IGNACIO: HERIDA QUE ABRE CAMINO Y ENCUENTRO

Este año, la familia ignaciana está de fiesta, pues conmemora los 500 años de la llamada “Conversión” de san Ignacio.

El 20 de mayo de 1521, lunes de Pentecostés, una bala de cañón le destrozó la pierna derecha al entonces Iñigo de Loyola, hiriéndole también la izquierda, mientras defendía la ciudad de Pamplona (España) de la invasión del ejército francés, siendo trasladado a la casa familiar en Loyola.

Allí, durante su larga y dolorosa convalecencia, dará inicio un lento y profundo proceso de conversión que culminó en la fundación de la Compañía de Jesús.

Herida San Ignacio

Hablamos de “familia ignaciana” porque la espiritualidad ignaciana, sobre todo a través de los Ejercicios Espirituales y el servicio de acompañamiento espiritual, ha sido sumamente fecunda.

De hecho, un sinnúmero de Institutos Religiosos femeninos, entre ellos el nuestro, el Instituto Catequista Dolores Sopeña, compartimos esta espiritualidad. De allí que queramos unirnos a esta celebración y compartir la influencia de la espiritualidad ignaciana en nuestra congregación.

La influencia de la espiritualidad ignaciana en Dolores Sopeña es innegable. Los Ejercicios, que hizo anualmente como laica desde los 28 años, la configuraron por dentro humana y espiritualmente.

Ella misma comenta: «Una cosa preciosísima me dijo un Padre que es un teólogo de primera: “He estudiado, y he visto que el espíritu del Instituto de ustedes está basado y calcado en los ejercicios de San Ignacio: es todo el espíritu de los Ejercicios.” Y yo he pensado que es verdad. ¡Para que vengan diciendo que Fundadora…, que hasta daño me hace que lo digan! Yo no he estudiado ni aprendido en ningún libro para fundar; pero, en cambio, he hecho siempre los Ejercicios… para que veáis que es Dios, Dios y sólo Dios el que lo ha hecho todo».

A la sombra de San Ignacio

Y, desde muy joven, sus directores espirituales fueron siempre jesuitas: el P. Goicoechea, el P. Santos, el P. López Soldado, el venerable P. Tarín, el P. Ibero. Ellos la ayudaron a moldear su carácter y, viendo en ella claras inclinaciones apostólicas y un enorme liderazgo, la ayudaron a desplegar todas sus potencialidades y la apoyaron en sus iniciativas evangelizadoras en los barrios marginales de finales del s. XIX, entre las familias obreras.

A la hora de escribir las Constituciones, una vez fundado el Instituto el año 1901, su sueño era «hacer un injerto del espíritu especial que Dios había puesto en mi alma con las Reglas de San Ignacio». Y, para ello, el Señor le proporcionó contar con la ayuda del entonces Maestro de novicios de los jesuitas en Loyola, el P. Cesáreo Ibero.

Todo carisma es un don de Dios al servicio de la Iglesia y de la humanidad y, como tal, tiene características y matices propios, en función de la misión que está llamado a desempeñar.

Y, sin duda, uno de los rasgos configuradores “Sopeña” viene precisamente de tener una clara espiritualidad ignaciana. Por eso, la imagen del “injerto” resulta muy adecuada y, sobre todo, sugerente.

En nuestras Constituciones hay dos números que para Dolores Sopeña eran la quinta esencia del carisma que Dios puso en su corazón, que recogen elementos esenciales de nuestra espiritualidad y misión, y que compartimos también con los Laicos Sopeña.

En el número 5 leemos: «Vivirán en medio del mundo… atentas únicamente a la obra de la salvación de las almas». Esa llamada a vivir en medio del mundo, nos evoca la contemplación de la Encarnación. La Trinidad contempla la humanidad con amor y envía a su Hijo para conducirnos hacia Él.

Por eso, la espiritualidad Sopeña es una espiritualidad encarnada, una espiritualidad apasionada por Dios y por el mundo. De allí, incluso, el hecho de que, desde la fundación no llevemos hábito sino que vistamos como las personas del lugar donde nos toca vivir.

Y, en el número 10: «Medite cada una a menudo que el Señor escoge débiles y rotos instrumentos…» La experiencia de ser instrumentos en manos de Dios, de ser dóciles a su voz y disponibles para estar allí donde se nos necesite, hunde también sus raíces en esta espiritualidad que Dolores hizo suya.

Precisamente por esto, los Ejercicios Espirituales, tanto para las Catequistas como para los Laicos Sopeña, son esa escuela donde nos vamos configurando con Cristo, alimentamos nuestro espíritu y se convierten en lanzadera para seguir sirviendo a Dios y a quienes pone en nuestras manos.

Que esta conmemoración de la conversión de san Ignacio sea un estímulo para que quienes nos sentimos familia ignaciana caminemos hacia el ideal que nos proponen los Ejercicios: «en todo amar y servir».