La felicidad parece convertirse por momentos y épocas en el bien más preciado, en el tesoro más codiciado, pero la realidad y el día a día de la sociedad nos empujan, en opinión de Servando Hermosa, laico Sopeña y docente y director académico de Infantil y Primaria en el Colegio Sopeña de Badajoz, hacia un estado de bienestar ficticio, que tiene más que ver con el tener que con el ser.
Preguntando a sus alumnos, niños pequeños, acerca de cuándo y por qué se sienten felices e invitándoles a colaborar en la elaboración de un decálogo para alcanzar ese codiciado estado de satisfacción, Servando ha observado que “la verdadera felicidad es aquella que no tiene un valor económico y sí rebosa de empatía, confianza en Dios y pensar en los demás”.
Y así nos lo transmite en este artículo para la revista ICONO de los Padres Redentoristas que queremos que leáis también vosotros. Porque las Catequistas Sopeña sabemos que los niños tienen mucho que enseñarnos sobre la confianza en Dios.
SER FELICES, ¿UNA MISIÓN IMPOSIBLE?
¿Es posible ser feliz en estos tiempos que vivimos? Ser felices parece que se ha convertido en esa gran carrera por conquistar, al igual que un día sucedió con la llegada a la Luna.
Tras estas fiestas navideñas, llenas de empachos, consumismo, celebraciones, Black Fridays, rebajas…y retomando la normalidad del curso escolar se me ocurrió preguntar a mi alumnado si había sido feliz durante este tiempo de vacaciones. Me sorprendió la gran variedad de respuestas: unos habían sido muy felices porque vieron a sus abuelos y primos; otros no porque SS.MM de Oriente no habían traído todo aquello que pidieron en sus cartas; otros, que les habían parecido muy cortas las vacaciones; otros habían estado muy tristes porque no habían podido ir al pueblo a ver a sus amigos…
En ese momento, me vino a la mente un post de Mario A. Puig que publicaba en redes sociales recientemente: “La empatía no solo nos ayuda a conectar mejor con otras personas, sino que además tiene un impacto positivo en nuestra salud”. Añadía a esa frase que cuando buscamos empatizar con los demás, liberamos oxitocina en la sangre, esta hormona tiene una función protectora del corazón y además potencia el sistema inmune.
¿Habría liberado esa hormona mi alumnado? ¿Eran conocedores de su existencia? ¿Buscaban ser felices? Casualidades de la vida, el nuevo tema nos tenía guardado un reto de esos que podían ayudar a conseguir esa ansiada felicidad: “Escribe un decálogo para ser felices”.
El secreto de la felicidad o Lo que Dios quiere.
Como en cada unidad, busqué, preparé y diseñé una situación de aprendizaje que promoviera la consecución de esos objetivos curriculares planteados en el área de Lengua y, como dicen que los teléfonos nos escuchan, me saltó un reel de un perfil relacionado con la religión, donde el Padre Jorge Loring daba las claves de la felicidad: “El secreto de la felicidad es hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”.
¿Qué quería Dios para nosotros? Un mensaje claro, sencillo y simple: que fuéramos felices. En ocasiones nos refugiamos y acudimos a Él, nos empeñamos en pedirle lo que creemos que necesitamos o pensamos que es lo mejor para nosotros, sin dejar que Dios haga lo que convenga o crea que es lo mejor para nosotros.
Loring, daba más claves en su discurso: “Pide lo que crees que conviene, pero si Dios no lo hace, tan contento como si te hubiera hecho caso pues si ahora quiero lo que Dios hace, de esta forma salgo ganando siempre”.
Cuánto cuesta abandonarnos al Señor, confiar en su voluntad, nos empeñamos en pedirle deseos, anhelo, pedimos por familiares o amigos enfermos, por el fin de una guerra cruel y sin sentido, donde no habrá ganadores, nos cegamos en el profundo convencimiento de que eso o aquello nos hará mejores o más felices… Las palabras de Jorge resonaron en mi interior varios días hasta que fui comprendiendo su mensaje ¿lograría hacer que mis alumnos/as también lo entendieran?
Decálogo para ser felices
Plantee varias dinámicas, juegos y actividades para que mi alumnado reflexionara sobre su felicidad, esa que se escribe con mayúsculas. Porque para ser felices ¿necesitamos el último reloj inteligente con infinidad de aplicaciones o smartphone con todas las funciones actualizadas y mejoradas? o ¿podríamos prescindir de la última videoconsola con ultra procesador? o ¿esa prenda de ropa que llevan todos los influencers? Esa es la felicidad que nos venden y nos hacen creer que para ser feliz tenemos que tener, pero la verdadera felicidad es aquella que no tiene un valor económico y sí rebosa de empatía, confianza en Dios y pensar en los demás.
No puedo ni tengo ese decálogo para ser felices, entre otras cosas porque creo que ese decálogo debe ser elaborado por cada uno de los que queremos conseguir esa ansiada felicidad en estos tiempos. Ser feliz es saber ver y sentir más allá de la persona, tener una sensibilidad o empatía como decía Puig en su post, liberar oxitocina a todas horas… o simplemente sonreír y ayudar a los demás que son los dos puntos que más se han repetido en los decálogos que mi alumnado ha realizado como prueba final de este reto.
Ser feliz, una tarea sencilla.
Tenemos muchos motivos para ser felices. Si miramos a nuestro alrededor, en el mundo hay guerras, luchas de poder a nivel político, cierta sensación de crispación, inseguridad por un virus que sigue dando repuntes de incidencias o por qué será lo siguiente que nos haga tambalear esa codiciada estabilidad emocional y social. Porque ser feliz puede ser una sencilla tarea y partir de una SONRISA que contagie y provoque esa oxitocina que impulse la felicidad del corazón.