La atracción de la Navidad es tan fuerte; se hace tan atronador el ruido de las celebraciones y de los villancicos, que nos olvidamos de disfrutar del Adviento, de su verdadero sentido, de reducir el ritmo en un tiempo que se nos regala para prepararnos para tan grandioso acontecimiento, la llegada del Niño Jesús.
Ponemos tanta energía en la etapa navideña, y cada vez con más antelación, que descuidamos su verdadera preparación, el tiempo de 23 días, cuatro domingos antes de la Navidad para ir despertando a la Buena Noticia.
El sentido del Adviento es motivar, avivar en los creyentes la espera del Señor. Y esa espera y la posterior llegada del Mesías requiere no solo de preparativos externos: el montaje y decoración del Belén, los reencuentros, las cenas y comidas festivas, los villancicos; si no que precisa de un proceso interior, de construir una esperanza.
Este inicio del Año Litúrgico nos otorga un periodo de reflexión y acción para que la Navidad la vivamos de modo que no se quede únicamente en una cena, en un regalo o en las brillantes luces de la ciudad.
Una excelente ocasión para parar y contemplar a los demás y dejar un poco de mirarnos a nosotros mismos. Por eso, es también un tiempo propicio para la solidaridad.
¡Construyamos nuestro propio Calendario de Adviento y no nos olvidemos de incluir acciones como hablar de Dios, ayudar, rezar, ofrecer, consolar, compartir, agradecer, donar…!
Muchos católicos conocemos el Adviento pero se nos olvida cómo vivirlo.