Dolores Sopeña, siempre concibió su vocación y su obra como una opción a compartir con muchas personas de distinta procedencia, para acercar y dar a conocer a Dios y el Evangelio.
Es la misión compartida, que es una de las señas de identidad de nuestro Carisma, así como lo imaginó y lo llevo a la práctica nuestra fundadora.
Compartir la misión siempre es una opción emocionante que supone profundos sentimientos fraternos.
La Familia Sopeña viene haciéndolo desde hace muchos años y supone también entender y proyectar un mundo, una sociedad, como un lugar de fraternidad, como el que comparte la casa o la mesa.
Así lo expresa desde Ecuador uno de los miembros de esta extensa familia: Javier Castellanos, Laico Sopeña, en el último número de la revista ICONO, de los Redentoristas, en la que venimos colaborando desde inicios de este año, contando la acción social desde el Carisma Sopeña y con nuestros valores institucionales.
Por aquí os compartimos el artículo, que os ayudará a conocer un poquito más de la Familia Sopeña.
UNA VIDA DE ENTREGA
Nos ganaron el corazón con el testimonio, ahora nos une el servicio. Formamos una gran familia que busca devolver la dignidad al ser humano. En este artículo comparto mi historia y la de otros laicos como yo. Nuestro objetivo final es anunciar el Evangelio, extender el Reino de Dios, esa es nuestra misión compartida.
¿Espectadores o actores?
Ser espectadores significa limitarse a observar los acontecimientos desde nuestra zona de confort; no obstante, siempre atentos a criticar lo que a nuestro entender se ha hecho de forma equivocada. Algunos espectadores inclusive pudieran llegar a sentir lástima por el dolor ajeno que mira a su alrededor; sin embargo, la inacción les domina, nunca llegan a convertirse en un agente generador de soluciones.
Por el contrario, ser actores significa fundamentalmente “ser parte de…”, una búsqueda incesante y permanente de un mundo más solidario, más justo, más honesto, más digno, más unido; es decir, desde la visión de la fe cristiana sentimos que Dios nos ha encomendado la Misión de extender su Reino.
En este contexto, surge esta historia que se ha repetido en el tiempo de muchos laicos, niños, adolescentes, adultos, que han sido ganados el corazón por religiosas, Catequistas Sopeña; y, posteriormente, estos laicos han sido testimonio para otros laicos. Este ciclo virtuoso se ha repetido en el tiempo, pensamos que esto no es casualidad sino una obra de Dios, nosotros lo sentimos como “Nuestra Herencia”.
Surge la pregunta ¿cómo estas religiosas les ganaron el corazón?, ¿por qué los laicos son fieles a este Carisma? ¿esta comunidad de religiosas y laicos que están dispersos en algunos países son como una sola familia?
Compartir la mesa
El sentido de familia es quizá el signo más relevante e importante de la sociedad, indistintamente de la zona geográfica, creencia religiosa, estrato social o nivel cultural.
La confianza de creer en algo, la inspiración de perseguir un objetivo en común, se da justamente en el núcleo familiar; por aquello la frase “Hacer de todos los hombres una sola familia en Cristo Jesús” (Dolores Sopeña) tiene una trascendencia supremamente importante y que se convierte en la esencia de mi comunidad.
Uno de los signos que en las familias genera lazos de unión es el “compartir la mesa”. Jesús lo hizo con sus apóstoles y fue ahí justamente cuando instituyó el servicio, la entrega incondicional, el bajarse a un rol de limpiar los pies. De forma espontánea nuestra comunidad ha heredado esta buena costumbre de compartir la mesa. Empezamos haciendo una oración por aquellas familias que no tienen un pan para servirse y, luego, bendecimos y agradecemos por los alimentos que nos vamos a servir.
Recuerdo siempre una oración que hacíamos cuando bendecíamos los alimentos “…que el pan es más pan cuando hubo el esfuerzo”; ese signo de honradez y sacrificio también lo compartimos como un valor que muchas de las familias transmiten a sus hijos de generación en generación.
Es una oportunidad única para reírnos, llorar, compartir nuestras vivencias, nuestros sueños, quizá algún evento que nos marcó el día; en resumen, ganamos confianza para estar fuertemente cohesionados Catequistas y Laicos Sopeña en la misión.
Una Casa Común
Otro signo que identifica las familias es tener un sitio de acogida donde sentirse protegidos, un lugar donde podamos poner en práctica todos los valores que nos dignifican como personas: solidaridad, fraternidad, respeto, justicia, honradez, transparencia, etc.; quizá debería ser el mundo nuestra casa común. Jesús no se circunscribió a una nación, a una región, a una etnia, en todos los pasajes de su vida pública nos plantea que el mensaje de salvación es universal.
El lugar donde realizamos nuestro apostolado, es nuestra Casa Común; pero realmente no está relacionado con un lugar físico de una zona determinada, si se quiere relacionar con una ubicación física, podemos decir que está en algunos lugares del mundo, en múltiples espacios de acción, donde podamos anunciar el Evangelio y extender el Reino de Dios.
A decir verdad, en la Casa Común no le cerramos las puertas a ningún ser humano, es universal, como el mensaje de salvación de Jesús; creemos en los procesos de conversión y redención, hemos sido y hemos visto como otras personas han sido parte de este proceso.
Conversar a través de la oración
Una de las herramientas más fuertes que hemos recibido de esta herencia carismática todos quienes trabajamos en la misión compartida es la oración.
Recuerdo la primera vez que realicé ejercicios espirituales, tenía ciertas dudas con respecto a, si iba a tener la suficiente voluntad como para pasar “rezando” durante cuatro días seguidos, era muy joven y en mi cosmovisión pensaba que únicamente los religiosos lograban este tipo de hazañas.
Para mi sorpresa, fue justamente aquí cuando aprendí a conversar con Jesús, a escucharlo en el silencio, luego la sensación es de continuar no cuatro días sino toda la vida escuchando su voz en mi interior. Esta práctica hemos tratado de llevarla a todos nuestros espacios de acción con todos quienes aceptan entrar a nuestra Casa Común y ser parte de esta gran familia unidos en Cristo Jesús.