona, en cada hombre y mujer, principalmente de familias trabajadoras, que por diversas circunstancias no han tenido la oportunidad de formarse, en su más amplio sentido, y de conocer a Dios.

Entonces, en la época de la fundadora, y ahora, esos hombres y mujeres son miembros de familias con dificultades, que han tenido menos oportunidades y que, de alguna manera, se han sentido o se sienten excluidos de una sociedad que no se lo pone fácil.

Mitad de sexenio

Esa es la misión que sigue viva en tantos espacios de acción Sopeña en el mundo.

En la citada entrevista, Miryam Ávila se refiere también al “ser” de las Catequistas. “Somos, antes que nada, mujeres que nos hemos sentido miradas y amadas por Dios y que hemos respondido a la llamada de seguir a Jesús, de darlo a conocer, de hacerlo visible y palpable en un mundo en el que Dios parece el gran ausente”, reconoce con esperanza.

“Para quien no nos conozca, vivimos nuestra consagración total a Dios en medio del mundo, entre la gente más vulnerable, en traje seglar y sin ningún signo religioso externo”, explica Miryam a las potenciales Catequistas que, como reconoce reflexiva, “caen gota a gota”.

Ahora, Miryam Ávila con su Consejo General harán revisión de los objetivos fijados al inicio del sexenio bajo el lema “Renacer a una vida nueva en espíritu de esperanza” (cf. 2 Cor 5,17).

Por un lado, la necesidad de seguir en la acogida y dignificación de las personas más vulnerables y en situaciones o riesgo de exclusión; y por otro, la de dar a conocer a Dios y formar en la fe.

“Esta última línea, trascendental, se convierta en fuego en nuestro corazón, como fue el gran deseo de Dolores”, expresa Miryam Ávila.

 

EVANGELIO CONTRA LA GUERRA

El Evangelio, creído y vivido, es un arma de vida, de fraternidad y de futuro, mucho más fuerte y potente que todas las armas destructoras que, desgraciadamente, usamos a diario en el mundo.

El Papa Francisco insiste siempre y en su carta Fratelli Tutti nos muestra decenas de razones y caminos, herramientas y motivaciones para ser solidarios, practicar la fraternidad con los cercanos y los lejanos y hacer verdadero el amor.

Nos lo cuenta así, María Jesús González, Catequista Sopeña, ahora en Loyola, muy cerca siempre de Dolores, en un artículo compartido en la revista ICONO de los Redentoristas.

Precisamente, toma como referencia el ideal de fraternidad de Dolores Sopeña, y afirma dándonos esperanza que el Reino de Dios sigue en construcción y que, en estos tiempos de conflictos bélicos y de grandes distanciamientos sociales, “solo la fraternidad hará el milagro”.

Por aquí tenéis el artículo completo sobre la fuerza del Evangelio.

LA FRATERNIDAD HARÁ EL MILAGRO

¿Cómo podemos describir la situación que estamos viviendo en Europa y sus repercusiones mundiales? ¡La guerra en Ucrania! La explosión de una maldad inimaginable en nuestro siglo.

Nos faltan las palabras, nos aturde lo incomprensible. Contemplamos atónitos las imágenes de destrucción y muerte, sufrimientos humanos enormes, miles de vidas destrozadas, migraciones masivas, adultos sin rumbo, niños asustados, hombres jóvenes defendiendo la patria con sus vidas… y brotan en nuestro corazón, la indignación, la compasión, la solidaridad, la tristeza y una especie de miedo, sospechando que estamos ante una situación peligrosa, desconocida, en alto grado imprevisible.

La lucha entre el bien el mal comenzó a existir muy pronto y, de una forma u otra, aflora siempre. El mal habita en el corazón del hombre, del ser humano (también el nuestro) dañado profundamente por el pecado original y tiene muchas caras; la peor de todas es el egoísmo y la soberbia que le lleva a no reconocer a su Creador y a no respetar ni amar a sus semejantes. Aunque es cierto que el interior solo lo conoce Dios, nosotros conocemos “el árbol por sus frutos” y éstos si los vemos y sufrimos.

Lo que sale del corazón

Jesús dijo que lo que realmente daña al ser humano es lo que sale del corazón… Las bombas, los misiles destructores, “explotan” antes en el corazón de los que traman la guerra… Su responsabilidad es tremenda, pero, aunque parezca raro, son los primeros destruidos y dignos de compasión. Es la degeneración total, el monstruo. La historia los pondrá en su lugar.

Afortunadamente, en medio de este panorama desolador, hay gestos que parecen pequeños, insignificantes como gotas en este inmenso mar de violencia y odio: La familia ucraniana que recibe a un soldado ruso perdido y hambriento; le da de comer y le facilita una llamada a su madre para decirle que está vivo. Y el grupo de vecinos que espontáneamente ayuda a un paracaidista ruso, enredado en unos cables al descender… y ¿qué decir de los numerosos voluntarios e iniciativas de acogida y ayuda a los millones de refugiados?

Es loable y decisiva la ayuda internacional, el envío de armas, el apoyo moral. Hay que hacerlo. Es condenable la invasión de un país soberano… es legítima la defensa de su territorio y, sobre todo, de las personas y su patrimonio material, cultural y espiritual; pero la lucha armada es una solución a medias. Habrá vencedores y vencidos y se repetirá la historia en cualquier momento. No parece que la mayor parte de los seres humanos somos capaces de respetarnos profundamente y lograr un entendimiento duradero.

Los organismos internacionales, ciertamente son un logro, pero a la hora de la verdad, resultan frágiles y poco eficaces.

El mandamiento del amor

Lo dramático es que muchos de los que creemos en Jesucristo y conocemos su encargo principal, el mandamiento del amor, no siempre lo ponemos en práctica. ¿Dónde nos queda “el amar también a los enemigos!, ¿dónde queda si te piden la capa, entrega también el manto? ¿Será solo para ámbitos privados o “próximos” y no para que alcance a toda la Humanidad?

No. No es lo mismo “lo personal” que lo “público o social”, pero del corazón sale todo y debe haber una forma de combinarlo y dar pasos hacia la paz. Por ejemplo: dejar de fabricar armas. El Papa Francisco no tiene miedo a repetir esta petición y en su carta Fratelli Tutti podemos encontrar pautas preciosas y motivaciones para vivir la solidaridad, la fraternidad, el amor a todo nivel.

El Evangelio, creído, saboreado y vivido tiene en si un potencial más eficaz que todas las armas del mundo.

Una guerra “al revés”

Pero… es otra locura, es una guerra “al revés…” con victoria segura a largo plazo y los seres humanos, en general, no parece que estamos cerca de este planteamiento. El Reino de Dios solo ha comenzado, pero todavía no llega.

Sin embargo, ¡ha comenzado! Si, está entre nosotros, crece en silencio y está más vivo de lo que parece. Conocemos testimonios que demuestran que esta locura es posible y hace feliz. La Iglesia Católica en las beatificaciones y canonizaciones nos presenta algunos, ideales ya realizados que estimulan y atraen.  Vidas variadísimas, todas han vivido en alto grado la fe, la esperanza y el amor. Sobre todo, el amor.

El pasado 15 de mayo tuvo lugar la canonización de Carlos de Foucauld. La revista Vida Nueva de esa semana, al comienzo del Pliego le reconoce como “hermano universal”. Desde el desierto y “en contacto” con otros; un contacto estrecho y respetuoso con los que eran diferentes, con todos. Merece la pena leer todo el Pliego.

Como hija de Dolores Sopeña, descubrí en el nuevo santo un aspecto que coincide con ella.  Sus caminos son diferentes; pero ambos buscan y proponen el ideal de fraternidad. “Hacer de todos los hombres una sola familia en Cristo Jesús” era el ideal de Dolores. Y esto en unos tiempos de grandes distanciamientos sociales. Solo la fraternidad hará el milagro.

También hay una coincidencia en el modo de hacerlo: la relación directa con la gente.  Es el mejor medio para disolver las distancias, la indiferencia y hasta el “odio”. Acercarse, escuchar, mirar a los ojos, respetar profundamente… esperar. Dolores siempre desea “llegar al corazón”, y amar incondicionalmente. Nada prepara mejor el camino para “dar a conocer a un Dios tres veces santo y mil veces Padre…” y llegar así a vivir como hermanos.

 

UN ACOMPAÑAMIENTO MUTUO

La Comunidad de Catequistas Sopeña en Sevilla viene trabajando y haciendo acompañamiento en barrios de Sevilla desde hace más de cinco años.

Se trata de una evangelización al estilo Sopeña, materializada desde la salida al encuentro, de buscar y hallar al otro, al hermano o hermana que tiene necesidades básicas importantes que cubrir, pero también un deseo acuciante y firme de encuentro con Dios.

En estos barrios hay muchas personas, inmigrantes latinos, que participan comprometidos en la vida de las parroquias.

En el camino con ellos, las Catequistas Sopeña constatamos que “entre evangelización y promoción humana existen efectivamente lazos muy fuertes, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos” (Cf. EN 31).

Para nosotras, es un acto de fe trabajar por mejorar las condiciones socio económicas de muchos hermanos que dejan atrás un hogar, una familia y su lugar en el mundo para ofrecer lo mejor a los suyos.

Así nos comparten su experiencia Lolo y Sandra, en un artículo de la Revista ICONO. A lo largo del texto, también nos recuerdan que es una labor de acompañamiento mutuo.

De un lado las personas migrantes que se sienten “importantes, útiles y aceptadas” y pueden acceder a nuevos horizontes y oportunidades y, por otro, nosotras que, acompañadas de sacerdotes y laicos, “encontramos en ellos el rostro de nuestro Señor a quien hemos ofrecido la vida en el servicio a los demás”.

Por aquí os dejamos reproducido en su totalidad el artículo:

UNA EXPERIENCIA EN SALIDA

Hace ya cinco cursos que estamos prestando servicios pastorales en las parroquias Nuestra Señora de la Candelaria y Blanca Paloma, enclavadas en los llamados “tres barrios” de Sevilla.  Barrios reconocidos entre los siete más pobres de España; marcados no solo por el desempleo, sino también por el tráfico y consumo de drogas, alcoholismo, deserción escolar, inmigración…

Es un don de Dios poder acercarnos y acompañar la vida de tantas hermanas y hermanos nuestros que buscan y encuentran a Dios en medio de sus vidas agitadas, endebles, precarias e inciertas. Nos sobrecoge toda la bondad y gratuidad que descubrimos día a día en tantos gestos sencillos y sin pretensiones que entre ellos se ofrecen, en palabras del Papa Francisco “el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor” (F.T 81).

Sacerdotes, laicos y consagrados somos testigos de muchas historias personales y grupales de reencuentro, crecimiento, transformación, promoción y, por qué no, de “redención”. 

Como no responder a la invitación que del Señor hemos recibido para colaborar en el desarrollo de cada persona y de toda la Comunidad.

Acompañamiento en Sevilla

Salir al encuentro

Desde nuestra vocación Sopeña vivimos este servicio de evangelización como un “salir al encuentro”. Para nosotras esto supone una espiritualidad de permanente éxodo, de ponernos en camino para ir al encuentro del otro, dando testimonio de amor cristiano en las necesidades y esperanzas de nuestros hermanos, y preparar así el camino al Evangelio.

No podemos esperar que llamen a nuestra puerta, es urgente que salgamos nosotras al encuentro en sus casas, en la parroquia, en las calles, plazas… y allí donde ellos se juegan la vida.

Los inmigrantes latinos son quienes se acercan a la parroquia buscando apoyo en la Comunidad eclesial para seguir viviendo su fe; ofrecen servicios en la liturgia, hacen voluntariado en el coro y en catequesis.   Son acompañados y asistidos por Caritas y otras instituciones en la búsqueda de vivienda, colegio para los niños, trabajo… La parroquia es un lugar de reencuentro, como si llegaran a su casa; se sienten acogidos, importantes, útiles y aceptados; celebran y expresan su fe con naturalidad y familiaridad.

Caminando junto a ellos es que constatamos que, “entre evangelización y promoción humana existen efectivamente lazos muy fuertes, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos” (Cf. EN 31).

Es un deber social y un acto de caridad acompañar a las personas que sufren; es un imperativo de fe hacer todo lo posible para modificar las condiciones sociales de tantos hermanos que dejan casa, familia y patria para buscar la oportunidad de mejores condiciones de vida.

Acompañar la inserción de inmigrantes es una historia larga y dura. Verlos llegar con “nada” genera un círculo de ayuda, contención y acompañamiento. La falta de documentación y la necesidad de buscar sustento les hace trabajar largas jornadas y en “cualquier cosa”, dejando en casa a los niños solos o al cuidado de vecinos o de hermanos mayores, adolescentes en muchos casos.

Duele en el alma la falta de oportunidades para los jóvenes que se desmotivan y buscan refugio y fuerza en la droga y el alcohol. Tantas veces nos preguntamos ¿Cómo ayudarles a visualizar horizontes claros? ¿Cómo crear oportunidades reales que les hagan soñar futuros ciertos?

Nuestro servicio no está exento de la tentación del “paternalismo y dependencia”. Discernimiento comunitario y criterios claros nos ayudan a reconducir el servicio al Evangelio, promoviendo actitudes de crecimiento, autonomía, voluntad y constancia. Juntos aprendemos a reflexionar, a sacar conclusiones, a intuir por donde pasa Dios iluminando nuestras vidas.

Acompañamiento a alumnos

Acompañar o, mejor dicho, acompañarnos en el camino de buscar y encontrar a Dios presente en el hermano, en los acontecimientos, en los gozos y alegrías diarias, en la salud y en la enfermedad, en la fracción del pan, es un servicio en el que crecemos todos, ellos y nosotras. Ellos descubren oportunidades, apoyos, horizontes de vida nuevos. Nosotras… encontramos en ellos el rostro de nuestro Señor a quien hemos ofrecido la vida en el servicio a los demás.

Laicos y consagrados al servicio de la evangelización y la promoción

Creemos por experiencia que el evangelio ofrece una fuerza liberadora y promotora de desarrollo integral; ayuda a reconocer y respetar la dignidad de cada persona; despierta a la solidaridad, al compromiso y al servicio de los demás.

Este servicio lo prestamos compartiendo horas de voluntariado, oración y formación con laicos generosos, comprometidos y dedicados a la causa de la evangelización y promoción en el seno de la comunidad eclesial.

Lariza Barreto y Santiago Orozco pertenecen al grupo de jóvenes de la parroquia. Se prepararon para los sacramentos y actualmente cursan un Ciclo de Grado Medio en Gestión Administrativa.

 

 

TOCAR EL CORAZÓN DE LOS ALUMNOS

Ser maestro es una profesión indiscutiblemente vocacional, pero el maestro Sopeña se reconoce a sí mismo como un turista de interior, un viajante que se adentra cada curso en el corazón de sus alumnos.

Si, además, tenemos en cuenta los contextos de crisis y dificultades, que son muchos, y más en estos días complicados que estamos viviendo; el profesor Sopeña basa su labor en abrirse a los demás a través del ejemplo de Jesús.

Todo se desprende y enriquece desde el Carisma Sopeña.

La dificultad para llevar a cabo esta tarea la intuye, y así lo manifestó, el propio Papa Francisco, quien, en un mensaje a principios de curso del año 2020, en el peor de los momentos de la pandemia, se refirió a los maestros como “verdaderos artesanos de la Humanidad”.

En esas palabras quizás también se reconozca Servando Hermosa, profesor y director académico de Educación Infantil y Primaria del Centro Sopeña Badajoz.

apoyo a alumnos

Según su testimonio, que comparte generosamente en la revista ICONO y que transcribimos a continuación, ser maestro es saber tocar el corazón de los alumnos, tener actitud de entrega y agradecer a Dios “por tener una profesión vocacional y saberse adaptar a los cambios sociales”.

 

SER MAESTRO EN ÉPOCAS DE CRISIS

 Ser maestro es saber tocar el corazón del alumnado, tener una actitud de entrega, acogida, estar agradecido a Dios por tener una profesión puramente vocacional y saber adaptarse a las necesidades de la sociedad actual.

 ¿Qué es ser maestro?

Si navegamos o tecleamos “qué es ser maestro” en cualquier buscador de internet, en menos de 0,72 segundos tenemos mil quinientos millones de resultados y, ahondando en la pregunta, si clicamos en imágenes, obtenemos infinidad de imágenes que recogen frases llenas de color, letras con tipografía lettering y mensajes llenos de la filosofía Mr. Wonderful donde ser maestro es un orgullo, una forma de sentir y vivir o un arte que se enseña con el corazón.

Si he de elegir una definición, me quedo con una de Manuel Velasco, en cuyo blog cada año hace alusión a una función o misión destacando su fortaleza como docente. En su última entrada define a los maestros como “turistas”, que “cada curso hacemos un turismo de interior; visitando el corazón de nuestro alumnado”.

En épocas de crisis, como la que estamos viviendo, la vocación docente pasa de lo profesional a lo personal; primando lo emocional, la empatía, el acompañamiento, la escucha, la acogida o la búsqueda de recursos. Y, por supuesto, tocar su corazón, descubrir sus sentimientos, cómo viven una situación que ha cambiado el rumbo de todo el mundo.

¿Qué hace especial a un maestro Sopeña?

Ser docente Sopeña es abrirse a los demás a través del ejemplo de Jesús, siguiendo sus pasos y acompañando al alumnado y sus familias. En palabras del Papa Francisco: “Los docentes son verdaderos artesanos de la humanidad”. En septiembre del 2020 el mensaje del Papa Francisco a los docentes cobraba un especial valor, pues parecía que preveía que iban a necesitar una dosis extra de ánimo:

“Yo les invito a ustedes, profesores, a no perder los ánimos ante las dificultades y contrariedades, ante la incomprensión, la oposición, la desconsideración, la indiferencia o el rechazo de sus educandos, de sus familias y hasta de las mismas autoridades encargadas de la administración educativa”.

Desde la experiencia personal, recuerdo mi paso por el colegio como alumno, momento que se vivió una crisis económica que marcó a una generación. No prevalecen en mi memoria los contenidos académicos y aprendizajes curriculares, pero sí mis maestros/as, quienes propiciaban los momentos de oración cada mañana, campañas solidarias, celebraciones eucarísticas en grupo, las convivencias de grupos de Fe donde crecer como persona y reflexionar más allá del yo.

Hoy soy maestro y valoro esa labor incansable de las personas que me acompañaron en mi trayectoria académica, quienes supieron transmitirme la confianza, el valor y la fortaleza de superar retos y adversidades. Desde el modelo cristiano, en el que el modelo de José y María, como familia, fueron los primeros grandes maestros de Jesús, sirviéndole de guía, apoyo y transmisor de un Mensaje lleno de acogida, respeto y fraternidad.

acogida a alumnos

Ser maestro Sopeña durante la COVID

Durante esta pandemia, como profesional en el campo de la educación he sentido ira, rabia, frustración e impotencia. He llorado, he sido capaz de dejar la crispación que se ha generado en torno a la gestión en los centros educativos y he conseguido ver más allá, saber entregarme a los demás desde la escucha. También acompañar a familias en situaciones que jamás pensaría que escucharía; buscar alternativas a alumnos/as sin recursos para seguir una sesión virtual en casos de confinamiento, o participar activamente en campañas solidarias como la de “Un peldaño para los demás”, haciendo de enlace de una Fundación que ha articulado mecanismos para todas esas personas que han sufrido las consecuencias derivadas de esta pandemia.

Expertos, tertulianos, periodistas y psicólogos alzaban la voz exponiendo que, tras esta pandemia, saldríamos mejores como personas y que sacaría a la luz valores y fortalezas del ser humano. Por momentos he tenido mis dudas, incluso, he llegado a plantearme la escala de valores de una sociedad que se derrumbaba por momentos. Me di cuenta de que estaba cegado por lo que leía, veía y sentía y que tan sólo tenía que saber mirar más allá, desde la madurez y la experiencia de Fe.

Cuando he conseguido cambiar esa mirada, me he sentido más orgulloso, si cabe, de ser maestro, pertenecer a una Fundación que promueve e impulsa oportunidades de superación y transmitir esos valores que hacen de un docente, un artesano.

Crecimiento personal

En futuras crisis, pandemias o situaciones que pongan al ser humano al límite, estoy convencido que desde la Fe, confianza y humildad seremos los mejores, porque con el aprendizaje que nos ha dado la COVID, tendremos la capacidad de recordar y valorar a los demás desde el corazón, para seguir siendo modelos y ejemplos.

 

FORMÁNDONOS EN MISIÓN COMPARTIDA

El pasado sábado una comitiva de la Familia Sopeña, formada por Catequistas y Laicas, participó en una jornada organizada por CONFER en la que se reflexionó acerca de la importancia de recibir formación sobre Misión Compartida.

Además de la reflexión teórica, la sesión se centró además en proponer a los asistentes pautas, criterios y orientaciones prácticas para la elaboración de los itinerarios formativos que se llevan a cabo en Misión Compartida.

La formación se prolongó durante toda la mañana en la Sala Arrupe del Espacio Maldonado de los Jesuitas en Madrid.

Organizada por el Área de Misión Compartida de la CONFER iba destinada a animadores, encargados de formación y responsables de la Misión Compartida en las congregaciones.

Las Catequistas Sopeña Rosi Hermosa, Sandra Salazar y María Isabel de Miguel y las laicas de Sevilla, Dolores Martínez y Amparo Romero, aprovecharon el encuentro para intercambiar impresiones con religiosos y laicos de otras congregaciones, con el mismo objetivo de sinodalidad, de compartir responsabilidades en la misión evangelizadora, que a la Familia Sopeña nos dejó definida nuestra fundadora, la Beata Dolores Sopeña.

El Carisma Sopeña está arraigado en la sociedad civil a través del Movimiento de Laicos Sopeña y Sopeña Juvenil.

Son dos grupos abiertos a todos aquellos que quieran dedicar algo de su tiempo a que el mundo sea un poco mejor viviendo su cristianismo de forma más activa y solidaria.

Son motor fundamental dentro del Carisma para construir la fraternidad y contribuir a “hacer de todos, una sola familia”, como era el ideal de Dolores Sopeña.

A IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS

El individualismo que parece campar en nuestras sociedades distorsiona la mirada con la que vemos a nuestros hermanos, pero Dios, que nos mira de otra manera a hombres y a mujeres, nos creó como personas dignas de amor y capaces de amar, nos creó a su imagen y semejanza.

Así es cuando se cumple el primer año de la publicación de la encíclica Fratelli Tutti, en la que el Papa Francisco nos invita a desarrollar la fraternidad de todos en nuestra diversidad y participar así en la construcción de un nuevo mundo, tras los efectos devastadores de la COVID19.

Y así nos lo recuerda Gabriela Reyes, Catequista Sopeña, ahora en Santiago de Chile, en este artículo compartido en la revista ICONO, de los Misioneros Redentoristas. “Solamente respetando la dignidad seremos una sociedad justa”.

 

RESPETO DE LA DIGNIDAD HUMANA, PRINCIPIO DE LA VIDA SOCIAL

 “La doctrina social se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana”. La Iglesia reconoce el fundamento de esta dignidad en Dios, dador de la dignidad del ser humano, a quien ha creado a su imagen y semejanza. La Iglesia anima en el respeto y cuidado de la dignidad humana. Solamente respetando la dignidad seremos una sociedad justa.

En agosto del 2020, en Audiencia General del día 12, Papa Francisco afirmó que “el coronavirus no es la única enfermedad que hay que combatir, sino que la pandemia ha sacado a la luz patologías sociales más amplias”, como “la visión distorsionada de la persona, una mirada que ignora su dignidad y su carácter relacional”.

“La pandemia ha puesto de relieve lo vulnerables e interconectados que estamos todos. Si no cuidamos el uno del otro, empezando por los últimos, por los que están más afectados, no podemos sanar el mundo”, así lo expresa el Papa Francisco poniendo el énfasis en el respeto a la dignidad de la persona.

Visión distorsionada de la persona

El Papa reconoció el compromiso “de tantas personas que están demostrando el amor humano y cristiano hacia el prójimo, dedicándose a los enfermos, poniendo también en riesgo su propia salud”.

Sin embargo, afirmó que: “el coronavirus no es la única enfermedad que hay que combatir, sino que la pandemia ha sacado a la luz patologías sociales más amplias”, como lo es, sin duda, una “visión distorsionada de la persona, una mirada que ignora su dignidad y su carácter relacional.” Una mirada hacia las demás personas como objeto de uso y desecho, que “fomenta una cultura del descarte individualista y agresiva, que transforma el ser humano en un bien de consumo”.

Creados a imagen y semejanza de Dios

Pero Dios, mira al hombre y a la mujer de otra manera, “Él nos ha creado no como objetos, sino como personas amadas y capaces de amar, nos ha creado a su imagen y semejanza”, dando a la persona una dignidad única, invitando a vivir en comunión con Dios, en comunión con los hermanos y hermanas, en el respeto de la creación, en armonía.

 El Papa resalta un ejemplo evangélico de la distorsión de la mirada desde el individualismo, recuerda a la madre de Santiago y Juan pidiendo a Jesús que sus hijos se sienten a la derecha y a la izquierda del Rey (Mt. 20, 20-28).

Ante esta petición, el Señor propone un nuevo enfoque: “la del servicio y del dar la vida por los otros”. El querer ser superior, es un egoísmo que destruye la armonía.

No podemos ni queremos ser indiferentes ni individualistas, y acogemos con gratitud la petición que el Papa hace al Señor: “que nos de ojos atentos a los hermanos y a las hermanas, especialmente a aquellos que sufren”, reconociendo y respetando la dignidad humana de cada persona, cualquiera sea su raza, lengua, o condición. «La armonía te lleva a reconocer la dignidad humana, aquella armonía creada por Dios».

A imagen de Dios

Inalienable, la dignidad humana

El Papa recordó que “la dignidad humana es inalienable, porque ha sido creada a imagen de Dios”, es el fundamento la vida social que determina los principios de lo cotidiano. En la actualidad, nos dice Francisco, “la referencia más cercana al principio de la dignidad inalienable de la persona es la Declaración Universal de los Derechos del Hombre”. Y afirma que “los derechos no son solo individuales, sino también sociales, de los pueblos y de las naciones”, por tanto, el respeto a toda persona en su dignidad, es el mismo respeto a su Creador.

La comprensión surge de la renovada conciencia de la dignidad de toda persona, esto suscitan una actitud de cuidado y de atención hacia el prójimo. El ser humano al contemplar a las demás personas como hermano, hermana, no como extraño enemigo, lo mira con compasión y lo acoge como miembro de una sola familia.

En palabras del Papa, nos dice que: “Mientras trabajamos por la cura de un virus que golpea a todos indistintamente, la fe nos exhorta a comprometernos seria y activamente para contrarrestar la indiferencia delante de las violaciones de la dignidad humana; la fe siempre exige que nos dejemos sanar y convertir de nuestro individualismo, tanto personal como colectivo”.

 Para finalizar, quiero referirme a una gran mujer, Dolores Sopeña que, en sintonía con el pensamiento del Papa Francisco, nos señala que la fe, en Dios, nuestro Padre, se apoya sólidamente sobre nuestra familia humana. En Cristo, el Hijo por excelencia, somos todos hermanos. Su gran ideal fue: “Hacer de todos, una sola familia en Cristo Jesús”.