La Misión es la joya del Carisma de las Catequistas Sopeña, que se mueven desde hace un siglo entre las familias trabajadoras y los más alejados de la Iglesia. Y lo hacen con un lema que no deja lugar a dudas: Misioneras en Medio del Mundo.
Hace solo unos días, como cada año, la Iglesia celebraba el Domingo Mundial de las Misiones. En esta ocasión con la consigna de “Cambia el mundo”, haciendo evidente que la Misión y la labor de los misioneros hacen que el cambio hacia un mundo mejor y más justo e igualitario, sea posible.
Pero ese cambio, según las Obras Misionales Pontificias (OMP), solo es posible si nace de un corazón cambiado, que no es otro, que un corazón en el que ha entrado Dios.
En nuestra Misión en Cuba se ha obrado ese milagro y ha entrado la luz en los corazones de mucha gente.
Así es como lo ha reflejado la periodista Mercedes Ferrera Angelo, de la Archidiócesis de Santiago de Cuba, en este bonito reportaje:
Entre las montañas y el mar, un puñadito de sal
Por Mercedes Ferrera Angelo
Cada domingo bien temprano en la mañana, mientras muchos aun duermen aprovechando el día de descanso, un camión (medio de transporte común entre nosotros) recorre varios puntos de la ciudad de Santiago de Cuba. Para aquel que mira desde fuera, se trata de pequeños grupos de personas que suben al vehículo en diferentes puntos de un recorrido habitual, llevando con ellos paquetes, jabas, cajas y, algún que otro aparato para reproducir o amplificar sonidos. Hasta aquí, no hay nada que resulte extraño para ningún cubano de estos tiempos.
Con el avance en el recorrido, en busca de la salida de la ciudad, se llega a la zona del Distrito José Martí; sube el último grupo y es entonces que puede decirse que comienza a notarse la diferencia. No se trata de una excursión o un paseo a la playa, sino de un itinerario que se ha estado repitiendo durante veinte años, domingo tras domingo, con un solo objetivo: llevar la Buena Noticia de Jesús a comunidades del municipio Guamá, situado al oeste de la ciudad de Santiago de Cuba. Los protagonistas de esta historia son misioneros y misioneras de diversas parroquias y comunidades santiagueras, guiados, animados y acompañados por las Hermanas del Instituto Catequista Dolores Sopeña.
La arquidiócesis de Santiago de Cuba está situada en la costa sur de la región oriental de Cuba, tiene una extensión de 6.156 kms2. Es la arquidiócesis primada y su geografía posee un contraste maravilloso que incluye montañas, algo de llanura, costas y por supuesto el mar, el cálido Mar Caribe. Sin embargo, estos accidentes geográficos que Dios ha regalado a la vista de los santiagueros y de todos los que se acerquen a esta tierra, representan un gran reto cuando de llegar a los rincones más alejados se trata.
Las Hermanas del Instituto Catequista Dolores Sopeña han hecho de este reto su más preciosa y firme razón. Son ellas las que en gran medida y con la Gracia de Dios, hacen posible que hoy se pueda contar esta historia.
Inicios
El Instituto Catequista Dolores Sopeña llegó a La Habana por primera vez a mediados del siglo pasado, en el año 1948, y a Santiago de Cuba en 1956. En 1962, luego de los cambios iniciados por el triunfo de la revolución en 1959, las Hermanas se retiraron del país. Después de treinta y cuatro años, en 1995, vuelven a Santiago de Cuba, la tierra que una vez acogiera a su fundadora, la entonces jovencita Dolores Sopeña, quién junto a su padre, residió durante un tiempo en esta ciudad.
En una primera etapa, después del regreso de 1995, las Catequistas Sopeña comenzaron a trabajar en la parroquia de Marìa Auxiliadora ubicada en una populosa barriada en la zona sur de la ciudad, atendiendo la catequesis no solo en el templo parroquial sino también en los barrios que le rodean.
En 1997 se inició la experiencia de la misión en el municipio Guamá, una región donde se encuentra el pico con la mayor elevación de Cuba: el Turquino. Serían las Hnas. Eloísa y Noemí junto a la Sra. Paula Jarquez, misionera de la parroquia de Sta. Lucia, las que el 23 de enero de ese año, según recuerda con mucha precisión la misionera, se lanzaron a iniciar un camino que aún se recorre cada semana. En ese momento se trataba de ir, mirar, conocer la zona y su gente, invitar. Según recuerda, “La virgen de la Caridad, nuestra patrona, nos ayudó a abrir el camino.”
Meses después, otra religiosa recién llegada, la Hna. Patricia, invitó a unas muchachas de la parroquia que acababan de recibir el bautismo a unirse a ella en una primera visita al lugar, con la finalidad de intentar llegar más lejos, a lugares de difícil acceso y eso hacerlo por su cuenta, sin transporte propio. Hoy, a 20 años de distancia esa misión se ha multiplicado en 17 pequeñas comunidades, la más lejana a unos 140 kms al oeste de la ciudad cabecera.
“Comenzamos con muchas incertidumbres, no sabíamos cómo iba a ser aquello, pero comenzamos”, recuerda una de las primeras misioneras. Con el tiempo y la ayuda de un financiamiento se comenzó una nueva etapa. Entonces se alquilaba un transporte para el traslado hasta los puntos de misión y eso permitió que fuera sumándose un mayor número de misioneros; con altas y bajas, así ha sido hasta hoy.
Pero volvamos a la descripción de una jornada de misión. Ya a bordo del camión todos se unen en oración para ofrecer el viaje, el trabajo, la misión del día y las intenciones del grupo. En pocas palabras, unirse con todo lo poco y lo mucho que se trae para ofrecer y compartir. Al llegar al primer punto de misión, una breve reunión para ponerse al día en la distribución del trabajo, compartir la merienda y comenzar.
Poco a poco, el grupo se va separando y cada equipo emprende su propio camino. Las Hermanas Sopeña se turnan para visitar las comunidades. En general no tienen un punto fijo si no que van acompañando y cubren allí donde sea más necesario.
Entre las montañas y el mar
Quizás la belleza del entorno con ese impresionante conjunto que forman las montañas y el mar, haga perder de vista a quien llega por primera vez que “loma arriba”, como diría cualquier guajiro* de la zona, hay todo un pueblo que en medio de su difícil cotidianeidad espera y acoge con alegría lo que esta gente viene a ofrecerle.
En el recuerdo de una de aquellas primeras muchachas, que asumieron el reto, “esa misión fue una escuela. Fue un espacio para aprender a compartir, a tolerar, a sentirse incluido. Éramos varias generaciones, desde la primera hasta la llamada tercera edad. Mi hija, por ejemplo, hoy adolescente, comenzó conmigo cuando sólo tenía 9 meses y caminó por primera vez allí en Guamá. Nos sentíamos en familia, eso éramos”. Y no fue solo ella, otras madres también asumieron la misión, llevando con ella a sus hijos.
Algo común en los testimonios escuchados tiene que ver con el aprendizaje, un aprendizaje no académico, ni que se adquiere en un aula, sino en el caminar juntos y en una misma dirección. “Aprendí lo que era el compromiso, estar pendiente a la necesidad del otro. Yo diría que en esa misión conocí el rostro de Dios y aprendí a reconocerme a mí misma como persona. Las Hermanas ayudaban mucho, eran como el elemento aglutinador en medio de todos.
Hoy
Años después y sin abandonar la misión de Guamá, las Hnas. Sopeña se incorporan a la parroquia misionera de San José Obrero, una parroquia sin templo, que atiende una extensa área, parte urbana, parte rural, al este de la ciudad, y donde la experiencia misionera comenzó también en 1997. Aquí la gente se encuentra en casas y espacios cedidos por personas del lugar y preparados por ellos.
Básicamente el estilo de trabajo es el mismo y aunque hoy son otras las Sopeñas, otros los misioneros y otros los caminos que cada semana recorren, ahora por la zona conocida como Baconao, el espíritu es el mismo.
“Venir aquí es algo que me hace crecer cada semana”, comenta Melissa la más joven del grupo de misioneros, una estudiante universitaria que va hasta la última comunidad de la zona, la de María del Pilar, a encontrarse cada tarde de viernes con un grupo de niños que la esperan llenos de expectativas, curiosidad y energía, mucha energía, para aprender y también jugar.
Este es un lugar muy apartado, cercano a la hermana diócesis de Guantánamo y al que se llega, de brinco en brinco, si el rio de la zona da paso. Quizás por eso, al arribar sorprende agradablemente ver que es la propia comunidad la que prepara todo lo relacionado con el encuentro y la celebración. Para el visitante que llega de la ciudad, queda muy claro que esos son los pequeños frutos que ya se recogen.
La parroquia San José Obrero fue creada en 2007 y en su territorio hay centros turísticos y de recreo, parques, y hasta un acuario, pero también viven muchas personas. Uno de los misioneros comenta que “estos eran lugares prácticamente despoblados y que la iglesia católica nunca había llegado tan lejos por allí, como lo están haciendo ahora”. Y es precisamente eso lo que mueve a otra de las jóvenes que participa en la misión: “Es una realidad muy diferente a la de la ciudad. Eso me anima a venir cada semana, todo es muy diferente, pero es también parte de la iglesia, de la realidad de esta iglesia”.
Quienes han leído con atención este trabajo, pueden hacerse una idea del andar de las Catequistas Sopeña por esta porción de la tierra cubana. Pero si se preguntara cómo lograr aglutinar tanta diversidad y encaminarla hacia un mismo objetivo, entonces tendría, además, que buscar en las esencias de lo que ha dado y sigue dando sentido a la vida de estas religiosas.
Su fundadora Dolores Sopeña llamaba a sus seguidoras a “dar a conocer a Dios” a las personas que se encuentran al margen, lejos del centro de la sociedad y de la Iglesia. Por eso, desde los inicios mismos de Instituto trabajan en misiones urbanas y rurales, en las cárceles, en zonas poco atendidas, con pocos sacerdotes y agentes de pastoral.
El carisma Sopeña busca realizar su misión evangelizadora como un proceso con tres elementos fundamentales: La Promoción Humana, el Anuncio Explícito de Jesucristo y la Fraternidad.
Para ellas, las acciones pastorales deben concretarse en cada lugar como respuesta a las necesidades de las personas, grupos y comunidades a las que van destinadas; pero también teniendo en cuenta sus características y condiciones de vida.
En Santiago de Cuba, esa misión evangelizadora se ha hecho concreta en dos vertientes:
Las misiones rurales: con nueve comunidades en la zona de Baconao, parroquia san José Obrero, y diecisiete comunidades en la zona de Guama, parroquia de Cristo Rey.
Las misiones urbanas en barrios periféricos de la ciudad: Comunidad de Cristo de la Salud, San Pedrito, y La Anunciación.
Su convocatoria llega a personas de cualquier edad y condición. Según su experiencia: “nunca van en solitario, se evangeliza en comunidad: la Comunidad de Catequistas, y junto ellas, los Laicos Sopeña, que son agentes evangelizadores invitados a compartir la alegría de la fe y a participar de su carisma. Es como tratar de poner a todos en sintonía con el Espíritu, y desde ahí invitarlos a entonar la melodía que Dios quiere que entonemos, para su mayor gloria.
Un puñadito de sal
Durante estos años, han sucedido muchas cosas buenas para las Religiosas y para la gente que las acompaña en su misión. Se ha crecido, se ha aprendido, se ha demostrado, no una sino muchas veces, que puede llegarse lejos y que ante obstáculos que pueden parecer imposibles de saltar, siempre se encontrará una manera darles la vuelta y llegar allí donde se han propuesto llegar.
Pero también, como en toda experiencia humana, se ha pasado por etapas de crisis, ha habido una gran cuota de dolor por pérdidas irreparables, se han sufrido frustraciones e incomprensiones. Y también, por qué no decirlo, se ha experimentado el desaliento por aquellas cosas que parecían ir muy bien y que luego de pronto, dejaron de ser lo que se pensaba que eran.
Si toda esta experiencia pudiera ponerse en cifras, o en una de esas magníficas gráficas de análisis estadístico, quizá los resultados que se muestren parezcan insignificantes. Pero para muchos de los habitantes de lugares como Playa Blanca, Marañón, Calabaza, Chivirico, Calentura, El Papayo, Uvero, en la zona de Guamá; o de Verraco, Cazonal, Baconao, Sigua, y María del Pilar, en la zona de Baconao, sólo por mencionar algunas, estas vivencias han marcado en sus vidas una gran diferencia. A ellos ha llegado el Anuncio de la Buena Noticia, y eso, es más, mucho más que una cifra o una gráfica.
En nuestra cultura culinaria la sal es un elemento imprescindible. Basta solo un puñadito para dar sabor y hacer que los alimentos sean más agradables al paladar. Así pudiera describirse el camino recorrido en esta experiencia de las Catequistas Sopeña en Cuba, como un puñadito de sal que da un nuevo sabor fundamentalmente a dos realidades: la de los misioneros y la de las personas que les reciben allí, en su casa y en sus vidas.
En las palabras de una de las iniciadoras: “Esta experiencia recuerda la parábola del Evangelio: algunas semillas cayeron al borde del camino, otras se las comieron los pájaros, pero algunas, cayeron en tierra buena. Si tuviera que decir lo que significó, diría que gracias a esa misión yo sigo hoy en la Iglesia, fue un bautizo de vida y de fe”
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* Guajiro se les llama a las personas que viven en el campo cubano