CON SAN IGNACIO A TRAVÉS DE DOLORES SOPEÑA

Se puede estar cerca de San Ignacio de muchas formas posibles y una, que nos resulta especialmente grata, es a través de la figura de una de sus más fieles seguidoras, Dolores Sopeña.

Todo aquel que visite el valle de Loyola, durante este año de conmemoración de los 500 años de la conversión de Ignacio, tiene la posibilidad de conocer por qué Dolores Sopeña inauguró allí, en julio de 1910, La Casa Misionera, inicialmente concebida para Noviciado.

San Ignacio con Dolores Sopeña

Por su proximidad a la santa casa de Loyola, lugar de nacimiento de San Ignacio. La devoción de Dolores a este santo fue muy grande. Lo considera su Padre, su guía, su maestro, su intercesor, su modelo.

Esta “tierra bendita”, como la llamaba Dolores Sopeña, donde Ignacio nació, será para ella cuna y refugio, oasis y desierto, lugar de sueños y realidades, de contemplación y proyectos apostólicos.

Para esta ocasión se ha elaborado una audioguía, que contiene muchas de las claves de su vida y su obra y de nuestro Carisma.

Los contenidos de esta audioguía están disponibles tanto a través de una instalación de códigos QR como con una visita guiada por alguna de las Catequistas Sopeña de aquella comunidad.

Así, se pone de manifiesto que Dolores tiene algo claro: desea que la formación de sus futuras hijas y compañeras se lleve a cabo en el mismo ambiente geográfico de sus primeros sueños. En términos espirituales, ella lo describe como “a la sombra de San Ignacio” para recibir y crecer aquí en su espíritu.

Como decimos, la visita a la Casa Misionera del Instituto Catequista Dolores Sopeña nos desvelará información acerca de la estatua de Dolores que está en el vestíbulo de entrada, el pequeño museo que acoge muchos de las representaciones artísticas que ella inspiró y la iglesia y el sepulcro que alberga sus restos.

En la conmemoración de los 500 años de la Conversión del santo guipuzcoano, las Catequistas Sopeña han aprovechado también para dar a conocer la Casita.

Una sencilla y humilde edificación, muy cerca de la ermita de Nuestra Señora de Olatz y propiedad de la persona que estaba a cargo de su cuidado.

El viernes de Dolores de 1905, las Catequistas Sopeña le regalaron Dolores por su santo esta casita, un regalo muy especial.

La sorpresa le lleno de llenó de alegría. ¡Otro sueño cumplido! Un paso más hacia la realidad que tanto deseaba: establecer en Loyola la casa de formación.

Casita y Casa de Dolores Sopeña

Dolores llega a hacer una equiparación con la cueva de Manresa, lugar privilegiado de experiencia de Dios para San Ignacio: La “Manresa de Olatz”, lugar de intensa comunicación con Dios para Dolores.

La capilla de la Casita es el centro de la casa donde Dolores reza cada día acompañada del resto de Catequistas.

En su habitación, que también puede visitarse, se conserva una mesa con cajón. Es conocido como el cajón de los milagros. Dolores Sopeña siempre encontraba allí donativos que la ayudaron a llevar a cabo su obra, por la que siempre luchó.

Si pasas por el valle de Loyola, parte de la historia de la Beata Dolores Sopeña y de nuestro Instituto y su principal obra apostólica, la Fundación, estará a tu alcance para que nos conozcas mejor y veas también, a través de Dolores, a San Ignacio de Loyola y por qué del influjo de su espiritualidad en nuestro Carisma Sopeña.

 

 

CIEN AÑOS DEL JUNIORADO

Las Catequistas Sopeña celebramos ayer, jueves 7 de octubre, los 100 años de la incorporación del Juniorado, una de las cinco etapas de nuestra formación religiosa, de exclusiva dedicación a estudios religiosos y civiles, y por la que Dolores Sopeña, nuestra madre fundadora, tenía especial interés.

A pesar de su empeño y sus esfuerzos, la etapa no fue aprobada hasta tres años después de su muerte, concretamente el 7 de octubre de 1921.

La formación de una Catequista Sopeña se entiende como un itinerario paulatino y progresivo que nos ayuda a crecer en la relación con Dios, nos enseña a vivir en comunidad y alienta nuestra entrega al servicio de la Misión.

La conmemoración de esta fecha tan especial para las Catequistas Sopeña tuvo lugar en la Casa de Toledo, la que más veces acogió esta etapa formativa, con una eucaristía, presidida por el sacerdote Juan de Dios y en la que participó el Consejo General, así como otras religiosas y laicos de la Familia Sopeña.

Juniorado al fondo

La celebración de este primer centenario del Juniorado es “un acontecimiento para revisarnos e impulsarnos en nuestra formación permanente, no para detenernos; mirando al futuro con esperanza, contando con la fidelidad de Dios y el poder de su gracia, capaz de obrar siempre nuevas maravillas”.

La etapa del Juniorado fue un “sueño” de Dolores Sopeña. Ella murió antes de conseguir su puesta en ejecución, pero siempre sintió la necesidad de que después de los Primeros Votos, las jóvenes aspirantes dedicaran varios años al estudio y a la oración.

Los Jesuitas, a los que Dolores Sopeña siempre pedía consejo y acompañamiento espiritual, le animaron a emprender, como ellos, esta importante etapa para un mayor servicio al Señor, a afirmarse en la propia vocación, en el conocimiento y vivencia del Carisma Sopeña y para enriquecer el aspecto experiencial en Comunidad.

Celebración de los 100 años del Juniorado

Tras las etapas del Aspirantado, Postulantado y Noviciado, el Juniorado es una etapa de consolidación en la que se realizan estudios superiores religiosos y civiles, se ahonda en el Carisma Sopeña y se asumen las primeras responsabilidades en la misión apostólica.

El lugar elegido para instituir el Juniorado por primera vez fue en la Casa de Santoña, donde permaneció hasta 1933, momento en el que se traslada a Loyola.

Se puede decir que esta etapa formativa es “itinerante” puesto que en estos 100 años las Catequistas Sopeña la han podido seguir en 14 ciudades diferentes de 6 países, europeos y latinoamericanos.

“Las nuevas profesas no serán ocupadas en las Obras del Instituto inmediatamente después de la Primera Profesión, sino que permanecerán dos años, por lo menos, con el fin de hacerse más aptas para trabajar después, alternando estudios con las prácticas propias de la formación, a fin de continuar ejercitándose en la humildad y la abnegación de sí misma. Poco a poco serán iniciadas en los trabajos del apostolado”, reza en las Primeras Constituciones.

 

A IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS

El individualismo que parece campar en nuestras sociedades distorsiona la mirada con la que vemos a nuestros hermanos, pero Dios, que nos mira de otra manera a hombres y a mujeres, nos creó como personas dignas de amor y capaces de amar, nos creó a su imagen y semejanza.

Así es cuando se cumple el primer año de la publicación de la encíclica Fratelli Tutti, en la que el Papa Francisco nos invita a desarrollar la fraternidad de todos en nuestra diversidad y participar así en la construcción de un nuevo mundo, tras los efectos devastadores de la COVID19.

Y así nos lo recuerda Gabriela Reyes, Catequista Sopeña, ahora en Santiago de Chile, en este artículo compartido en la revista ICONO, de los Misioneros Redentoristas. “Solamente respetando la dignidad seremos una sociedad justa”.

 

RESPETO DE LA DIGNIDAD HUMANA, PRINCIPIO DE LA VIDA SOCIAL

 “La doctrina social se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana”. La Iglesia reconoce el fundamento de esta dignidad en Dios, dador de la dignidad del ser humano, a quien ha creado a su imagen y semejanza. La Iglesia anima en el respeto y cuidado de la dignidad humana. Solamente respetando la dignidad seremos una sociedad justa.

En agosto del 2020, en Audiencia General del día 12, Papa Francisco afirmó que “el coronavirus no es la única enfermedad que hay que combatir, sino que la pandemia ha sacado a la luz patologías sociales más amplias”, como “la visión distorsionada de la persona, una mirada que ignora su dignidad y su carácter relacional”.

“La pandemia ha puesto de relieve lo vulnerables e interconectados que estamos todos. Si no cuidamos el uno del otro, empezando por los últimos, por los que están más afectados, no podemos sanar el mundo”, así lo expresa el Papa Francisco poniendo el énfasis en el respeto a la dignidad de la persona.

Visión distorsionada de la persona

El Papa reconoció el compromiso “de tantas personas que están demostrando el amor humano y cristiano hacia el prójimo, dedicándose a los enfermos, poniendo también en riesgo su propia salud”.

Sin embargo, afirmó que: “el coronavirus no es la única enfermedad que hay que combatir, sino que la pandemia ha sacado a la luz patologías sociales más amplias”, como lo es, sin duda, una “visión distorsionada de la persona, una mirada que ignora su dignidad y su carácter relacional.” Una mirada hacia las demás personas como objeto de uso y desecho, que “fomenta una cultura del descarte individualista y agresiva, que transforma el ser humano en un bien de consumo”.

Creados a imagen y semejanza de Dios

Pero Dios, mira al hombre y a la mujer de otra manera, “Él nos ha creado no como objetos, sino como personas amadas y capaces de amar, nos ha creado a su imagen y semejanza”, dando a la persona una dignidad única, invitando a vivir en comunión con Dios, en comunión con los hermanos y hermanas, en el respeto de la creación, en armonía.

 El Papa resalta un ejemplo evangélico de la distorsión de la mirada desde el individualismo, recuerda a la madre de Santiago y Juan pidiendo a Jesús que sus hijos se sienten a la derecha y a la izquierda del Rey (Mt. 20, 20-28).

Ante esta petición, el Señor propone un nuevo enfoque: “la del servicio y del dar la vida por los otros”. El querer ser superior, es un egoísmo que destruye la armonía.

No podemos ni queremos ser indiferentes ni individualistas, y acogemos con gratitud la petición que el Papa hace al Señor: “que nos de ojos atentos a los hermanos y a las hermanas, especialmente a aquellos que sufren”, reconociendo y respetando la dignidad humana de cada persona, cualquiera sea su raza, lengua, o condición. «La armonía te lleva a reconocer la dignidad humana, aquella armonía creada por Dios».

A imagen de Dios

Inalienable, la dignidad humana

El Papa recordó que “la dignidad humana es inalienable, porque ha sido creada a imagen de Dios”, es el fundamento la vida social que determina los principios de lo cotidiano. En la actualidad, nos dice Francisco, “la referencia más cercana al principio de la dignidad inalienable de la persona es la Declaración Universal de los Derechos del Hombre”. Y afirma que “los derechos no son solo individuales, sino también sociales, de los pueblos y de las naciones”, por tanto, el respeto a toda persona en su dignidad, es el mismo respeto a su Creador.

La comprensión surge de la renovada conciencia de la dignidad de toda persona, esto suscitan una actitud de cuidado y de atención hacia el prójimo. El ser humano al contemplar a las demás personas como hermano, hermana, no como extraño enemigo, lo mira con compasión y lo acoge como miembro de una sola familia.

En palabras del Papa, nos dice que: “Mientras trabajamos por la cura de un virus que golpea a todos indistintamente, la fe nos exhorta a comprometernos seria y activamente para contrarrestar la indiferencia delante de las violaciones de la dignidad humana; la fe siempre exige que nos dejemos sanar y convertir de nuestro individualismo, tanto personal como colectivo”.

 Para finalizar, quiero referirme a una gran mujer, Dolores Sopeña que, en sintonía con el pensamiento del Papa Francisco, nos señala que la fe, en Dios, nuestro Padre, se apoya sólidamente sobre nuestra familia humana. En Cristo, el Hijo por excelencia, somos todos hermanos. Su gran ideal fue: “Hacer de todos, una sola familia en Cristo Jesús”.