SOY CATEQUISTA SOPEÑA Y OBVIO QUE…

Las Catequistas Sopeña somos religiosas que vivimos un nuevo estilo de consagración religiosa, basado en estar presentes y llevar a cabo nuestra misión en medio del mundo.

Nos dedicamos a la promoción humana y a la evangelización de las familias trabajadoras.

No llevamos hábito y vamos vestidas de calle porque creemos que así podemos acercarnos mejor a las personas más alejadas de Dios y de la Iglesia.

La consagración plena y nuestro estilo de vida sencillo, nos permite movernos y llegar a cualquier parte del mundo.

Somos mujeres con vocación misionera formadas para “vivir a la intemperie”, allí donde estén los hombres y mujeres a quiénes hay que salir al encuentro, allí donde hay que anunciar el Evangelio.

No somos Catequistas Sopeña porque impartamos Catequesis, sino porque entendemos la fe como un proceso continuo en cada una de las personas, y a eso dedicamos nuestra vida.

Escuchamos a la Dios en el silencio de la oración para luego poder escuchar en el día a día de las personas con las que nos relacionamos, de las que salimos a su encuentro.

La oración es nuestro motor espiritual. A diario dedicamos momentos de silencio, de reflexión, de adoración eucarística, para agradecer, para pedir a Dios, para experimentar el amor de Dios y comunicarle nuestro amor.

Nuestra congregación es la institucionalización del carisma de Dolores Sopeña, que hunde sus raíces en la espiritualidad ignaciana, basada en el servicio humanitario a las clases más desfavorecidas.

En los Centros Sopeña repartidos por todo el mundo a través de la Fundación Dolores Sopeña, nuestra principal obra apostólica, ofrecemos oportunidades de superación a todas las personas a través de una formación integral e individualizada.

¿Quieres conocernos mejor? ¿crees que tu vocación puede encontrar su lugar entre nosotras?

 

 

 

 

SER DOCENTES CRISTIANOS

Aquel que encuentra su vocación en la vida, la misión que Dios ha dejado en nuestro corazón, puede sentirse verdaderamente agradecido y afortunado.

Esos son los sentimientos de Lola y Lourdes, dos hermanas, Laicas Sopeña y docentes en los dos Centros Sopeña en Sevilla, quienes sienten esa alegría de quién está en el lugar correcto, en ese pequeño lugar en el mundo que Dios creó para cada uno de nosotros.

Ellas se sienten llamadas a ser fermento, junto a las Catequistas Sopeña y otros laicos, en una sociedad muy, muy necesitada de escuchar sobre la Buena Noticia.

Y en su caso, como docentes y de forma testimonial, para llevar esa Palabra de Dios y la construcción de su Reino, a las aulas, donde decenas de oídos y corazones jóvenes, quizás, aún no lo conocen.

Así nos lo cuentan en este artículo para la revista ICONO, que dejamos completo por aquí.

LA VOCACIÓN DEL LAICO

Los laicos, una vocación llamada a anunciar la alegría de la fe a toda la sociedad y en especial a los más necesitados.

Descubriendo nuestra vocación

Todos/as tenemos una misión en la vida, algo que hacer, algo que decir, algo que ser. Sabíamos que el Señor tenía un plan para nosotras, para la vida de cada persona, una vocación y nos inquietaba descubrirla. En nuestro proceso de búsqueda, participábamos en grupos de fe, voluntariados y, gracias a una colaboración, conocimos la obra Sopeña en Sevilla; al entrar en contacto con la comunidad de Catequistas Sopeña y sus centros, recibimos una acogida especial, llena de confianza, cariño, cercanía, donde el testimonio de vida se hacía realidad. Conocimos centros abiertos, llenos de vida, alegría, donde nos acompañaron en nuestro discernimiento y formación en valores de fraternidad, servicio y compromiso, “el amor debe ser práctico, con obras”. (D. R. Sopeña, MGM, p. 56).

Es en este clima de familia de los Centros Sopeña, donde nos enamoramos de la Obra de Dolores, nuestra fundadora, donde experimentamos un encuentro personal con Jesús, con su vida, su compromiso y testimonio como expresión del amor del Padre. Sabiendo siempre que Él «nos primerea”, nos encuentra y nos llama (Evangelii gaudium, 24). Allí nos hizo sentir su llamada, encontramos y descubrimos nuestra verdadera vocación, sentimos la llamada a ser laicos comprometidos, allí encontramos la oportunidad de trabajar por un mundo más justo y humano, desde nuestra labor cómo docentes cristianas. “La Misión fundamental del laico es actuar desde las propias instancias de la sociedad, siendo su compromiso fundamental, ser fermento y transformar esa realidad desde la Buena Noticia del Reino” (Evangelii gaudium, 31).

Instrumentos en Manos de Dios

La misión del laico

Fuimos sintiendo que nuestra misión está en comprometernos en el mundo y desde el mundo, desplegando nuestras capacidades en la vida familiar, social y profesional. Cómo Laicos Sopeña, somos corresponsables en llevar los valores cristianos al corazón de la sociedad. Poco a poco, descubrimos nuestras vidas como llamada, la vida de unos laicos y unas catequistas, convocadas a dar a conocer a Jesús a aquellos que no lo conocen, “Ganar almas a granel, buscar almas sin tregua ni descanso” (D.R. Sopeña Tesoro, 175).

Así hemos crecido en misión compartida, nacida del don gratuito de una vocación, de la experiencia que hemos tenido de sentirnos amados y enviados. Ambas vocaciones, catequistas y laicos, nos complementamos, compartiendo carisma, espiritualidad y misión, comprometidos juntos con la Iglesia en un proyecto evangelizador. Sentimos la Misión cómo propuesta común, tarea para todos/as, nos convoca, nos lleva a un modo de actuar en comunión, es reflejo de afectos, de confianza, sentido de pertenencia, de familia, es punto de encuentro, de camino conjunto que el Señor nos ha confiado.

En medio del mundo

Hoy, después de más de 30 años de pertenecer a esta familia, somos felices con nuestra vocación y damos gracias al Señor. Los Laicos Sopeña estamos llamados a responder con creatividad a las nuevas necesidades sociales, para dar respuesta a los desafíos del mundo actual. Trabajamos para favorecer la dignidad de la persona, la promoción y luchar por una mayor equidad e inclusión social, con un modo de hacer propio de nuestro carisma: saliendo al encuentro del otro, dando testimonio de amor cristiano, reconociendo a las personas cómo terreno sagrado, ganándoles el corazón.

Laicas Docentes

Podríamos compartir muchos momentos de encuentro con el Señor en tantos rostros que pasan por nuestras vidas, en el acompañamiento de esos procesos de crecimiento y de descubrir vocaciones que nuestra labor nos brinda. Encuentros transformadores que se manifiestan en las caras de felicidad del alumnado, después de una convivencia, de un encuentro juvenil, de una campaña, de un trabajo en clase, de una charla con ellos. Inquietudes que les movilizan, les hacen crecer, participar del miércoles de ceniza, de catequesis, ayudar en el banco de alimentos…. Emociones vividas cuándo se acercan y te dicen: no estoy bautizado, no he recibido mi Primera Comunión, puedes ayudarme. Tardes de gozo en la Sta. Iglesia Catedral cuando reciben el Sacramento de la Confirmación. Alegría al verlos graduarse y al encontrarlos un tiempo después cuando te dicen: ¡cuánto me acuerdo de los consejos que nos disteis! ¡cuánto me ha ayudado en la vida lo que recibí de vosotros! Huellas difíciles de borrar en sus vidas, porque han sido encuentros transformadores con el Señor.

La Iglesia hoy sigue teniendo la misma misión que el Señor nos encomendó: “Id por el mundo y proclamad el Evangelio” (Mc. 16). Esa misión es un llamamiento a todos los bautizados. «Hoy más que nunca se necesita un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo» (Evangelii gaudium, 81).

Hoy más que nunca necesitamos laicos que brillen con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad. “No os desaniméis, seguir sembrando y Dios hará el resto” (D.R. Sopeña Tesoro, 869).

HUELLAS DE VOCACIÓN Y DE VIDA

Recientemente hemos celebrado la Jornada Mundial de las Vocaciones con el afán de originar entre los jóvenes católicos la pregunta sobre su vocación, sobre su pasión, y sobre la llamada de Jesús a dejar suS huellas en el mundo.

También a invitar a la comunidad cristiana a orar de forma corresponsable por las vocaciones que tanto necesita nuestra Iglesia y nuestro mundo.

Es una invitación a ser testigos de Dios, a darlo a conocer, a dejar huellas en este mundo y en nuestros semejantes.

Dice el Papa Francisco: “Cuando hablamos de “vocación” no se trata sólo de elegir una u otra forma de vida, de dedicar la propia existencia a un ministerio determinado o de sentirnos atraídos por el carisma de una familia religiosa, de un movimiento o de una comunidad eclesial; se trata de realizar el sueño de Dios, el gran proyecto de la fraternidad que Jesús tenía en el corazón cuando suplicó al Padre: «Que todos sean uno» (Jn 17,21)”.

Las Catequistas Sopeña queremos ser también partícipes del proyecto fraterno. Como decía Nuestra Madre, la beata Dolores Sopeña, “hacer de todos los hombres una misma familia en Cristo Jesús”.

Trabajando hoy en la misión encomendada, de llevar el Evangelio por todo el mundo, a los más alejados, compartimos nuestro testimonio de cómo nos sentimos llamadas y quiénes nos dejaron antes su huella.

Nos reconocemos y somos reconocidas como Misioneras en Medio del Mundo y es ahí donde nuestro Carisma deja su propia huella.

María Asunción Domínguez Castañeda, Catequista Sopeña, nos comparte su agradecimiento.

Mira atrás y puede reconocer la huella de tantas personas en su camino. Sobre todo, de todas aquellas personas anónimas con las que ha compartido la vida, más allá de sacerdotes o de sus hermanas del Instituto.

Además, nos anima a preguntarnos sobre la huella que queremos dejar cada uno de nosotros en otras personas, en este mundo.

Por su parte, Mane Arenas, también Catequista Sopeña, nos transmite que, para ella, la vocación es un camino. “Con Él, por Él y como Él”, explica.

DOCENTES CON UNA SENSIBILIDAD ESPECIAL

La promoción es uno de los valores Sopeña. Representa un impulso que llevó a Dolores Sopeña, nuestra fundadora y mujer de excepcional sensibilidad, a confiar en el ímpetu y fuerza de cada una de las personas que tuvo a su alrededor para, con la ayuda de Dios, lograr sacar lo mejor de sí mismas.

Así fue y así sigue siendo en todos y cada uno de los espacios de acción en el mundo, en los que el Carisma Sopeña extiende su misión.

La experiencia como docente de Ana García enfrentó muchas veces al valor de la promoción, pero según nos cuenta en este interesante artículo para la revista ICONO, no fue hasta recalar en el Centro Sopeña Sevilla cuando la PROMOCIÓN cobró todo su sentido.

“Potencia cualidades y pule defectos para dejar a la luz el tesoro que todos llevamos dentro”.

Ana García, Laica Sopeña, entendió que Dios la había llevado hasta este Centro para conocer a alumnos con circunstancias a veces complicadas y que se despertase en ella una sensibilidad especial por las necesidades de los demás.

Ese plus que se ha encontrado, respecto a lo que ella creía que iba a ser la docencia, ha hecho que se reafirme en su vocación, latente desde niña.

PROMOCIÓN: DESCUBRIENDO TESOROS.                      

La promoción abarca todas las dimensiones de la persona. Potencia sus capacidades, revela sus cualidades, pule nuestros defectos hasta que deja al descubierto el tesoro que todos llevamos dentro. Nos ayuda a obtener lo mejor de las personas que Dios pone en nuestro camino.

La promoción como valor

Al llegar aquí me topé con el valor de la “promoción”. Si bien este término ya había aparecido antes en mi experiencia como docente, fue aquí, en mi centro de trabajo, donde cobró sentido, convirtiéndose en la clave de lo que tenía delante, entre mis manos, a diario. Dios me trajo aquí para ver de cerca que, desgraciadamente, me encontraría con alumnos/as cuya dignidad había sido desdibujada por circunstancias que la vida conlleva.

Esa falta de autoestima, de seguridad, de compañía… despertó en mí una sensibilidad especial por las necesidades de los demás. Esos alumnos, con sus “tesoros” enterrados, necesitaban sentir que alguien volvía a creer en ellos, en sus capacidades, fijar metas y pensar en logros a corto plazo, accesibles y posibles de conseguir.

¡Qué suerte la mía estar ahí en medio! Mi vocación por la docencia siempre me había hecho pensar en dar clase, en compartir mis conocimientos, en ser testigo de su aprendizaje… pero ser partícipe de su crecimiento personal y, en algunos casos, de retomar las riendas de sus vidas, me ha hecho reafirmarme en esa vocación que siento latente desde niña.

Terrenos para sembrar

Un educador no es, ni mucho menos, alguien que transforma al alumno, sino alguien que “sale al encuentro” de ellos, preparando el terreno donde se producirá esa transformación, creando el ámbito propicio para ello, facilitándole el camino, confiando en esa persona, reconociendo cada paso que de adelante y dejando que la persona sea artífice de su propio desarrollo, convirtiéndose en protagonista de su historia.

Precisamente ahora, más que nunca, después de estos terribles meses de pandemia, nos hemos encontrado con muchos casos de alumnos y sus familias que no solo tienen una crisis personal, si no que tienen necesidades materiales y económicas, que también son parte inevitable de ese terreno propicio que cualquier alumno necesita hoy en día para conseguir su meta.

 

Docentes con sensibilidad 2

Este curso, he podido evidenciar la solidaridad de mis alumnos en todo su esplendor, siendo partícipes, organizando y volcándose en campañas de solidaridad para ayudar a los más damnificados por la pandemia, tomando conciencia y viviendo experiencias de acción social, tan concretas, como ayudar a los compañeros de su propio centro.

Solidaridad evangelizadora, que nos hace más humanos y desarrolla la sensibilidad hacia nuestra propia promoción, como bien expresa el Papa Francisco en esta Audiencia a sacerdotes, religiosas y laicas consagradas de la asociación fundada por el Beato Chevrier:

“En efecto, no puedo sino aprobar y alentar la acción pastoral que lleváis adelante, según el carisma propio de vuestros institutos, un carisma que me toca personalmente y que está en el corazón de la renovación misionera a la que toda la Iglesia está llamada: porque existe una ‘íntima conexión entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora’ (Exhortación ap Evangelii gaudium, 178)».

Proyectos Solidarios

Esta solidaridad evangelizadora, encaminada a la promoción de nuestros alumnos, no solo les satisface a ellos, sino que es infinitamente gratificante para nosotros. Tenemos un proyecto en el centro, la “Bolsa de Solidaridad”, de donde se ayuda a los alumnos que lo necesitan.

Esta Bolsa se nutre de nuestras campañas solidarias, de aportaciones voluntarias, anónimas… y, como si del milagro de la multiplicación de los panes y los peces se tratara, esa Bolsa tiene siempre fondos para nuestros alumnos más desfavorecidos gracias a la voluntad y la colaboración de todos.

Cuando haces entrega de material, de dinero, de libros… y te sonríen con la mirada por encima de sus mascarillas, te das cuenta de que cualquier esfuerzo ha merecido la pena. Formar parte de la vida de esos alumnos y verlos promocionar, nos convierte en una “Gran Familia” junto a ellos y a las suyas propias.

De nuevo, cito unas palabras del Papa Francisco que pertenecen a su Encíclica, Fratelli Tutti, 276: “La Iglesia ‘tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación’ sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal. No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección”.

Termino dejando el testimonio de un antiguo alumno Sopeña, Fabricio, que se sintió acogido y acompañado en nuestra casa. Consiguió sus objetivos, se involucró en la vida pastoral del centro y disfrutó su estancia aquí. Más tarde, se graduó en la Universidad. Promoción en su estado más puro.

Sensibilidad docente 3

Cuando creen en ti, comienzas a creer en ti

“La Fundación Dolores Sopeña me ayudó a dar sentido a mi vida personal y profesional.

Cuando creen en ti, comienzas a creer ti. Hacen que tengas retos y ganas de salir adelante. Aquí no solo forman profesionales académicamente, sino que se guía a la persona para que de lo mejor de sí misma.

Soy parte del legado de la Fundación porque si miro atrás, valoro mi evolución. Creo que cada uno de nosotros tenemos mucho que ofrecer al resto de personas. A nuestro lado puede haber alguien que necesita una mano para descubrir su potencial y está en nosotros crear la capacidad de ayuda a los demás”.

NUESTRO CARISMA EN EL LOGOTIPO

El logotipo del Instituto Catequista Dolores Sopeña habla también de nuestro Carisma. Esa fue nuestra intención con la renovación de nuestra imagen institucional allá por el año 2016.

La identificación visual con los valores de las Catequistas Sopeña y de la Familia Sopeña en su conjunto fue un reto y una cuestión de vital importancia para nosotras.

La evidencia de una cruz griega simboliza la consagración religiosa, como congregación que somos.

Las Catequistas Sopeña vivimos un nuevo estilo de consagración basada en la presencia en medio del mundo y nos dedicamos a la promoción humana y a la evangelización de la familia trabajadora, especialmente en los sectores más alejados de la Iglesia.

Pero la cruz griega no es uniforme. Está formada por la confluencia de puntas de flecha, de diversos colores, que vienen a transmitir la unión de lo diverso y la misión fraternal que inspiró en cada momento de su vida a nuestra madre, Dolores Sopeña.

La fundadora tuvo siempre en su corazón el objetivo de “hacer de todos los hombres una familia en Cristo Jesús”, como el culmen de la fraternidad humana.

Sin fronteras geográficas, ni religiosas, ni ideológicas, trabajamos para hacer presente el amor de Dios en medio del mundo. 

Nuestra espiritualidad también está contenida en el anagrama, que muestra por ello un centro luminoso, Cristo y la Eucaristía como motor y centro de nuestra vida.

Además de la cristocéntrica y eucarística, tenemos espiritualidad mariana e ignaciana, basada en el servicio humanitario a las clases más desfavorecidas.

Las Catequistas Sopeña somos mujeres con vocación misionera formadas para “vivir a la intemperie”, allí donde estén los hombres y mujeres a quiénes hay que salir al encuentro, allí donde hay que anunciar el Evangelio.

Carisma en el logotipo

Esa vocación misionera también se trasluce en el logotipo, que marca con los brazos de la cruz griega caminos que se abren hacia los cuatro puntos cardinales, refrendando la idea de llegar y anticiparnos en los lugares donde más se nos necesita.

Nuestro lema “Misioneras en medio del mundo” habla de una presencia que no es solo testimonial, sino activa.

Hacemos una labor cualificada, cercana, escuchamos, respondemos a los problemas reales. Trabajamos animadas por un único deseo: colaborar para hacer realidad el proyecto de Dios en el mundo, a través de la situación particular de cada persona.

Si quieres conocernos más y sobre el proceso de Canonización de la Beata Dolores Sopeña, o te mueve el deseo de unirte a nosotras, te esperamos.

 

CATEQUISTAS QUE HABLAN DE SUS VOCACIONES

Cada año, la Comunidad de Catequistas Sopeña de Bogotá (Colombia) dedica el mes de septiembre a conmemorar a nuestra madre fundadora, la Beata Dolores Sopeña. El Mes Sopeñista, lo llaman. En esta ocasión, lo celebran, además, rememorando los 75 años de la presencia en este país latinoamericano y hablando de sus vocaciones.

Todos estos años cuentan además historias de compromiso y entrega a la vida consagrada de Catequistas colombianas o de otras partes, pero que pasaron por esa Comunidad de Bogotá, que tanto bien ha hecho.

A través de pequeños vídeos, difundidos en redes sociales, este septiembre Sopeñista está dando visibilidad a experiencias vocacionales.

Las Catequistas Sopeña son mujeres y misioneras en medio del mundo, mujeres acogedoras, de espíritus alegres, como le gustaban a Dolores Sopeña.

Juanita Arguijo, hoy en Santiago de Cuba, mexicana de nacimiento, destaca la calidez humana de tantas experiencias vividas desde 2004 hasta 2013, años en los que vivió en la Comunidad de Colombia.

Agradecida “por todos los bienes recibidos en este lindo país”: amistad, acogida, alegría, creatividad…

También agradecida se muestra Noemí Gutiérrez, colombiana, por toda la riqueza, crecimiento y aprendizaje de las distintas nacionalidades que formaban esa Comunidad.

Blanca Cecilia Martínez, de Bogotá y ahora en Toledo (España), cuenta que respondió a una llamada de la que no fue del todo consciente hasta que Dios se manifestó para ella a través de las palabras de las propias Catequistas Sopeña que conoció allá. En ese momento, dice, decidió que quería ser como ellas.

Unos padres muy cristianos fueron el origen de la vocación de Esperanza Castillo, que se vio confirmada por el trato con las Catequistas, “muy cercanas”, en la capital colombiana. Por eso, anima ahora a las jóvenes a escuchar la llamada de Dios.

Sacramento Muñoz, española y ahora en Loyola (España), expresa su agradecimiento porque Dios y el Instituto Catequista Dolores Sopeña le permitieran ir a América y conocer Bogotá.

Por su parte, Rosa Emilia Laverde, recuerda que conoció a las Catequistas Sopeña en el Centro Obrero de la ciudad y con su afán de ayudar a los demás, no tardó en solicitar su ingreso en la Congregación.

Dice ser y haber sido muy feliz en su vida y con sus tareas y siente que ahora más que nunca, con la pandemia que sufre el planeta, las Catequistas Sopeña han de ofrecer ayuda y esperanza ante las dificultades.

Si a ti también te hace feliz ayudar a los demás, quizás tengas más interés en conocer sobre vocaciones.  ¿Crees que podrías ser Catequista Sopeña?

#75añosencolombia