LA HUELLA DE DIOS EN NOSOTROS

La capacidad de amar es la huella de Dios en cada uno de nosotros y, ni las cosas más terribles que hagamos los hombres, pueden variar esa esencia.

María Jesús González, Catequista Sopeña en Loyola (Guipúzcoa) nos recuerda en un artículo para la revista ICONO de los Padres Redentoristas, que a pesar de la dura realidad que nos rodea cotidianamente, el mundo fundamentalmente también está hecho de actitudes y gestos buenos, que revelan la enorme capacidad de amor que tenemos los seres humanos.

Para ella creer, la fe, se parece a soñar, porque es acercarse al mismo sueño de Dios, a su proyecto más querido, que no es otro que la plena felicidad de sus hijas e hijos, al conocerle y reconocerle como Padre.

Los gestos de amor, las actitudes de entrega y generosidad hacia los demás, nos producen una gran satisfacción “porque brotan de los más original de cada uno, de lo mejor de nosotros mismos”.

Es más, esa satisfacción y esa alegría se proyecta más allá y nos estimula a hacer el bien a nuestro alrededor. Dejando nuestra huella.

Por aquí os dejamos este interesante artículo completo:

CREER PARA SOÑAR

Sacando a flote mis convicciones más profundas como creyente, os ofrezco unas reflexiones muy sencillas, obvias para muchos de vosotros. A mí me ayuda refrescarlas.

Parto de la realidad que todos palpamos, pero me lleva tan lejos que ya no sé si creo o sueño. En realidad, creer se parece a soñar, porque es acercarse al mismo sueño de Dios, a su Proyecto más querido: la plena felicidad de sus hijos, los seres humanos, que consiste en conocerle como Padre. Por este Proyecto lo dio todo, hasta su propio hijo único, para que nos lo diera a conocer y nos enseñara a vivir como hermanos.

Han pasado miles de años y, nosotros hoy, todavía vivimos inmersos en una situación de agresividad y violencia extrema, de grandes peligros y dificultades que afectan a todo el Planeta. No es necesario describirlas. Noticias y escenas nos conmueven y nos parece casi imposible tanta maldad o tanta indiferencia ante las enormes desigualdades y sufrimientos, evitables, que conocemos.

Injustas desigualdades

Por un lado, las maravillas de la ciencia y de la técnica, la satisfacción de toda clase de necesidades, el alto nivel de bienestar y de lujo para una minoría y la pobreza suma y la falta de oportunidades para millones de seres humanos. Las guerras, las diversas persecuciones, las sequías y falta de alimentos los obligan a emigrar.

Todo esto tiene una causa: el egoísmo y la avaricia desmedida del ser humano mismo. Nosotros lo producimos, en distinta medida, siendo más responsables los que tienen en su mano las grandes decisiones.

El hombre es un lobo para el hombre“. La Historia nos demuestra que este dicho tiene mucho de verdad; pero podríamos aclararlo más así: Cuando el hombre es lobo para el hombre, ya no es hombre sino lobo. Se ha deshumanizado.

El hilo de mi reflexión continúa y me animo a ir un poco más lejos, al fondo del corazón humano, atravesar la dura corteza de egoísmo y soberbia para encontrar la bondad, la compasión, la ternura y la posibilidad de amar.

huella de amor

Dios nos creó a su imagen y dejó en el ser humano su preciosa huella indeleble. “Vio Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien”. Sabemos lo que pasó después… el pecado, el desastre. Pero ese pecado no borró su imagen en el ser humano porque es lo que nos constituye. Sí. Esa imagen quedó alterada, desfigurada, oscurecida, a veces invisible, pero conserva algo, como un rayito de lo más propio de Dios: la capacidad de amar.

Oasis de amor

Y los efectos de esa huella divina se hacen presentes. No son teorías o sueños, son hechos. Como en medio de un desierto, emergen pequeños oasis de verdor que nos reconfortan y muestran un camino. Tantos gestos humanitarios preciosos, tantas solidaridades invisibles, tantos servicios desinteresados, tantas generosidades excesivas, tantos heroísmos, no siempre conocidos. De todo esto quizá sabemos menos, pero ¡ahí están! y tienen efectos.

El primero se da en nosotros mismos. Estas actitudes y gestos nos producen una inmensa satisfacción porque brotan de lo más original, de lo mejor de nosotros mismos. Sentimos que nos construyen, nos proyectan más allá de nosotros mismos, nos animan, nos alegran.

También efectos a nuestro alrededor porque estimulan, motivan a hacer el bien. El bien produce bien, así sea imperceptible, nada se pierde, tiende a multiplicarse, es difusivo. Podríamos compararlo con el fuego, que en este momento tenemos tan presente. Basta una chispa para producir un gran incendio.

Por contraste, podemos considerar los efectos de las actitudes y comportamientos egoístas. No satisfacen, producen un placer superficial y pasajero que acaba en una enorme frustración a la que no logramos poner nombre. El insaciable deseo de bienes materiales y poder, la venganza, la falta de perdón, la indiferencia, la arrogancia, la envidia, dejan un inmenso vacío y un sabor amargo. Deshumanizan, destruyen por dentro y producen sufrimiento en otros.

Alerta ante las tentaciones

Nadie está libre del todo de estas tentaciones, son muy atractivas; pero sí podemos estar alerta para no caer en sus propuestas y detectar pronto, antes de que sea demasiado tarde, las redes que pueden envolvernos. Es esencial cuidar que no se erosione la libertad.

El panorama mundial es difícil, pero no debe desanimarnos. Tenemos un gran recurso: la huella de Dios en nosotros: la capacidad de amar.  Puede parecer un perfecto disparate pensar que cada uno puede influir.  Sin embargo, influimos, porque estamos profundamente conectados más allá de nuestro entorno y, de alguna manera, todo repercute en el conjunto. No tenemos instrumentos para medirlo, pero la fuerza del amor existe, “las aguas torrenciales no podrán apagar el amor…”, ni el humano y mucho menos el divino que es su espíritu y nos alienta y nos sostiene, porque nada hay imposible para Dios.

Cuidemos nuestro corazón, nuestros sentimientos, nuestro respeto profundo a los demás, a todos, nuestro deseo de hacer el bien, reconociendo que todos somos hermanos, tenemos un mismo origen y un mismo fin.

Qué gran ideal el que movió a Dolores Sopeña: “Hacer de todos los hombres una sola familia en Cristo”. De otra forma, sería imposible.

 

EL PRÓJIMO SOMOS TODOS

La raíz de la solidaridad humana es pensar que el prójimo somos todos. Ese ser cercano o lejano, da igual, porque “Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”.

El Papa Francisco, citando a San Mateo (20, 1-16) insta a la humanidad a que trabaje unida, con verdadero espíritu de equipo, ya que nuestra sociedad sólo se puede salvar juntos.

Pero, en ocasiones, esos gestos solidarios nos cuestan aún menos si los volcamos con los compañeros, los amigos, los vecinos, las familias que nos rodean y forman parte de nuestra vida.

Así lo hemos querido hacer esta vez, poniendo en marcha un nuevo proyecto solidario en el seno de la Familia Sopeña. Se llama “Enciende tu solidaridad” y dirige nuestro esfuerzo de acompañamiento y de ayuda hacia aquellos con los que convivimos en el día a día de nuestros Centros, la obra apostólica de las Catequistas Sopeña.

Y así lo hemos querido compartir en un nuevo número de la Revista ICONO de los Padres Redentoristas y que os reproducimos por aquí para que la tengáis a mano.

Energía fraterna

La palabra solidaridad nos llena la boca muchas veces y, otras muchas, la ponemos en práctica con personas y situaciones que apenas ni conocemos y que nos pillan a miles de kilómetros de distancia.

Nada mal, sabiendo que, hasta los más alejados, en todos los sentidos, debemos sentirlos cercanos y que según el Evangelio «Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos» (San Mateo 20,1-16).

Pero, otra opción, es ejercerla con los que están cercanos, a los que no nos cuesta mirar a los ojos y descubrir sus dificultades, a los que podemos agarrar de la mano en cualquier momento e, incluso, con los que compartimos espacios físicos como el edificio, la escuela, el lugar de trabajo.

No sé si será porque nuestra fundadora, Dolores Sopeña, viajó tanto y por tantos países del mundo, pero tenemos incluida en nuestro material genético la sensación de que todo el mundo está próximo. Bueno, eso, y el sentirnos cristianos, hermanos e hijos de un mismo Dios.

El más cercano

La palabra prójimo puede proceder del término latino proximus con el significado de más cercano, que nos dejó próximo, por la vía culta; en griego, prójimo traduce muy apropiadamente la palabra pleison, que expresa la idea de asociarse con alguien, de entrar en su compañía.

En la Biblia, prójimo se considera a cualquier ser humano. Para Jesús de Nazaret, el prójimo es el otro, cualquiera, sea o no sea hermano, pero así se le considera. Es el otro al que hay que amar y todos somos, independientemente de parentescos u otro tipo de relaciones, prójimos del otro.

Así que, si hemos de amarle, cómo no ayudarle, cómo no mostrar nuestra empatía, cómo no ofrecerle recursos que están en nuestra mano para hacerle la vida mejor y construir un mundo fraterno, el Reino de Dios.

La crisis socio económica derivada de los acontecimientos de los años anteriores, en concreto, la pandemia por Covid, está haciendo daño, como siempre, especialmente a las familias trabajadoras.

Estos hombres y mujeres de mediana edad y de familias trabajadoras son lo que conforman la mayoría de nuestros centros en España y en el resto del mundo, allá donde la Fundación Dolores Sopeña lleva funcionando decenas de años.

Solidaridad prójimo

Dificultades en las familias

La subida de los suministros energéticos, a pesar de los esfuerzos de las administraciones para paliar la situación, dificulta enormemente el día a día de estas familias.

Y lo que es peor y más trascendente, es que las dificultades del hoy condicionan radicalmente la situación en el futuro.

Si lo pensamos con detenimiento, la dificultad para cocinar y, por tanto, elaborar comidas de calidad y cuidar la alimentación, condicionará para siempre el desarrollo físico y mental. La imposibilidad de estudiar de noche por los altos costos de la energía supondrá graves desigualdades en el acceso a las oportunidades formativas y laborales futuras.

Y si hay algo Sopeña, Sopeña, es facilitar oportunidades.

De ahí que bajo el lema de “Enciende tu solidaridad”, la familia Sopeña hayamos puesto en marcha un proyecto de solidaridad para los usuarios y usuarias de nuestros espacios de acción –escuelas y centros de educación de personas adultas, así como las acciones pastorales-.

Encender nuestra solidaridad

Usando el símil de la energía, tan necesaria para nuestro día a día, esta campaña que permanece activa desde antes del anterior periodo navideño, invita a encender nuestra solidaridad, nuestra empatía y caridad cristiana, para llegar, en este caso a los que tenemos más cerca.

De esta manera, podemos contribuir a reducir el impacto de las condiciones económicas en la vida presente y en el desarrollo futuro de esas familias.

energía fraterna

La misión de la Fundación Dolores Sopeña, principal obra apostólica de las Catequistas Sopeña, es precisamente salvar esa desigualdad o difícil acceso a oportunidades formativas o, más tarde, profesionales. Lamentablemente, se constata que eso condiciona toda la vida.

Se trata de poner las bases para que las oportunidades dispares de las que gozan unas u otras familias, no supongan a la larga grandes desigualdades en los niveles socioeconómicos de sus componentes y el acceso a empleos de calidad sea un hecho, no un milagro.

De forma prácticamente autónoma, el proyecto “Enciende tu solidaridad” contempla que cada Centro Sopeña recoja las contribuciones y, de la misma manera, las distribuya entre aquellas personas que estén atravesando esa dificultad.

Las ayudas cubren únicamente los recibos de suministros energéticos mientras dure la situación de precariedad.

Con un pequeño esfuerzo, nuestra solidaridad se convierte por arte de magia en energía fraterna.