CAMINO A LA CANONIZACIÓN

El proceso de la Causa de Canonización de Dolores Sopeña se inició en 1928 por el entonces obispo de Madrid y registró su Beatificación el 23 de marzo de 2003 por el Papa San Juan Pablo II en Roma (Italia).

Actualmente, este camino a los altares se encuentra en el punto de estudio de un presunto milagro atribuido a la intercesión de Dolores Sopeña.

En enero del pasado 2020, el Instituto Catequista inauguró la web que está dando impulso al Proceso de Canonización, que reconoce a Dolores como modelo y referente de una vida consagrada plenamente a Jesús y comprometida con Cristo.

El 10 de enero de 1918 muere en Madrid, concretamente en la Casa en la que ahora se ubica su Museo, con fama de santidad.

Pero, ¿conoces suficiente sobre cómo se desarrolla este complejo y largo proceso del reconocimiento de la santidad?

Si te interesa, por aquí te compartimos algo de información, que te ayudará a comprender mejor cuál es el valor de Dolores Sopeña o, si lo prefieres, siempre puedes visitar www.canonizaciondoloressopena.org,  que recoge todo lo que necesites saber sobre ella.

Acto hacia la Canonización

Siempre han existido cristianos que han vivido el amor a Dios y a los demás de manera extraordinaria.

Estas personas eran especialmente apreciadas por los creyentes que los habían conocido, tanto por haber sido imitadores de Cristo como por sus poderes de hacer milagros.

Por este motivo, los santos originalmente eran aclamados a «vox populi»; es decir, por aclamación popular.

Pero surgió la pregunta: ¿Cómo se podía tener la seguridad de que los santos invocados por la gente eran realmente santos?

Se designó entonces a los obispos, que  tomaron la responsabilidad de ver quiénes debían ser declarados santos en su diócesis. Concluida la verificación, se les asignaba un día de fiesta, generalmente el aniversario de su muerte, por ser el día en el que habían nacido a una nueva vida con Cristo.

A finales del s. X (993) tenemos el primer caso en que una canonización es aprobada directamente por un Papa. A partir de 1234 las canonizaciones se reservaron sólo al Sumo Pontífice.

En 1588 el Papa Sixto V creó la Congregación de Ritos encargada de estudiar los casos de canonización. En 1917 el proceso aparece codificado en el Código de Derecho Canónico y en la década de los 80 se han realizado las últimas reformas para simplificar el proceso.

Ya en el s. V, los criterios por los que se consideraba “santa” a una persona eran: 1) su reputación entre la gente (“fama de santidad”), 2) el ejemplo de su vida como modelo de virtud heroica y 3) su poder de obrar milagros, en especial aquellos producidos póstumamente sobre las tumbas o a través de las reliquias.

Actualmente hay tres pasos en el proceso oficial de la causa de los santos:

  1. VENERABLE

Con el título de Venerable se reconoce que un fallecido vivió las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), las cardinales (fortaleza, prudencia, templanza y justicia) y todas las demás virtudes de manera heroica; es decir, extraordinaria.

  1. BEATO

Además de los atributos personales de caridad y virtudes heroicas, se requiere un milagro obtenido a través de la intercesión del Siervo/a de Dios y verificado después de su muerte. El milagro requerido debe ser probado a través de una instrucción canónica especial, que incluye tanto el parecer de un comité de médicos (algunos de ellos no son creyentes) y de teólogos. El milagro no es necesario si la persona ha sido reconocida mártir.
Los beatos son venerados públicamente por la iglesia local.

  1. SANTO

Con la canonización, al beato es incluido en la lista o canon de los santos de la Iglesia (de allí el nombre de canonización). Para este paso hace falta otro milagro atribuido a la intercesión del beato y ocurrido después de su beatificación. El Papa puede obviar estos requisitos. La canonización compromete la infalibilidad pontificia.

Mediante la canonización se concede el culto público en la Iglesia universal. Se le asigna un día de fiesta y se le pueden dedicar iglesias y santuarios.

Causa de Canonización

 

TECNOLOGÍA QUE NOS UNE EN ORACIÓN

Nuestras comunidades de Catequistas Sopeña en Bogotá (Colombia) y en Quito, Riobamba y Guayaquil (Ecuador) han compartido ya en varias ocasiones los avances de la tecnología para unirse en celebraciones y oración.

Algo que se ha venido repitiendo también entre todas las personas que conformamos la Familia Sopeña en el mundo.

Esa, quizás, ha sido una de las consecuencias no tan negativas de esta pandemia que estamos sufriendo, con mayor o menor rigor, en todos los países del mundo.

Todos nos hemos tenido que actualizar y ponernos a aprender rápidamente sobre cómo comunicarnos y llevar a cabo hábitos importantes como son las celebraciones litúrgicas y las oraciones comunitarias.

Durante el pasado mes de mayo, las mencionadas comunidades de Bogotá, Quito, Riobamba y Guayaquil coincidieron de modo online para celebrar la Eucaristía y Vigilia de Pentecostés.

Acompañadas, eso sí, por laicos, colaboradores y amigos, con una participación muy activa, que reflejaba la acción del Espíritu Santo.

 

Se realizaron cinco momentos de oración, durante los cuales, se encendía una vela, como símbolo de recibir los dones que el Espíritu Santo derrama sobre cada uno de nosotros, como así los recibieron los primeros Apóstoles.

Se aprovechó para dar gracias a Dios, entre otras muchas cosas, por la posibilidad de contar con estas herramientas que nos permiten seguir compartiendo la fe, con la esperanza y la ilusión de seguir creando con el Señor.

También participaron en la Eucaristía y en la Vigilia Jóvenes Sopeña, de Guayaquil que recientemente acababan de retomar sus actividades de formación.

Son tres grupos que se reúnen de forma quincenal y que manifestaron en todo momento la alegría del reencuentro a través de la tecnología y de volver a recibir esta formación.

Sin embargo, también expresaron su deseo de poder regresar cuanto antes a la presencialidad, lo que, sin duda, las fortalecerá como grupo y les permitirá desarrollar las actividades de voluntariado y de misiones que tanta ilusión les producen.

COMPARTIR LA CASA Y LA MESA

Dolores Sopeña, siempre concibió su vocación y su obra como una opción a compartir con muchas personas de distinta procedencia, para acercar y dar a conocer a Dios y el Evangelio.

Es la misión compartida, que es una de las señas de identidad de nuestro Carisma, así como lo imaginó y lo llevo a la práctica nuestra fundadora.

Compartir la misión siempre es una opción emocionante que supone profundos sentimientos fraternos.

La Familia Sopeña viene haciéndolo desde hace muchos años y supone también entender y proyectar un mundo, una sociedad, como un lugar de fraternidad, como el que comparte la casa o la mesa.

Compartir mesa

Así lo expresa desde Ecuador uno de los miembros de esta extensa familia: Javier Castellanos, Laico Sopeña, en el último número de la revista ICONO, de los Redentoristas, en la que venimos colaborando desde inicios de este año, contando la acción social desde el Carisma Sopeña y con nuestros valores institucionales.

Por aquí os compartimos el artículo, que os ayudará a conocer un poquito más de la Familia Sopeña.

UNA VIDA DE ENTREGA

Nos ganaron el corazón con el testimonio, ahora nos une el servicio. Formamos una gran familia que busca devolver la dignidad al ser humano. En este artículo comparto mi historia y la de otros laicos como yo. Nuestro objetivo final es anunciar el Evangelio, extender el Reino de Dios, esa es nuestra misión compartida.

¿Espectadores o actores?

Ser espectadores significa limitarse a observar los acontecimientos desde nuestra zona de confort; no obstante, siempre atentos a criticar lo que a nuestro entender se ha hecho de forma equivocada. Algunos espectadores inclusive pudieran llegar a sentir lástima por el dolor ajeno que mira a su alrededor; sin embargo, la inacción les domina, nunca llegan a convertirse en un agente generador de soluciones.

Por el contrario, ser actores significa fundamentalmente “ser parte de…”, una búsqueda incesante y permanente de un mundo más solidario, más justo, más honesto, más digno, más unido; es decir, desde la visión de la fe cristiana sentimos que Dios nos ha encomendado la Misión de extender su Reino.

En este contexto, surge esta historia que se ha repetido en el tiempo de muchos laicos, niños, adolescentes, adultos, que han sido ganados el corazón por religiosas, Catequistas Sopeña; y, posteriormente, estos laicos han sido testimonio para otros laicos. Este ciclo virtuoso se ha repetido en el tiempo, pensamos que esto no es casualidad sino una obra de Dios, nosotros lo sentimos como “Nuestra Herencia”.

Surge la pregunta ¿cómo estas religiosas les ganaron el corazón?, ¿por qué los laicos son fieles a este Carisma? ¿esta comunidad de religiosas y laicos que están dispersos en algunos países son como una sola familia?

Compartir la mesa

El sentido de familia es quizá el signo más relevante e importante de la sociedad, indistintamente de la zona geográfica, creencia religiosa, estrato social o nivel cultural.

La confianza de creer en algo, la inspiración de perseguir un objetivo en común, se da justamente en el núcleo familiar; por aquello la frase “Hacer de todos los hombres una sola familia en Cristo Jesús” (Dolores Sopeña) tiene una trascendencia supremamente importante y que se convierte en la esencia de mi comunidad.

Uno de los signos que en las familias genera lazos de unión es el “compartir la mesa”. Jesús lo hizo con sus apóstoles y fue ahí justamente cuando instituyó el servicio, la entrega incondicional, el bajarse a un rol de limpiar los pies. De forma espontánea nuestra comunidad ha heredado esta buena costumbre de compartir la mesa. Empezamos haciendo una oración por aquellas familias que no tienen un pan para servirse y, luego, bendecimos y agradecemos por los alimentos que nos vamos a servir.

Recuerdo siempre una oración que hacíamos cuando bendecíamos los alimentos “…que el pan es más pan cuando hubo el esfuerzo”; ese signo de honradez y sacrificio también lo compartimos como un valor que muchas de las familias transmiten a sus hijos de generación en generación.

Es una oportunidad única para reírnos, llorar, compartir nuestras vivencias, nuestros sueños, quizá algún evento que nos marcó el día; en resumen, ganamos confianza para estar fuertemente cohesionados Catequistas y Laicos Sopeña en la misión.

Compartir Carisma

Una Casa Común

Otro signo que identifica las familias es tener un sitio de acogida donde sentirse protegidos, un lugar donde podamos poner en práctica todos los valores que nos dignifican como personas: solidaridad, fraternidad, respeto, justicia, honradez, transparencia, etc.; quizá debería ser el mundo nuestra casa común. Jesús no se circunscribió a una nación, a una región, a una etnia, en todos los pasajes de su vida pública nos plantea que el mensaje de salvación es universal.

El lugar donde realizamos nuestro apostolado, es nuestra Casa Común; pero realmente no está relacionado con un lugar físico de una zona determinada, si se quiere relacionar con una ubicación física, podemos decir que está en algunos lugares del mundo, en múltiples espacios de acción, donde podamos anunciar el Evangelio y extender el Reino de Dios.

A decir verdad, en la Casa Común no le cerramos las puertas a ningún ser humano, es universal, como el mensaje de salvación de Jesús; creemos en los procesos de conversión y redención, hemos sido y hemos visto como otras personas han sido parte de este proceso.

Conversar a través de la oración

Una de las herramientas más fuertes que hemos recibido de esta herencia carismática todos quienes trabajamos en la misión compartida es la oración.

Recuerdo la primera vez que realicé ejercicios espirituales, tenía ciertas dudas con respecto a, si iba a tener la suficiente voluntad como para pasar “rezando” durante cuatro días seguidos, era muy joven y en mi cosmovisión pensaba que únicamente los religiosos lograban este tipo de hazañas.

Para mi sorpresa, fue justamente aquí cuando aprendí a conversar con Jesús, a escucharlo en el silencio, luego la sensación es de continuar no cuatro días sino toda la vida escuchando su voz en mi interior. Esta práctica hemos tratado de llevarla a todos nuestros espacios de acción con todos quienes aceptan entrar a nuestra Casa Común y ser parte de esta gran familia unidos en Cristo Jesús.