Dolores Sopeña reconoció en muchas ocasiones que, además de su formación académica, su mejor escuela fue siempre salir al mundo y caminar, junto a las personas que se iba encontrando por el camino.
También tuvo clara su misión durante toda su vida: estar cerca de los más vulnerables y dar a conocer a Dios a aquellos que no le aman porque no habían tenido la oportunidad de conocerle.
Una escritora de su Almería natal, Mar de los Ríos, autora de “Tren de lejanías” (Arcopress, Almuzara, 2012) y ‘Casa de ánimas’ (Amazon, 2015), ha publicado en La Voz de Almería distintos itinerarios de la mano y con el ‘con-sentimiento’ de almerienses ilustres.
Uno de estas colaboraciones se la dedicó a Dolores, bajo el título de Paseo con Dolores R. Sopeña y aquí queda reproducido para quien quiera disfrutar de su apasionante lectura:
“Doña Dolores Rodríguez Sopeña:
He meditado seriamente si invocarle o no. Me producía muchísimo respeto. Yo no sé cómo dirigirme a una beata, una de las de verdad, declarada por el Papa Juan Pablo II en 2003. Y sin embargo me parecía tan fascinante, tan necesario… Entonces he recordado su lema:
La voluntad de hacer.
Él me lleva a la sombra fresca donde puedo tutear a: la niña Lola.
Y te sientas frente a mí…
Nací en Vélez Rubio un 30 de diciembre de 1848. Mi padre se haría cargo de la gestión del patrimonio del marqués de los Vélez. Allí di mis primeros pasos. Siendo muy pequeña, mi hermano Tomás y yo escapamos al cementerio “a contar los muertos que había”, a consecuencia del cólera que azotaba España… Y con cinco años sentí la primera llamada de Dios para dedicar mi vida a los demás.
Por razones del cargo de mi padre, mi infancia transcurre entre: Albuñol, Guadix, Sorbas, Ugíjar…. Cuando tenía nueve años, me atacó una enfermedad en la vista, y hubo que hacerme una delicada operación que aprendí a soportar; pero los ojos se quedaron ya para siempre alterados…
En 1865 llegamos a Almería, yo tenía 17 años. Y lo que más ilusión me hacía era escaparme de casa para visitar en secreto las cuevas del cerro de La Chanca. La imagen de dos hermanas de mi misma edad me marcaría de por vida. Porque lo peor de estar enferma y ser pobre es que la muerte no se acuerde de una… Junto con mi amiga Araceli nos dedicamos a amparar a aquellas muchachas. Sacábamos todo lo que podíamos de las despensas, pero nos faltaba. Entonces acordamos disfrazarnos de mendigas y pedir limosna en la puerta del templo de la Virgen del Mar, incluso de noche.
Confieso que fuimos muy imprudentes, éramos unas niñas… Araceli se contagió del tifus y yo caí muy enferma de la vista…
—Y es de aquellas cuevas de donde sacaste tu determinación para toda la obra posterior, ayudando a los desvalidos alrededor del mundo. Entre los 150 años que nos separan, hay muchas cosas que aún no han cambiado tanto como debieran… Fuiste tremendamente abierta, lo que ahora llamaríamos moderna, porque tuviste la decencia moral, la vista, de codearte con todos los estamentos para salvar a los invisibles. Muchas más ellas que ellos, porque la miseria tiene cara de mujer de piel oscura.
Los ojos de aquellas muchachas no me abandonaron jamás… Nos marchamos en el 68 a Puerto Rico. Otro cambio político profundo en España nos reportaba un nuevo trabajo para padre. Pero gracias a eso tuve la mejor de las escuelas: salir al mundo y caminar. Allí las mujeres de color fueron mi objetivo. Ellas me apodaron cariñosamente: Niña Lola.
—Y tú, lejos de pedir tratamientos de señoritinga, contestabas a sus voces. Porque cuando llegas a América todavía existe la esclavitud… Pero a ti te da igual… Montas teatros y sacas dinero para ellas… Los periódicos de la época dicen que la señorita Rodríguez Sopeña, Dolores, es una gran actriz.
Una mujer compasiva, que sabe del efecto de la educación y del arte sobre el ser humano, no podía tener otro destino que sembrar esa semilla, porque en toda tierra agarra…
Y otra vez un cambio de trabajo de padre a Santiago de Cuba. Aquello fue una gran tragedia. Las muchachas de Puerto Rico llenaron el muelle el día de nuestra marcha, transidas de dolor. Pero dejaba atrás tres centros cívicos funcionando.
—Entonces sólo tienes veintitantos años, niña Lola… Y ya eres santa…
En 1876, muere mi madre, mi mayor apoyo, y regresamos a Madrid. Allí me vuelco trabajando en las cárceles, hospitales, escuelas municipales…
En 1883 muere padre. Y en ese momento pretendo entrar en las Esclavas del Sagrado Corazón como religiosa para ayudar a las niñas pobres…
—Sí, y no sería la última vez que te dan por inútil… Resulta tan cómico pensar quién era el ciego…
Entonces decido entrar en clausura en diciembre de 1883 en Las Salesas. Duré 10 días, allí comprendí que mi trabajo estaba ayudando a la gente. También asumí que el hábito coarta a parte de la población y que nunca habría de usarlo en mi misión.
Fue uno de tus muchos aciertos. Si tu compasión era universal, tu indumentaria de calle te acercaba a todos.
No obstante, una cruz de madera colgando de mi cinturón era mi bandera… En el 85 vino a mí Pepa la Cigarrera. La conocí en la cárcel y ella me retó a que me atreviera a ir a su barrio, el de Las Injurias.
En los siguientes diez años montamos diversos centros cívicos por multitud de barrios marginales de Madrid.
Entonces asumo que debo iniciar un proceso burocrático para dar forma legal y eclesiástica a tanto esfuerzo. Multitud de viajes y desilusiones, aunque todo compensado por la sonrisa de quien ve a Dios con nuestra ayuda.
Llega 1900 y ya hay 5.412 hombres y 14.890 mujeres que pertenecen a nuestros centros. En ese mismo año decido viajar por primera vez a Roma. Después de muchísimo esfuerzo, consigo una entrevista con el padre general de la Compañía de Jesús, quien era más difícil que ver que al Papa León XIII. “Procure acogerse bien con Dios, unos Padres le ayudarán otros no… esto es de hombres. No le importe, teniendo a Dios le basta. No le recomiendo a ningún Padre para que le ayude, pero dígales a quienes quieran escucharle, que yo la bendigo con todo mi corazón y a todos los que trabajen en su Obra. No admita nunca tentaciones del desaliento”.
—No hacía falta que te subrayaran lo que ya era tu herramienta de vida: la humildad y la fuerza personal, lo que exigías a tus catequistas.
Pero sí me vino bien una palmada en la espalda, quizás la más importante para seguir. En 1906 fundamos en Almería centros de las diferentes asociaciones cívicas.
—Cuenta Inés Baró, la que fue tu secretaria durante muchos años, de tu capacidad analítica fuera de lo común. “La compasión es la religión de la humanidad. No hay compasión cristiana o pagana, la verdadera compasión es divina en todas sus formas”.
Y en la cúspide de tu entrega, abriendo centros por multitud de países en todo el mundo, cierras tus ojos, esos que decían los torpes que no servían, en Madrid, en 1918.
Feliz porque mi fe y mi obra me aportan serenidad a la hora de mi marcha…
“Todos somos necesarios, imprescindibles nadie. El cementerio está lleno de gente imprescindible”.
Me arrodillo ante la imagen de una santa tan… humana…
Y ya no estás…
Acaricio tu retrato, mientras canto bajito la canción de Buika, Mi niña Lola, que parece extrañamente escrita para ti:
Dime por qué tienes carita de pena / qué tiene mi niña siendo santa y buena / cuéntale a tu padre lo que a ti te pasa / dime lo que tienes reina de mi casa”.
Publicada en La Voz de Almería, en la Sección Paseos con-Sentidos
El 11 de agosto de 2015