La ternura que se desprende del amor de Dios se revela como el bálsamo para aliviar el dolor provocado por las incertidumbres y angustias de este tiempo que nos está tocando vivir.
Por una vez en todo el mundo y al unísono, compartimos una misma preocupación, pero, lógicamente, con distintos grados de dolor, dependiendo del país en el que hayamos nacido y en el que estemos viviendo.
Es momento ahora, y siempre, de actos de amor y fraternidad, que contrapongan la misericordia a lo terrible de los números y los acontecimientos.
Así lo ha expresado y compartido Eloísa Barcia, Catequista Sopeña, ahora en Santiago de Chile, en un artículo sobre la acción social desde nuestro Carisma en la revista ICONO, de los Padres Redentoristas.
Su experiencia personal no deja lugar a dudas: Los “derroches de ternura” ayudan a crecer mejor a las personas.
Ternura: La mejor medicina
Los acontecimientos actuales revelan que, son los actos misericordes, los que efectivamente devuelven el sentido a nuestras vidas.
Un libro me ha acompañado desde jovencita; es pequeño, liviano… contiene oro puro. Al hacer la maleta para cambiar de destino, este librito es lo primero que empaco. El personaje principal me sigue cautivando a través de los años; desde la introducción, se presenta con sus “vicios ejemplares”: la sencillez y la amistad. Al final, no deja de sorprenderme, cuando afirma que “el cariño es una apuesta contra la insolencia de los números”.
En el último año, hemos sido testigos del derroche de ternura del personal médico hacia los enfermos de Covid-19, que ha sacrificado horas, familia y hasta su propia vida. Esto sirvió y sigue sirviendo a enfermos, sobrevivientes y a aquellos que, una vez sanados, padecen de otras dolencias mentales y emocionales.
En mi experiencia personal, he sido testigo de que los “derroches de ternura” ayudan a crecer a las personas. Muchas se acercan a nuestros Centros con el anhelo de aprender algo; otras tantas, con deseos desconocidos; y, la gran mayoría, con sus almas perdidas y sus corazones vacíos… No obstante, van creciendo en seguridad, confianza en sí mismas, habilidades humanas y un vasto caudal espiritual. Ciertamente, esto sucede porque encuentran un plus de amistad, cariño, atención, ternura, que les facilita abrir su corazón a sí mismas, a Dios y a los demás.
Hoy estarás conmigo en el Paraíso
En el Evangelio, nos encontramos con un Amor sencillamente tierno, que no ha podido manifestarse mejor que en el nacimiento en un establo del pequeño pueblo de Belén de Judá; un Amor que se dona totalmente en Getsemaní, derramando su sangre sobre nuestra tierra; un Amor que entrega su rostro en respuesta a la ternura de una mujer que se acerca y le ofrece un pañuelo; un Amor que, en la Cruz, muestra su ternura en una promesa: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”; un Amor que, preocupado por su Madre, y por el género humano, nos hace la sublime y tierna entrega de una Madre y la entrega a ella de unos hijos, que somos nosotros.
Igualmente, el Resucitado se presenta a María Magdalena y la llama tiernamente por su nombre; de la misma manera, mediante Tomás, nos revela su corazón traspasado y sus venerables llagas. Estas son solo pinceladas del derroche de ternura de Dios Padre manifestado en Cristo Jesús, que nos envía luego al Consolador, al Espíritu Santo, que ayudará a abrir nuestra mente y corazón para anidar lo inconcebible.
La sabiduría del amor
Al final del libro que les comenté al principio, el autor pone en boca del protagonista:
“La cosa más urgente es desear tener el Espíritu del Señor. Él solo puede hacernos buenos, profundamente buenos, con una bondad que es una sola con nuestro ser más profundo. Mira, evangelizar a un hombre es decirle “Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús”. Y no solo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no solo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más grande y más noble que lo que él pensaba, y que despierte así a una nueva conciencia de sí. Eso es anunciarle la Buena Nueva y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, desinteresada, sin condescendencia, hecha de confianza y de estima profundas…”.
El libro del que les hablo es “La sabiduría de un pobre”, de Eloi Leclerc. Y, en efecto, es lo que he visto y experimentado en los Centros Sopeña durante 50 años; San Francisco de Asís lo vivió y comunicó; Dolores Sopeña lo vivió y lo comunicó; otros Santos de ayer y de hoy lo han hecho y lo siguen haciendo; y, recientemente, el Papa Francisco nos ha invitado a lo que él llama “La revolución de la ternura”.
La ternura es la mejor medicina para calmar las ansiedades de un mundo que se debate entre ellas.
¡Compartamos la ternura de Jesús!
La revolución de la ternura
Los tiempos actuales demandan una revolución de amor. El dolor que está sumiendo al mundo solo puede enfrentarse con altas dosis de ternura.
La ternura es usar los ojos para ver al otro, usar los oídos para escucharlo, para sentir el grito de los pequeños, de los pobres, del que teme el futuro […]. La ternura significa usar las manos y el corazón para acariciar al otro, para cuidarlo, afirma el Papa Francisco.
En unos ojos que miran con compasión, en unos oídos atentos al dolor, en unas manos que se extienden para acompañar y en un corazón atento al palpitar ajeno reside la luz que viene de lo alto y nos alumbra el camino de la esperanza.