El amor que Dios ha depositado en cada uno de nosotros, en forma de fortalezas y virtudes, es lo que nos impulsa a crecer, a ayudar, a ser mejores, conscientes de que somos hermanos en un mismo mundo, a salir adelante a pesar de las dificultades.
Pero no nos engañemos, a veces, a pesar de los esfuerzos y del amor de Dios, que nunca nos falla, las cosas no nos salen como nos gustaría.
En todos los casos, sin embargo, es importante contar también con el impulso y el apoyo, el amor de las personas más cercanas, que con el objetivo de descubrir esa joya que Dios deja en nosotros, se embarcan en hacer de este mundo, un mundo mejor, más justo y habitable para todos.
Nosotros somos afortunados de tener un excelente ejemplo en Dolores Sopeña.
Pasar del yo y nuestras circunstancias, al nosotros; de una vida simple y costumbrista a una vida entregada y consciente por ser hijos de Dios, es lo que marca la diferencia, precisamente eso tan invisible.
Así nos lo cuenta Ángela Yaneth Franco Silva, Laica Sopeña en Colombia, en este nuevo artículo, escrito para la revista ICONO de los Padres Redentoristas.
Ángela nos da las claves de cuántas personas que pasan por nuestros Centros Sopeña en el mundo se han dado a los demás, les han ayudado a perseguir sus sueños, luchar por sus metas y, cuando llegan a nuestras aulas… han descubierto que también les llega el turno de darse una oportunidad a sí mismos.
LO INVISIBLE: UN SECRETO BIEN GUARDADO
Descubrirnos a nosotros mismos y detectar los recursos con los que hemos sido dotados es abrir la ventana hacia el hallazgo de nuestra riqueza mayor: ser hijos de Dios.
Lo que vemos
María Hermelinda nació en una de las regiones más pobres de Colombia. Trabajó en el campo y cuidó a sus nueve hermanos desde que tenía uso de razón; ella era la mayor. A sus once años, estaba cansada de tanto “trajinar”. Entonces, decidió viajar con una tía a Bogotá para “salir adelante”.
María Hermelinda ha trabajado en el servicio doméstico desde los once años; ahora tiene 64. Gracias a su esfuerzo y dedicación, su hija se convirtió en una profesional.
Un día, María Hermelinda llegó por casualidad al Centro Sopeña. Desde entonces, comenzó a aprender a leer y a escribir; se graduó de Primaria; cursó la Secundaria; asistió a clases de Culinaria y Modistería; “de todo un poco”, como dice ella. Además, asistió entusiasmada a la tertulia dominical, un espacio en el que compartimos la vida y crecemos juntos.
Actualmente, sigue ayudando a su familia en el Chocó; tiene casa propia; su hija vive con el esposo y espera su primer bebé.
Lo que no vemos
Podemos estar con personas como María Hermelinda, una mujer afrodescendiente, robusta, que habla rápido y fuerte, con manos grandes, y ni siquiera imaginar quién es, si se ha alimentado bien, si es desplazada por la violencia, si ha podido estudiar, si sus sentimientos se han ensanchado por la aparición de nuevas relaciones, si su vida tiene un sentido más allá de la realidad de todos los días. Tan solo vemos la superficialidad de su color, vestido y cabello rizado, si nos detenemos en algo, porque, la mayoría de veces, seguimos de largo sin brindar una sonrisa o unos buenos días.
Asimismo, desconocemos el secreto de María Hermelinda. Ella vino a Bogotá para “salir adelante”, para que no la “ignoraran” y, sobre todo, para que no la “insultaran” llamándola “analfabeta” cuando decía que no sabía firmar.
Lo nuestro
Con este pronombre, el panorama empieza a cambiar. Ya no somos seres que buscan el beneficio personal ni nos reducimos a lo que se ve por fuera; ahora somos yo y el otro, los otros y yo: somos “nosotros”.
Nos convertimos en personas con un universo interno valioso. No somos tan solo el producto de condiciones particulares (raza, edad, orientación sexual, condición social, creencia política o religiosa). Somos parte de algo mayúsculo y sustancial, que nos otorga una identidad universal: somos hijos de Dios, de un Dios que nos ama, que nos hermana, que quiere nuestra felicidad. Cuando esta verdad nos toca, por arte de amor, nos sorprendemos sentados frente al banquete en donde se sirve la dignidad en porciones iguales.
Dolores Sopeña nos enseña a ser samaritanos en todo momento y lugar, en medio de la calle, en el bus, en las redes sociales. En estos lugares y momentos, podemos acercarnos y ofrecer lo nuestro, lo de todos, ese ser dignos para nosotros mismos y para los demás. Es muy probable que Dolores o una de sus hijas, nosotros mismos u otros tantos, contagiados por esta misión, veamos a personas como María Hermelinda, les abramos las puertas y las invitemos a pasar.
En general, las personas que vienen a estudiar la Primaria a nuestros centros, han ofrecido su vida a otros para acompañarlos en la realización de sus metas, se han olvidado de sí mismas en ese darse continuamente, pero nosotros no nos olvidamos de ellas.
Allí nos encontramos con la gran posibilidad de cambiar la mirada indiferente que anula a las personas, y la interesada que busca sacar provecho de ellas, por una mirada que ve a hijos e hijas amados por Dios, que tienen su propia valía.
En ese sentido, María Hermelinda empieza a encontrar aquello que le hacía falta adquiriendo ciertos conocimientos, compartiendo sus experiencias e intercambiando saberes, ampliando sus horizontes y afectos, acercándose vivencialmente a valores como el amor, la amistad, la solidaridad, la fraternidad, la cercanía, el respeto y la dignidad. María Hermelinda ya no será la misma, pues ha descubierto que ella es hija de Dios y Él es quien la dignifica otorgándole el diploma más meritorio de su vida.
Descubriéndose amado por Dios, el hombre comprende la propia dignidad trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y a salir al encuentro del otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas.
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 4.
La joya más preciosa
En entrevistas a estudiantes de Primaria, me encontré con estas respuestas:
1. ¿Para qué aprender a leer y a escribir?
2. ¿Por qué lo mantuviste en secreto?
3. ¿Qué harás cuando aprendas?
José: 1. Quiero ser importante. 2. Porque me trataban mal. 3. Seré especial y me sentiré feliz.
Juana: 1. Para enorgullecerme de mí. 2. Yo me avergüenzo de mi persona. 3. Le leeré la Biblia a Jesucristo en la iglesia.
Pedro: 1. Por sentirme igual que los demás. 2. Porque me humillan, se burlan de mí. 3. Seguiré adelante estudiando más.
En José, Juana y Pedro, se vislumbra la búsqueda de la joya más preciosa: el descubrir que son hijos de Dios, su más alta dignidad, el más incalculable conocimiento al que pueden aspirar.
Ángela Yaneth Franco Silva
Laica Sopeña. Bogotá (Colombia)
ICONO NOVIEMBRE-21