Decía Dolores Sopeña que “la vida religiosa es vida sobrenatural y, si no, no es vida religiosa”.
“La Catequista no puede vivir sin una vida de fe viva, sobrenatural, en todo lo que emprende, en todos los momentos del día cree que Dios está con ella y cree firmemente que, con Él, lo puede todo”.
En estas sencillas y clarificadoras frases está la esencia de lo que quería Dolores Sopeña cuando constituyó el Instituto Catequista Dolores Sopeña. Una esencia que se puede concretar en unas características, o virtudes, como a ella le gustaba llamarlas, que serían la base del Carisma.
La Fe Viva y la confianza plena en Dios es lo que la movió a ella toda su vida. Y ella es lo que remarca y recuerda continuamente a las Catequistas coetáneas.
Una “confianza completa en nuestro Señor”. No hay dificultades que así resulten para ella, porque la fe “todo lo allana”.
Y para tener una “fe viva, lo que hay que hacer –según dejó escrito a sus hijas, las Catequistas Sopeña- es arrojarse en los brazos de Dios y que Él disponga”.
“Si no tenemos fe, nos hundiremos siete veces”.
Además, espíritus amplios y mucha alegría espiritual. La madre fundadora considera que la mucha obediencia y la mucha humildad son los cimientos sólidos para el Instituto.
“Con doce Catequistas de voluntad entregada y humilde”, Dolores Sopeña se manifiesta “dispuesta a ganar todo el mundo, más que con cien de escayola”. Esa tiene que ser su vocación.
Quería que las Catequistas Sopeña hicieran las cosas con vehemencia, firmeza y prontitud: “Que seáis fuego, abrasando todo por donde vayáis”.
Ella, que no sucumbió jamás al desánimo, sí alertaba a sus hijas sobre el desaliento, “la tentación más temible”.
“Llevando siempre al hombro la alforja de la constancia, no os desaniméis, luchad sin descanso”.
Igual de importante para Dolores Sopeña eran la entrega total a Dios o la generosidad: “Según recibimos, tenemos que dar”.
Lo mismo con la fortaleza o la vida de sacrificio, virtudes de las que aman a Dios de verdad. Como Catequistas, siente que siempre hay que estar “dispuesta a la batalla”.
Era mucho lo que les pedía y les pide y mucho lo que les daba y le da:
“Las Catequistas que yo quiero para poder morir tranquila deben tener tres cualidades: 1.ª Una humildad sólida y verdadera, que es la base de toda virtud. 2.ª Un amor entrañable al Instituto, estando dispuestas a todo por defender, como leonas, su verdadero y neto espíritu. 3.ª Una fe ciega, estando siempre colgadas de Dios, esperándolo todo de Él”.
“Deberán tener un corazón de fuego, un alma de cielo y una voluntad de hierro”.